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Tribuna
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Mirar la realidad de frente

A esta horrorizada y triste estadounidense y neoyorquina Estados Unidos nunca le ha parecido más lejos de reconocer la realidad de lo que ha estado ante la última y monstruosa dosis de realidad del martes 11 de septiembre. La desconexión entre lo que sucedió y cómo podría entenderse y las tonterías farisaicas y abiertos engaños difundidos prácticamente por todas las figuras públicas estadounidenses y analistas de televisión son asombrosos, deprimentes. Las voces autorizadas para seguir el acontecimiento se unieron en una campaña para infantilizar a la opinión pública. ¿Dónde está el reconocimiento de que éste no ha sido un 'cobarde' ataque contra la 'civilización' o la 'libertad', o la 'humanidad' o el 'mundo libre', sino un ataque contra Estados Unidos, la autoproclamada superpotencia del mundo, emprendido como consecuencia de ciertos intereses y acciones estadounidenses? ¿Cuántos ciudadanos estadounidenses son conscientes del continuado bombardeo de Irak por parte de EE UU? Y si hay que utilizar la palabra 'cobarde', quizá sería más adecuado aplicarla a aquellos que matan como una forma de represalia, desde lo alto del cielo, que a aquellos dispuestos a morir para matar a otros. En lo que respecta a la valentía (una virtud moralmente neutral): independientemente de lo que se diga de los perpetradores de la matanza del martes 11, no eran cobardes.

Los dirigentes estadounidenses están empeñados en convencernos de que todo va bien. Estados Unidos no tiene miedo. Nuestro espíritu se mantiene indemne. 'Les' perseguiremos y castigaremos (sean quienes 'ellos' sean). Tenemos un presidente robótico que nos asegura que Estados Unidos sigue manteniendo la cabeza alta. Un amplio espectro de figuras públicas firmemente opuestas a las políticas que este Gobierno pone en práctica en el exterior se siente aparentemente libre de decir solamente que se mantienen unidos en el respaldo al presidente Bush. Nos han dicho que todo va, o va a ir, bien, aunque éste fuera un día que vivirá en la infamia y Estados Unidos está ahora en guerra. Pero no todo va bien. Y esto no ha sido Pearl Harbor. Es necesario meditar mucho, y quizá se esté haciendo en Washington y en otras partes, sobre el colosal fallo del servicio de espionaje y contraespionaje estadounidense, sobre las opciones de que dispone la política exterior estadounidense, especialmente en Oriente Próximo, y sobre lo que constituye un programa inteligente de defensa militar. Pero quienes ocupan un cargo público, quienes aspiran a ocuparlo, quienes en otro momento lo ocuparon -con la complicidad voluntaria de los principales medios de comunicación-, han decidido que al público no se le va a pedir que soporte buena parte del peso de la realidad. Las perogrulladas autocomplacientes y unánimemente aplaudidas de congreso de partido soviético parecían despreciables. La unanimidad de la retórica mojigata y destinada a ocultar la realidad que los funcionarios y los expertos de los medios de comunicación escupen estos días es indigna de una democracia madura.

Los líderes y los aspirantes a líderes estadounidenses nos han hecho saber que consideran que su cometido público es de tipo manipulador: refuerzo de la confianza y gestión del dolor. La política, la política de una democracia -que implica desacuerdo, que promueve la sinceridad-, ha sido sustituida por la psicoterapia. Lloremos desde luego juntos. Pero no seamos todos juntos unos estúpidos. Unos cuantos jirones de conciencia histórica podrían ayudarnos a comprender lo que acaba de ocurrir, y lo que puede que siga ocurriendo. 'Nuestro país es fuerte', se nos dice una y otra vez. Yo, por lo menos, no encuentro esto completamente consolador. ¿Quién puede dudar de que Estados Unidos es fuerte? Pero eso no es todo lo que Estados Unidos tiene que ser.

Susan Sontag es escritora estadounidense.

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