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¡Lukánikos, el perro, para Presidente!

Bien parado, de mirada fija, atento, leal, presto a defender, qué más podemos pedir

Ahí está, bien plantado, ese chucho callejero. Mirada fija, orejas caídas hacia delante. No tiene pierde y sí tiene porte. Será muy callejero, pero es hasta guapo. ¡Perro majo! Fotogénico sin cirugías. Se perfila, ladra, calla, enfrenta; sabe esperar, luego se lanza: intuye el momento de la iniciativa. Es un chucho estratega. Acompaña a los que se reconocen vulnerados, repele a los agresores. Suena al líder ideal, ¡no lo neguemos! Uno que, además de ladrar, de vez en vez (no muy seguido) pronuncie palabra: bueno, ¿dónde me apunto para hacer campaña? ¡Lukánikos para Presidente! En español esa palabra significa salchicha; habremos de buscar otro nombre (¡salchicha para presidente!, tiene connotaciones imprevistas) u otro chucho. Pero con un líder nos hemos topado, Sancho.

Las imágenes dieron la vuelta al mundo, publicadas originalmente en el periódico británico, The Guardian: perro callejero que acompaña, en primera fila de batalla, a los manifestantes griegos que desde hace días toman las calles en protesta por el plan de austeridad para enfrentar la crisis económica más reciente. Las calles, literalmente, arden; algunos aeropuertos paralizados; muertes reportadas. Los manifestantes griegos no se arredran: portan máscaras para protegerse de los gases, piedras en mano, llamas; y la policía en lo suyo. Son las guerras urbanas de los últimos siglos. Pero ahí, Lukánikos. Del lado de los manifestantes, el 'perro antisistema' le han tildado, el perro famoso: en unos días, icono de la rebelión moderna, circula por las redes sociales y es la estrella de Internet.

Dato curioso aparte, este chucho nos revela tanto de nosotros -ésa es la gran fortaleza de los perros, por eso son los mejores amigos del hombre. Paradójicamente vuelve humano un enfrentamiento, nos remite a los básicos. Se erige en la estrella identificable que nuestra realidad mediatizada necesita: difícil identificarte con el anónimo lanza piedras o el policía en serie, en estas épocas en que la colectividad pierde sentido. Es el perro que destaca, que en su ferocidad es tierno, que despierta, por lo menos, simpatías. Además tiene nombre: es individuo. ¿Qué más necesitamos? La rebelión urbana del siglo XXI mediático.

Existen muchos otros chuchos famosos. En México tenemos a nuestro perro Fidel. Hace casi un año saltó a la fama, de la mano de los llamados anulistas: aquellos que promovían la anulación del voto como protesta por las condiciones electorales de un país que sigue colocando muy alta la barrera para la participación política y ciudadana. En las elecciones intermedias, de 2009, el joven Carlos Delgado Padilla, dueño del perro, lo lanzó como candidato en su ciudad, Guadalajara. Fidel tuvo fotografía oficial, anuncios en la calle, perfil en Facebook, toda una estrategia. Prometía "no voy por un hueso" (aludiendo a la mexicanísima tradición de perseguir rabiosamente un puesto, por el puesto mismo) y "no soy gato de nadie" (parodiando la despectiva expresión de llamarle gato al sirviente). Fidel hizo campaña, y ganó votos. Pero sobre todo exhibió lo absurdo de un sistema que en su supuesta renovación sólo se anquilosa más. Insisto, los perros nos revelan. De haber vivido en Guadalajara, en una de esas hasta voto por Fidel.

Hay chuchos que se hacen famosos por lo que les hacemos. Tres jóvenes de Tepic, capital del estado mexicano de Nayarit, torturaron hasta la muerte a un perro callejero. Tiempo después subieron el vídeo de tan "valiente acto" a YouTube. Hace unas semanas estalló el escándalo. Oleadas de indignación, movimientos a través de las redes sociales. Finalmente detuvieron a estos muchachos. Uno de ellos explicó, con toda la frialdad, cómo metieron al perro en un costal, provocaron que fuera agredido por dos pitbull y para luego tomarlo de las patas traseras y estrellarlo contra los árboles, el piso. Pura delicadeza de estos jóvenes. Cuando les preguntaron por qué lo habían hecho, respondieron: es que estamos chavos. Claro la juventud (chavo es el calificativo mexicano para niño, joven) como pretexto. Faltaba más. Me recuerda al padre de un adolescente que hace unas semanas atacó brutalmente a un hombre, en las calles de la Ciudad de México, para robarle un teléfono móvil, y al ser presentado ante la justicia gemía musitando: "mi hijo es bueno, no lo vayan a perjudicar". Sí señor, bueno para partirle el cráneo a un transeúnte. El perro torturado no la contó, pero, insisto, nos pintó de cuerpo completo: la violencia exhibida, también eso somos. La muerte como espectáculo. El vídeo en YouTube, faltaba más.

Grecia tiene larga historia con los perros. No sólo abundan los callejeros (que esos los tenemos en muchas otras partes del mundo también). Pero ya desde la Antigüedad nos decían más de lo que recordamos. Diógenes, el Cínico, ¿nos suena? Tanto que aplicamos eso del cinismo, para advertir incluso de su perniciosa omnipresencia, y poco reparamos que hay un perro detrás de todo. Kyon, perro en griego; kynikos, su forma adjetiva. Y así llamaban a esos griegos, Diógenes uno de los más visibles, que hacían "de la desvergüenza" su forma de vida. Para él, sin embargo, era su forma de protestar: la suya, elegida, develaba la incivilidad institucionalizada de la sociedad de su momento. ¿No les digo?, tanto que le debemos a los perros.

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Haré campaña, mundial, ¿por qué no? ¡Lukánikos para Presidente!, del país que lo necesite. Bien parado, de mirada fija, atento, leal, presto a defender. Encuentren cualidades así en algunos de sus líderes, y ya me dirán si no tenemos proyecto en mano. Salgo a recorrer las calles de esta ardiente capital mexicana. Con perro quiero toparme, Sancho.

Gabriela Warkentin es directora del Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México, defensora del Televidente de Canal 22,, conductora de radio y TV y articulista

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