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Columna
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Sin Moisés, y en el desierto

Lluís Bassets

Dura y larga se aventura la travesía del desierto de los socialistas franceses, después del congreso del pasado fin de semana en Reims, de donde salieron tan divididos o más de como entraron y con tantas incógnitas abiertas sobre su futuro como el 7 de mayo de 2007, al día siguiente de la tercera derrota consecutiva en una elección presidencial. Hoy por la tarde sus más de 180.000 militantes tienen la palabra y pueden dar todavía la sorpresa de ofrecer la mayoría, que debe ser absoluta, a uno de los tres candidatos en liza: la ex candidata presidencial frente a Sarkozy, Ségolène Royal; la ex ministra de Trabajo, madre de la jornada de 35 horas e hija de Jacques Delors, Martine Aubry; y el tercero en discordia, el eurodiputado Benoît Hamon. Lo más probable es que sea necesaria todavía una tercera vuelta entre los dos más votados, circunstancia que todas las apuestas asocian a las dos mujeres candidatas.

Los socialistas franceses salieron del congreso de Reims tan divididos o más que como entraron

Para alcanzar el poder no basta con un impulso súbito, por intenso y oportuno que sea. Hace falta iniciarlo lentamente desde la oposición, en una larga carrerilla que sirva para aclarar las ideas y concentrar las fuerzas. En la Francia presidencial de la V República, hay que contar además con un partido unido detrás, que aspire a convertirse en el partido del presidente. El modelo perfecto de esta ascensión, imitado con éxito por Sarkozy, es el de Mitterrand: siendo ajeno él mismo al socialismo clásico, consiguió primero, a partir de 1971, una síntesis política entre todas las tendencias alrededor de su liderazgo y alcanzó luego la cumbre, en 1980; fue, por cierto, la única vez en toda la historia de la V República en que el PS puso el pie en el Elíseo. Royal lo intentó en 2007 frente a Sarkozy, después de vencer en las primarias socialistas, jugando al relevo generacional y a la democracia directa, a dos pesos pesados, el actual director general del FMI, Dominique Strauss-Khan, y el ex primer ministro Laurent Fabius. Sin el partido detrás, que entonces conducía quien era y pronto dejó de ser su pareja François Hollande; con un programa nebuloso trabajado en la participación digital, pero atento a los reflejos conservadores; y una apuesta arriesgada por su personalidad femenina y su carácter combativo, llegó hasta donde podía llegar ante este Sarkozy demoledor que todavía no se conocía en toda su dimensión arrolladora.

Año y medio después de la derrota, las cosas no están mucho mejor para la briosa presidenta de la región de Poitou-Charentes. El PS está tendido y acomodado en la oposición, como bostezante partido provincial, que cuenta con las pingües rentas de una implantación municipal y regional extensa y mayoritaria. Ha sido drenado de dirigentes e intelectuales por la apertura practicada por el presidente Sarkozy, que ha colocado a ex ministros y cuadros socialistas desde el consejo de ministros hasta las comisiones especiales para estudiar las reformas. Sus ideas se hallan cercadas a derecha e izquierda: por un Sarkozy camaleónico, que pasa del thatcherismo al keynesianismo sin respiro, en función de las circunstancias; y por una izquierda radical, alrededor del fenómeno Olivier Besancenot, que muerde el hemisferio izquierdista hasta alcanzar al propio PS. Y también por el centro: François Bayrou, el ex candidato presidencial, de obligado cortejo por quien quiera alcanzar la presidencia desde la izquierda.

La señora Royal, que fue candidata sin tener el partido en la mano, ahora intenta tomar la secretaría general que abandona su ex y padre de sus cuatro hijos para poder aspirar de nuevo a la presidencia en 2012. Su primer movimiento fue bueno: consiguió llegar al congreso socialista el pasado fin de semana con su moción en cabeza. Pero ni era de síntesis ni ella fue capaz de la síntesis. Su candidatura arrastra a una mayoría, no se sabe si suficiente, de militantes, pero no federal; al contrario, divide y excita: TSF, todo salvo Ségolène, es la consigna. Había otras tres: las de Aubry y Hamon, y la del alcalde de París, Bertrand Delanoë, que luego se retiró desalentado. Los delegados socialistas al Congreso no fueron capaces de elegir a quien les dirigiera. Hoy o quizás mañana zanjarán los militantes. Pero si gana Royal tendrá que enfrentarse todavía con una dirección del partido de la que sólo controla un tercio de votos y trabajársela para alcanzar la candidatura presidencial en 2012: ardua tarea, quizás imposible.

Todas estas tribulaciones llegan además en pésimo momento. Sarkozy quería hacer en Francia, 20 años después, la revolución conservadora de la señora Thatcher y ahora se adapta al keynesianismo que nos invade. El PS nunca realizó la transformación que hicieron sus partidos hermanos en el resto de Europa, acorde con el mercado y la globalización. Hace unos meses, con la Declaración de Principios adoptada por unanimidad el pasado junio, enfiló por primera vez este camino. Pero ha llegado el cambio de ciclo y los socialistas franceses están todavía meditando en el ciclo anterior. En el desierto y sin Moisés, pueden terminar como una tribu perdida de la izquierda.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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