Lula, un revolucionario liberal e incombustible
Tras seis años en el Gobierno, el mandatario brasileño mantiene el record de un 83% de apoyo popular

El filme Lula, el hijo de Brasil, que dirigirá el cineasta Fabio Barreto, y que abarcará desde su nacimiento hasta la muerte de su madre en 1980, presentará al futuro presidente de Brasil, el primero llegado de la izquierda, como un niño pobrísimo, que vendía helados en la calle. Lo forjó el sindicato. Lo respetaron los militares que, encarcelado, le dejaron salir para el entierro de su madre. Era ya un líder obrero indiscutible, temido y halagado al mismo tiempo por la dictadura.
Hoy, a los seis años cumplidos de Gobierno, Luiz Inácio Lula da Silva ostenta un récord de apoyo popular de un 83%, lo que le ha valido el apelativo de "incombustible", ya que ni el terremoto de la corrupción que en su primer mandato se cernió sobre su Gobierno haciéndole perder varios de sus más estrechos ministros y colaboradores, ni la actual crisis financiera mundial, que ya ha llegado al país con la fuerza del desempleo, han conseguido arañar su imagen de revolucionario liberal y hasta ha silenciado a la oposición.
Sociólogos y psicólogos estudian el "fenómeno Lula" y lo que ha sido llamado el lulismo. ¿Cómo ha conseguido el antiguo tornero, sin estudios, colocarse por encima de su poderoso partido, el Partido de los Trabajadores (PT) que lo llevó al poder y que ha acabado en parte, eclipsado por la fuerza de su líder?
Hoy el PT no es nada sin Lula y al mismo tiempo Lula sigue necesitando de la fuerza política y social del partido fundado por él mismo. Lo va a necesitar si quiere conseguir que en 2010 le suceda en la Presidencia su ministra y ex guerrillera, Dilma Rousseff - hoy otra liberal -, a quién ha escogido como su posible recambio lulista. Eso, a pesar de que Dilma no es la candidata que habría elegido el partido, en el que nunca fue una dirigente activa. Pero hoy el PT, no sabe - ni puede - decir que no a Lula.
El ex tornero, que escandalizó al principio de su mandato al afirmar que él no era ni de izquierdas ni de derechas, sino un simple sindicalista, tuvo la genial intuición política de presentarse como un revolucionario, aunque vestido ya por los mejores estilistas y con la barba recortada. Y lo hizo con un discurso fuertemente social, colocando los problemas de los más pobres sobre el tapete, sin esconderlos, y al mismo tiempo comportándose como un liberal en economía, abriendo las puertas del país a los inversores extranjeros, reconstruyendo la macroeconomía y poniendo en orden las cuentas. Esto último le va a permitir capear la crisis mundial con menos pérdidas que otros países de América Latina.
¿Un estadista popular? Lula juega en el difícil equilibrio de aparecer ante las masas de desposeídos como un presidente popular, amigo de colegas populistas, como Hugo Chávez. Y al mismo tiempo ha conseguido labrarse en los foros mundiales la imagen de estadista, firme en sus convicciones neoliberales, lo que le ha llevado a unir en torno a su figura tanto a los estratos más pobres - a quienes se dirige en su propio lenguaje- como a la clase media y alta.
Se trató de una metamorfosis que no fue fácil, que le ha valido a veces la acusación de oportunismo y de cinismo político. Lo cierto es que, en estos seis años, Lula ha conseguido mantener a Brasil sin inflación, con unas reservas formidables, al mismo tiempo que 12 millones de familias pobres son asistidas por el Gobierno, y por primera vez en este país fue abierto el crédito a los más desfavorecidos y hasta el más pobre, con sólo 10 reales (menos de cuatro euros) puede abrir una cuenta en un banco y tener una tarjeta de crédito, rescatando su dignidad como persona. Parafraseando a Kafka, Lula no ha tenido escrúpulos en definirse a sí mismo como una "metamorfosis ambulante", quizás la clave de su éxito en un país tan poliédrico, crisol de razas, culturas y religiones como Brasil.

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