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Carta abierta al rey de Marruecos

Majestad:Vuestra llegada al trono ha alimentado la esperanza de las mujeres y los hombres que quieren ver por fin un Magreb libre, democrático y próspero. El nuevo clima de paz y entendimiento que, paso a paso, está instaurándose en nuestra hermosa región del norte de África es la aspiración no sólo de los pueblos que la habitamos, sino también del resto de la comunidad internacional. El camino emprendido por Argelia, de la mano del presidente Buteflika, es anunciador de una nueva era de paz y estabilidad prometedoras que invitan, a cercanos y a lejanos por igual, al optimismo.

Defraudaremos, sin embargo, esas nobles esperanzas si no resolvemos sin demora el conflicto del Sáhara Occidental. Las bases para esta solución han sido, de común acuerdo, establecidas y definidas, hecho que nos evita el complejo y difícil ejercicio de buscar o inventar una solución. La Organización de Naciones Unidas, en cooperación con la Organización para la Unidad Africana, estableció un plan de paz simple, sencillo y factible, que es permitir al pueblo saharaui decidir, en condiciones de libertad y seguridad incuestionables, su futuro, como estado independiente, o integrándose en Marruecos.

Más de setenta naciones soberanas de todo el mundo reconocen a la República Árabe Saharaui Democrática como Estado y la Organización de la Unidad Africana la acoge como miembro de pleno derecho. Por el contrario, ningún Estado reconoce la ocupación por parte de Marruecos del Sáhara Occidental. El apoyo popular y de la sociedad civil en general a la causa saharaui ha sido siempre, y sigue siendo, de una solidez evidente. Organizaciones gubernamentales y no gubernamentales de los cinco continentes siguen ofreciendo generoso apoyo material y humanitario a nuestro pueblo para que nuestros niños, mujeres y ancianos puedan resistir mejor las condiciones de un desierto que no perdona la debilidad. En este contexto, los ciudadanos y ciudadanas españoles han demostrado una solidaridad humana que colma en cierto modo el vacío y va más allá de las complicadas relaciones entre Estados, una solidaridad por la que nuestro pueblo estará siempre profundamente agradecido.

Somos un pueblo pacífico que desea, tal vez más que nadie, la paz. No cualquier paz, sino la paz en mayúsculas, la paz en libertad, en dignidad, en nuestro país, libre y soberano. La guerra impuesta y desencadenada en las circunstancias tristes que vuestra majestad tal vez recuerde no nos distrajo de pensar en el futuro, en el futuro del país que siempre hemos querido construir. Nuestra libertad y nuestra independencia no está dirigida contra nadie, y menos contra Marruecos, un país vecino con el que compartimos mucho y podemos, en el marco de ese Magreb con el que todos soñamos, compartir mucho más, para el bien de todos, sin exclusión de nadie.

Con una mano hemos resistido esa injusta guerra. Con la otra, hemos construido escuelas donde todos nuestros niños acuden cada día. Nuestros jóvenes acuden a otros países amigos para completar sus estudios universitarios. Hemos levantado, en mitad del árido desierto hospitales, donde nuestros ciudadanos y ciudadanas cuentan con una sanidad que alcanza a todos sin diferencia. Hemos establecido un sistema de distribución alimentaria que permite la supervivencia en difíciles circunstancias, y que se complementa con nuestra propia producción agrícola y ganadera. Nuestro pueblo se rige por principios y procedimientos completamente democráticos: contamos con una Constitución que reconoce la libertad de asociación, la libertad de credo y la libertad de expresión. Nuestro sistema de gobierno está abierto al debate y al cambio democrático. Todo ello ha sido logrado gracias a la unión de un pueblo que, como nación, se siente distinto y diferente de cualquier otro y que lucha por volver al territorio que considera justamente suyo.

Majestad, no más decepciones: las naciones del mundo ya han hablado y piden que ahora se deje hablar al pueblo saharaui. Si este pueblo desea ser marroquí, que lo diga ante el mundo, pero si quiere ser independiente, nadie debe sentirse humillado ni vencido. En ese supuesto, lo menos que se espera de un Marruecos que quiere ser democrático es desear a este pueblo toda la felicidad y toda la prosperidad para a renglón seguido invitarla a iniciar relaciones de amistad y cooperación. Le puedo asegurar que no dudaremos un instante en ofrecer nuestra mano a dicha oferta.

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En Oriente Medio soplan vientos de paz reales. En Timor Oriental, Indonesia corrigió un error histórico y pudo así salir del atolladero de un conflicto de descolonización similar al del Sáhara Occidental. Nadie entenderá que Marruecos siga rezagado y entregándose, además, a un doble juego en el momento en que necesita más que nunca mostrar coherencia.

Es comprensible que Marruecos, en las actuales circunstancias, espere ayuda tanto de la región como de más allá, pero cabe preguntar si Marruecos está dispuesto a ayudarse a sí mismo, a cooperar con el interés internacional facilitando la misión de la ONU en el Sáhara Occidental. Presentar cerca de 80.000 recursos de apelación y desatar, en El Aaiún, una feroz represión, documentada con testimonios gráficos, no dicen mucho a favor de la seriedad y de la credibilidad de la nueva imagen modernista, democrática, que Marruecos trata de proyectar hacia el exterior y particularmente en sus relaciones con la ONU en lo que al referéndum se refiere.

No es momento para dudar. El plan de paz es claro y más claro aún después de los acuerdos de Houston negociados en presencia del señor James Baker y de los protocolos firmados en mayo pasado bajo los auspicios del secretario general de la ONU.

No se debe traicionar otra vez la confianza de la comunidad internacional con maniobra dilatoria. Desafortunadamente, estamos obligados a pensar que el recurso a ese número masivo de apelaciones huele a maniobra dilatoria cuyo objetivo es impedir que el referéndum de autodeterminación se celebre, como estaba previsto, en julio del 2000.

Si el pueblo saharaui lleva 24 años luchando en durísimas condiciones por el reconocimiento de su independencia; si la comunidad internacional está, como ha demostrado, resuelta a que el derecho de autodeterminación de nuestro pueblo pueda ejercerse en paz y con transparencia; si oímos el clamor de los ciudadanos de todo el mundo pidiendo un referéndum libre; si queremos de verdad que la estabilidad, la democracia y la prosperidad reinen en el norte de África, ¿no ha llegado la hora de demostrar que realmente existe voluntad de respetar los plazos establecidos en el Plan de Arreglo?

No temáis, Majestad. Tampoco deben temer las naciones del mundo. Nuestro pueblo ha demostrado ser suficientemente capaz de afrontar los retos del siglo XXI. El pueblo saharaui es un pueblo indómito y luchador, que ha sufrido mucho, pero también ha aprendido y crecido mucho en su resistencia al colonialismo y a la ocupación. El pueblo saharaui sabe que sólo puede afrontar el siglo que viene si garantiza la democracia, la tolerancia, la libre discusión de las ideas, el reconocimiento de la iniciativa privada al abrigo de la protección por parte del Estado de los derechos fundamentales en educación, vivienda, sanidad y seguridad social, la apertura al mundo en los intercambios económicos y el fomento de la solidaridad internacional. Más allá de la legítima defensa que el Frente Polisario hizo de su territorio, un territorio ocupado por la fuerza de las armas por vuestro ejército, ha mostrado que sabe gobernar un prometedor país incluso en las peores circunstancias. Ahora es el momento de deciros a vosotros, y extender nuestro llamamiento al resto del mundo, que el pueblo saharaui quiere y sabe ser independiente. Que la independencia de nuestro pueblo reforzará el clima de paz y democracia que ya se vislumbra en la región, que nuestra independencia fomentaría la estabilidad en la zona, creando nuevas perspectivas de cooperación y desarrollo, frenando la emigración anárquica y atrayendo inversiones extranjeras. Ha llegado el momento de decirle al mundo que nuestro pueblo quiere decidir su futuro libremente, un futuro que le fue robado hace un cuarto de siglo y que ahora, en los albores del nuevo milenio, puede volver a ser suyo.

Majestad, no decepcionemos por más tiempo a la comunidad internacional.

Mohamed Abdelaziz es secretario general del Frente Polisario.

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