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Mohamed VI convierte a su consejero Azulay en el 'cerebro' del régimen

El rey de Marruecos elige el Ministerio del Interior como motor de la modernización

Está en todas partes, acompañando al rey Mohamed VI durante su gira, inaugurando un festival de cine en Marraquech o retocando la entrevista del soberano al diario francés Le Figaro. Relegado en 1999 a un segundo plano por un monarca que quería emanciparse de los colaboradores de Hassan II, su padre, André Azulay ha logrado desde hace unos meses ser la eminencia gris de palacio. Este consejero real regresa al primer plano con un programa consistente en colocar a sus tecnócratas en puestos claves para atraer inversión extranjera. Los tecnócratas mandan ahora más en Marruecos.

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Su último éxito, el que le permitió recuperar su antigua influencia, fue la privatización esta primavera del 35% de Maroc Telecom, a la que habían renunciado a concurrir France Télécom, Telecom Italia y Telenor. Logró convencer in extremis a la francesa Vivendi para que desembolsase 2.300 millones de dólares (430.000 millones de pesetas), un precio acaso excesivo en la actual coyuntura.

Azulay demostraba así que, además de ser el mejor formado y más aguerrido de los consejeros reales, era también el que gozaba de la mayor red de relaciones económicas. Marcaba así distancias con los compañeros de colegio del rey Fuad Alí Himma, Fadel Benyaaich o Mohamed Rochdi Charaibi, promocionados en 1999 pese a su juventud e inexperiencia.

Fortalecido tras salvar la privatización de Maroc Telecom, Azulay se atrevió en julio a proponer al monarca atajar las críticas de la prensa internacional, sobre todo del diario francés Le Monde, dando un golpe de timón para enderezar la economía del reino, según fuentes cercanas a palacio.

Mohamed VI asumió la idea que consistía en colocar a tecnócratas en puestos relevantes para mejorar la gestión y atraer la inversión extranjera indispensable para el despegue del país. 'La Administración no está, acaso, todavía al nivel de rapidez y eficacia deseados' para fomentarla, reconocía, la semana pasada, el propio Azulay en la inaguración de una conferencia organizada por The Economist.

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Un informe elaborado hace un año para el Senado francés era más contundente: 'Ninguno de los factores susceptibles de alentar el desarrollo de la inversión (...) está garantizado: reforma de la Administración; mejora de la transparencia; formulación de reglas de juego claras; desarrollo de infraestructuras de comunicación; modificación del régimen de propiedad de la tierra; revisión del código del trabajo, etcétera'.

La estrategia diseñada por Azulay con el beneplácito real consiste, en buena medida, en intentar convertir al Ministerio del Interior, el más poderoso del reino, en el motor de la modernización económica del país.

Se empezó a poner en práctica con la designación por Mohamed VI, el 30 de julio, de nueve walis (gobernadores) de provincias clave que, en contra de la costumbre, no eran funcionarios de carrera de Interior, sino empresarios. Inmediatamente después, 14 nuevos gestores fueron nombrados al frente de las grandes empresas públicas, algunas de ellas privatizables a corto plazo.

En septiembre fue un ex ministro de Finanzas, Driss Jettu, de 56 años, quien se hizo cargo de la cartera de Interior. Su segundo, el secretario de Estado Fuad Alí Himma, compañero de colegio del rey, es quien de verdad se encarga del mantenimiento del orden.

Espolear el crecimiento

'La conexión entre gran parte de estos nombramientos (...) y algunos perfiles en el entorno real no se le escapa a nadie', escribía el mes pasado el semanario Maroc-Hebdo en una clara alusión al ascenso de los tecnócratas amigos de Azulay.

Con este baile de altos cargos, explicaba a este periódico el ministro de Economía, Fatallah Ualalu, 'se pretende espolear el crecimiento'. De paso, Interior, cuyo titular es nombrado directamente por el rey, resta también competencias al desgastado Gobierno de Abderramán Yussufi.

El propio Mohamed VI se ha puesto a la cabeza de la campaña para drenar capitales. A los walis les conminó a lograr que la Administración sea 'el primer operador económico en cuanto a la promoción de la inversión se refiere'.

Hace diez días, en su discurso de apertura de la sesión parlamentaria, el rey anunció el envío de una carta a Yussufi instándole a poner en marcha un viejo proyecto, la llamada ventanilla única en la que el inversor podrá efectuar todos sus trámites burocráticos para invertir. Prevista desde hace meses, la inauguración de estos centros nunca se ha podido llevar a cabo por 'razones jurídicas'. Para que no se vuelva a aplazar, el soberano ha convocado reuniones ejecutivas, la última el martes en Marraquech, a las que asisten Azulay, Ualalu, Jettu y un sinfín de altos cargos de Interior.

La ventanilla única levanta algunas de las hipotecas que dificultan la inversión pero no el principal obstáculo. 'Jueces corruptos, abogados estafadores y hábitos judiciales ilegales dan miedo a los inversores', señalaba el diario L'Economiste. '¿Qué economía puede generar empleo, riqueza y prosperidad sin un mecanismo fiable que proteja de la arbitrariedad, sin una justicia independiente y equitativa?', escribía el semanario Le Journal.

'El status quo no era viable y por eso vemos los primeros síntomas de una opción tecnocrática que se dibuja en el horizonte' y que puede ser comparable a la que vivió Perú con Alberto Fujimori o a la que está en curso en Egipto con Hosni Mubarak, asegura Mulay Hicham, primo del rey.

El príncipe se teme, sin embargo, que no dará los frutos esperados por razones coyunturales y también de fondo. 'Se avecina una mala racha económica en la que los inversores serán más timoratos', añade. 'Además', prosigue, 'la apuesta tecnocrática no es lo suficientemente profunda para ser viable y es posible que no privilegie el verdadero crecimiento', el desarrollo social que necesita Marruecos.

André Azulay y el rey Mohamed VI.
André Azulay y el rey Mohamed VI.AFP

Un judío francés en la corte alauí

'No escondo mi judaísmo en el bolsillo', declaraba André Azulay hace años ante un foro hebraico en Birmingham. Nacido hace 60 años en Essauira, Azulay es el único judío que ocupa un puesto político relevante en un país musulmán, y lo lleva haciendo ininterrumpidamente desde que en 1991 Hassan II le perdonó sus devaneos periodísticos y le nombró consejero real. Su pertenencia a esta comunidad, que llegó a contar en los años cincuenta con 300.000 miembros en Marruecos, ha marcado su vida. Por eso fundó, por ejemplo, Identidad y Diálogo, una asociación de judíos marroquíes que preconiza el diálogo con los musulmanes. Pero además de judío marroquí, Azulay es también francés. Adquirió esa nacionalidad pocó después de emigrar a París en 1966, cuando se hartó de soportar el acoso al que Hassan II sometía a Maroc-Informations, el diario que dirigía. Vivió 25 años en Francia donde ocupó diversos cargos en el banco de negocios Paribas. De esa larga etapa guarda sólidas relaciones con el mundo de las finanzas y también con el de la política. En una reciente ceremonia intercambió, por error, su móvil con otro de los invitados que llevaba el mismo modelo. Cuál no fue la sorpresa del otro convidado cuando recibió en el teléfono de Azulay una llamada del presidente Jacques Chirac. Políticos y empresarios españoles le han visto generalmente con cierto recelo. En un Marruecos en el que España figura siempre en segundo lugar después de Francia, Azulay es considerado como el hombre que en las esferas del poder defiende ante todo los intereses del país que le condecoró con la Legión de Honor.

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