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Mugabe remata el golpe y se hace reelegir

El dictador de Zimbabue asume a toda prisa la presidencia tras su "arrolladora victoria"

El presidente-camarada Robert Mugabe ha conseguido una nueva "arrolladora victoria" en todas las circunscripciones de Zimbabue después de 28 años de gobierno. Así quiere ser recordado el libertador del país surafricano reconvertido en déspota, pero como la realidad nada tiene que ver con esta ensoñación -perdió con claridad las elecciones de hace tres meses-, el viejo dictador, de 84 años, se hizo votar el viernes en unos nuevos comicios, boicoteados por la oposición, que le dieron el resultado exigido: el 85,51% de apoyo. Ayer mismo se hizo investir presidente a toda prisa y hoy acudirá a la cumbre de la Unión Africana en Egipto. Será la hora de la verdad para ver hasta dónde llega realmente su aislamiento internacional.

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La miseria de Zimbabue -80% de paro, 1.400.000% de inflación, violencia de Estado, etcétera- ha adquirido tintes surrealistas en esta segunda vuelta electoral, celebrada sin ninguna garantía democrática y sin prensa acreditada (el viernes, día de la votación, fueron detenidos 10 periodistas en Harare, según The Standard, vinculado a la oposición): Zimbabue debe de ser el único país del mundo en el que se obliga a la oposición a presentarse, pese a que su líder y ganador de la primera vuelta, Morgan Tsvangirai, se retiró de la carrera y está refugiado en la Embajada de Holanda.

El régimen mantuvo a Tsvangirai en las papeletas y ayer Mugabe hizo como que éste se había presentado: "Hemos logrado una arrolladora victoria en todo el país. Hemos ganado incluso en las 26 circunscripciones de Harare, un feudo de la oposición, donde en marzo únicamente ganamos en cuatro", dijo en televisión. El resultado oficial incluso otorga a Tsvangirai el 10% de los votos. En otro gesto surrealista, Mugabe dijo tender la mano a su rival, al que sus matones han encarcelado cinco veces en un mes. ¿Cómo? Invitándole a su toma de posesión ayer mismo, y prometiendo "diálogo".

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Tsvangirai, al que se le han robado sistemáticamente todas las elecciones disputadas desde 2002, reclamó apoyo a la comunidad internacional para forzar elecciones democráticas. Incluso dejó abierta la posibilidad de que Mugabe ocupe una presidencia puramente honoraria, sin poderes reales, pese a que las milicias gubernamentales han desplegado una campaña de violencia en todo el país tras la primera vuelta de marzo que ha causado 100 muertos -una prestigiosa ONG local eleva la cifra a 500-, miles de torturados en campos de reeducación y 200.000 refugiados.

Occidente ha condenado con gran dureza al régimen de Mugabe, pero la clave se encuentra en África, donde el dictador conserva en determinados sectores un aura de libertador contra el imperialismo y el racismo. Por esto es tan importante la reunión que la Unión Africana celebra hoy en Egipto, a la que Mugabe tiene previsto asistir como si nada.

La UA está dividida: en un gesto insólito, algunos países (Botsuana, Zambia o Tanzania) se han mostrado muy críticos con su vecino. Pero otros -sobre todo donde gobiernan los antiguos movimientos de liberación casi como partido único, como Angola o Suráfrica- quieren pasar página cuanto antes, aceptar los hechos consumados y promover un acuerdo como el que hubo en Kenia tras la ola de violencia por el fraude electoral del pasado diciembre: en este país, el presidente prooccidental, Mwai Kibaki, conservó la presidencia pese a las evidencias de fraude, y el auténtico ganador, Rail Odinga, tuvo que conformarse con el puesto de primer ministro, con poderes muy limitados.

Odinga ha sido precisamente el más contundente en su condena a Mugabe: pidió el envío de soldados de la UA en Zimbabue. La intervención militar -hasta hace poco, anatema en casi todos los países africanos- fue también defendida ayer sin ambages por una de las figuras africanas más respetadas: el arzobispo surafricano y premio Nobel de la Paz Desmond Tutu. Eso sí, bajo bandera de la ONU.

En Bulawayo, el feudo de la oposición -400 kilómetros al oeste de Harare- nadie parecía prestar atención al resultado. "Incluso Mugabe sabe que el pueblo no le quiere más, porque ya se lo dijimos en marzo", explica un hombre que hace cola para comprar una barra de pan en el centro de la ciudad, de un millón de habitantes. Es muy difícil en Bulawayo encontrar pan, que ayer costaba la fortuna de 7.000 millones de dólares zimbabuenses (el salario mensual de un maestro es de 6.000). Por eso, cuando llegó un coche de la policía cargado de pan de molde, la gente empezó a correr y se formó una fila increíblemente ordenada junto al vehículo. Aquí se odia a la policía, que a menudo intenta granjearse apoyos distribuyendo comida.

"Tenemos preocupaciones más importantes que escuchar esos resultados. Por ejemplo, tratar de encontrar algo para comer hoy", explica Gertrude al salir de misa del templo católico de St. Anthony, en las afueras de Bulawayo, dirigido por un párroco español, Ricardo Dávila. La gran mayoría de las iglesias estaban ayer llenas -protestantes, católicas: todas- de gente que trata de agarrarse a alguna esperanza después de años terribles de violencia y miseria: el producto interior bruto es hoy apenas el 10% de lo que era en 2000 y la esperanza de vida ha caído de 60 a 35 años (en los hombres roza los 40) desde que Mugabe alcanzó el poder, en 1980.

"¡100% independientes!", proclaman unos pocos carteles distribuidos por los partidarios de Mugabe en el centro de Bulawayo. Pero aquí nadie festejó esta extraordinaria victoria.

Mugabe, en el centro, durante la ceremonia de investidura como presidente ayer en Harare.
Mugabe, en el centro, durante la ceremonia de investidura como presidente ayer en Harare.AFP

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