_
_
_
_
_
ANÁLISIS
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Lecciones para Israel

Berna González Harbour

El informe sobre el Bloody Sunday no solo arroja al fin la verdad sobre la matanza, sino un puñado de lecciones que los Gobiernos (y hoy sobre todo el de Israel) deberían imprimir a fuego en su manual de supervivencia.

La muerte de manifestantes pacíficos (véase la película de Paul Greengrass) no solo llevó el drama a decenas de hogares de una ciudad, Derry, depauperada en los setenta por la represión británica y ahogada por la falta de derechos, sino que situó su causa en un faro que aún brilla alto en la escena internacional. "El Gobierno británico lanzó a los brazos del IRA a toda una generación de jóvenes", me comentó Greengrass cuando se estrenó su película en Madrid.

Así fue. El drama que vivió el gueto del Bogside colocó un altavoz al conflicto, amasó la simpatía internacional hacia una comunidad aplastada, fortaleció al IRA y degeneró en una espiral de atentados que sumó 3.000 muertos. A diferencia de ETA, el Bloody Sunday colocó al IRA en el lado emocional de los buenos para buena parte del mundo. Y esa fortaleza hizo posible un proceso de paz que culminó en 1998 con el Acuerdo de Stormont.

Más información
El Gobierno británico pide perdón por el Domingo Sangriento en el Ulster

Pero no es esa -la de la legalidad- la única lección que deben aprender los Gobiernos. Tras la matanza, Londres promovió una investigación de attrezzo para simular la acción del Estado de derecho ante la atrocidad. En solo tres meses, el Informe Widgery exoneró a los soldados, alegó legítima defensa sin pruebas y no explicó por qué algunas víctimas habían sido tiroteadas por la espalda.

¿Les suena? El paralelismo con las explicaciones que propaga Israel sobre el ataque a la flotilla humanitaria -o a Gaza o Líbano- es clamoroso: legítima defensa, eran terroristas y las únicas pruebas en la mano, las que muestran hasta cuatro disparos en los cadáveres de los nueve fallecidos, no parecen existir.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Todo Gobierno puede tener la tentación de maquillar sus errores bajo mentiras, pero cuando la evidencia es clamorosa y el Gobierno sigue abrazando la versión errónea de lo ocurrido y una narrativa exculpatoria, las matanzas y represiones no solo fortalecen al enemigo. Acaban volviendo. Y aunque la verdad tarde casi 40 años, como el informe culminado ayer en Reino Unido, siempre se paga.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_