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Violencia en Pakistán

Musharraf escapa a un atentado en pleno asedio militar de la Mezquita Roja

El presidente paquistaní afronta la amenaza de los islamistas que retienen a cientos de estudiantes

Un grupo armado abrió fuego ayer contra el avión del presidente de Pakistán, Pervez Musharraf. Las fuerzas de seguridad recuperaron dos cañones antiaéreos y una ametralladora abandonados en el tejado en un populoso barrio de Rawalpindi, ciudad donde tuvieron lugar los otros dos intentos de asesinato de Musharraf. Fuentes oficiales aseguran que los disparos no alcanzaron el avión ni estuvieron siquiera en su línea de vuelo. "Fue un intento fallido", reconocieron. Este ataque contra el hombre sobre el que Occidente ha depositado parte de sus esperanzas en la lucha contra los talibanes en Afganistán coincide con el asedio de la Mezquita Roja de Islamabad, donde decenas de radicales están rodeados por el Ejército desde hace cuatro días.

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"[Los milicianos] huyeron con rapidez. Nuestros cuerpos de seguridad siguen investigando", dijeron fuentes oficiales a la agencia Associated Press. Los disparos contra el avión presidencial se efectuaron desde el barrio de Asghar Mall. Muchos de sus habitantes escucharon unas explosiones entre las 10 y las 10.15 de la mañana, hora local. "Fueron tan fuertes que nos asustamos. Pensamos que alguien nos estaba atacando", aseguró Ilyas Goga. Después de los disparos, dos o tres hombres escaparon en una motocicleta al grito de Alá es grande pronunciado en lengua árabe, explicaron los vecinos.

Las fuerzas de seguridad paquistaníes acordonaron la zona. Un fotógrafo de Reuters dijo haber visto los dos cañones antiaéreos colocados sobre unas parabólicas de televisión por satélite que les servían de peana. Goga explicó que la vivienda había sido alquilada hace unos días. Otros añadieron que en ella vivían unos hombres con barba (sin precisar el número), una mujer y dos niños.

El avión del general Musharraf, que había despegado de una base militar de Rawalpindi, aterrizó sin problemas en el suroeste de la provincia de Baluchistán, donde se han producido graves inundaciones y donde visitó las zonas más afectadas.

Musharraf es un aliado de Estados Unidos que llegó al poder en un golpe de Estado en 1999 y que ha desempeñado un papel clave en la derrota de los talibanes en Afganistán en diciembre de 2001. Ha sufrido al menos dos atentados, ambos con el sello de grupos islamistas próximos a Al Qaeda.

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Las autoridades no han querido relacionar el intento de magnicidio con el cerco en Islamabad de la Mezquita Roja, tomada desde hace cuatro días por decenas de islamistas armados. Musharraf no se ha pronunciado sobre la crisis, pero se sabe que ha pedido al Ejército que tenga paciencia y dé el máximo tiempo posible a los padres para que recuperen a sus hijos, que se encontraban en la madraza (escuela coránica) del templo.

El actual líder de la revuelta, el clérigo Abdul Rashid Ghazi, ofreció ayer una solución pacífica a la crisis a cambio de su inmunidad. La oferta fue rechazada por el Gobierno. Ghazi replicó con un duro comunicado en televisión: "Seremos mártires. No nos rendiremos jamás. No nos van a capturar".

Huida bajo un 'burka'

Otras fuentes ponen en duda que Ghazi controle la situación. Su hermano, Maulana Aziz, el verdadero líder espiritual de la mezquita, fue detenido el miércoles cuando trataba de huir escondido bajo un burka. El ministro de Asuntos Religiosos, Ejaz-ul Haq, sostiene que existe un sector duro formado por una veintena de radicales que impide cualquier rendición, incluso la de Ghazi.

El Gobierno mantiene la presión militar sobre Lal Masjid, o la Mezquita Roja, exigiendo la rendición incondicional de todos los ocupantes. Desde el miércoles están cortados los suministros de electricidad, gas y agua. Decenas de comandos del Ejército se encuentran en el exterior en espera de la orden de atacar. La policía, que ha acordonado la zona con cientos de efectivos, estima que en su interior hay entre 400 y 500 personas (la mitad mujeres estudiantes y profesores).

El Ministerio del Interior eleva a 60 el número de milicianos armados con fusiles de asalto, granadas de mano y diversos explosivos. Los considera muy peligrosos. Asegura que los radicales utilizan a los alumnos como escudos humanos.

Varios helicópteros sobrevolaron ayer la Mezquita Roja. Hubo dos explosiones y varios intercambios de disparos que no suelen durar más de media hora. Después, cuando callan las armas de ambos lados, el Ejército ofrece a través de altavoces garantías de seguridad para los que decidan entregarse.

Dos estudiantes que trataron de escapar ayer fueron abatidos por milicianos. Otras 10 personas resultaron heridas cuando varios padres trataban de acercarse a los muros para recoger a sus hijos. El martes perdieron la vida 19 personas en los enfrentamientos que se produjeron en el exterior del templo y que dieron inicio a la crisis.

A pesar del éxito del miércoles, cuando unos mil estudiantes se rindieron y el jefe de la mezquita trató de escabullirse entre la multitud cubierto por un burka, el Ejército sabe que ya no habrá más milagros y que se enfrenta a milicianos muy radicalizados que quieren imponer la versión más rigorista del Islam a Pakistán y no parecen dispuestos a deponer las armas. Un chico llamado Ashraf Swati, de 15 años, que logró escapar, contó a la agencia Reuters que los mayores impiden salir a los más jóvenes, que apenas hay comida, que los cuerpos de los muertos están tirados en medio del suelo de la mezquita y que los milicianos amenazan con una gran matanza si son atacados.

El presidente Musharraf (derecha) se dirige a las víctimas de las inundaciones en la localidad de Turbat, en la provincia de Baluchistán, a 550 kilómetros al oeste de Karachi.
El presidente Musharraf (derecha) se dirige a las víctimas de las inundaciones en la localidad de Turbat, en la provincia de Baluchistán, a 550 kilómetros al oeste de Karachi.REUTERS

En el punto de mira integrista

El ataque sufrido ayer en Rawalpindi por el presidente de Pakistán, Pervez Musharraf, se suma a la lista de dos atentados frustrados y varios complós desbaratados que han jalonado su trayectoria en el poder, al que llegó en 1999 mediante un golpe de Estado. Los islamistas radicales no le perdonan ni su decisión de poner fin al apoyo dado a los talibanes, tras los atentados del 11 de septiembre, ni sus intentos por lograr un acuerdo de paz con India sobre Cachemira.

Los dos atentados fallidos se produjeron, igual que el de ayer, en Rawalpindi, ciudad militar cercana a Islamabad, la capital. El 14 de diciembre de 2003, una bomba hizo saltar por los aires un puente que Musharraf acababa de cruzar. En su autobiografía, el mandatario paquistaní asegura que la explosión levantó su vehículo por los aires.

Apenas 11 días después, y en esa misma carretera, varios terroristas suicidas, a bordo de camiones bomba, se lanzaron contra la caravana presidencial. El coche de Musharraf, muy dañado y salpicado de sangre, logró abrirse camino en medio de la carnicería. Catorce personas murieron en el ataque.

La Corte Suprema paquistaní confirmó, tres años más tarde, la condena a muerte de 12 acusados por ambos atentados, entre los que figuraban soldados y civiles. El cerebro de los ataques, Abu Faraj Farj al Liby, número tres de la red terrorista Al Qaeda, fue detenido en 2005, cuando la policía desmanteló una conspiración para un nuevo atentado.

Ya en 2002, tres islamistas habían sido capturados por planear el asesinato del presidente. Pertenecían al grupo Harkat-ul Muyahidin, autor de un atentado perpetrado ese año junto al consulado de EE UU en Karachi, que acabó con la vida de 12 paquistaníes.

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