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Reportaje:La nueva Suráfrica

Nacidos libres

La desigualdad se perpetúa y se ceba con los jóvenes de los guetos

Su normalidad es deliciosa. Arrastran los pies por los centros comerciales y miran escaparates sin comprar nada. Camisetas rosa y sandalias a juego. Calzoncillos asomando por los pantalones y deportivas de marca. Estudian o trabajan y se saben por ello privilegiados. Cuando Nelson Mandela fue liberado, hace 20 años, dejaban los pañales, empujaban un triciclo o acababan de nacer y la figura del gran hombre les ha acompañado toda su vida, tan cercana o más que la de sus abuelos. El futuro es suyo y estos jóvenes, blancos y negros, lo saben.

Pero esta normalidad, deliciosa por imposible hace sólo dos décadas, se acaba cuando se abandonan los centros urbanos y se llega a los guetos, donde el paro y la pobreza abortan los sueños. El futuro es de otros y los jóvenes lo saben. La liberación de Mandela no ha supuesto ningún cambio para ellos, dicen con frustración. Una declaración terrible, dolorosa para una generación nacida libre, pero presa de la desigualdad económica que se perpetúa en la Suráfrica posapartheid.

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En el centro comercial, Mike Ramathwala, de 21 años, habla de Tata Madiba (apodo de Mandela, papá Madiba). "Estaremos para siempre en deuda con él, con los que lucharon contra el apartheid. Soy el primero de mi familia en ir a la universidad", dice. Ramathwala va a ser médico. Estudia en Ciudad del Cabo procedente del otro extremo del país, la provincia de Limpopo, rural, pobre. Sabe que queda mucho por hacer: "Gran parte de la economía está en manos de blancos y muchos todavía no se han arrepentido de lo que hicieron". Disculpa las corruptelas del Gobierno del Congreso Nacional Africano (ANC, en inglés): "Ellos venían del exilio o de la clandestinidad, no sabían de finanzas, de corrupción. Será nuestra generación la que acabe con la corrupción".

Optimismo también el de Ashren Goliath, que es cajera en un supermercado, "pero esto sólo es para ahorrar y poder estudiar teatro". Es coloured y habla con el acento cantarín de los mulatos del Cabo. Tiene 20 años y nada del victimismo que se percibe en los guetos coloured: "No creo eso que se dice de que no éramos lo suficientemente blancos durante el apartheid y no somos lo suficientemente negros ahora [para tener poder político o económico]. Aún hay algo de racismo, pero no como antes. Las cosas han mejorado y tenemos más oportunidades". Ashren se queja del crimen, que domina los guetos de las ciudades, y de las drogas.

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Convence también el espíritu de Seth Brumer, de 22 años. Empezó su primer trabajo como cocinero ayer. Pero no se queda ahí: "Me gustaría ser periodista". Como todos los veinteañeros, oyó hablar de Mandela en casa y lo estudió en la escuela, donde compartía aulas con compañeros negros. "Creo que nuestra generación apoya más los ideales de Mandela que nuestros padres".

Mike, Ashren o Seth son una minoría. Alrededor del 60% de los jóvenes surafricanos de entre 15 y 24 años está en el paro, una bomba de relojería de consecuencias imprevisibles, según muchos analistas. Y en los guetos el porcentaje puede dispararse hasta el 75% o el 80%. Phelo Makalani y Zukisani Biko tienen 20 y 25 años, respectivamente. Hablan en una chabola del gueto de Khayelitsha, el más grande de Ciudad del Cabo, reconvertida en un museo del apartheid. Bajo el puño alzado de Mandela y un algo incongruente póster del Che Guevara, optimismo y energía desaparecen, bienes sin demanda en los guetos.

Zukisani ya ha pasado tres veces por prisión: "Sólo he trabajado cuatro meses, empujando carritos en un supermercado". Dejaron la escuela a los 12 años. No podían permitírsela. Los padres de Zukisani y el padre de Phelo han muerto. Nadie habla de las causas, pero el fantasma del sida planea en la chabola. Phelo vive con cuatro hermanos y con su madre, la única que trabaja, 14 euros por día como criada, tres días a la semana. "Mi madre reza para que encuentre trabajo. Pero necesito dinero para el transporte a la ciudad, para buscar trabajo. Y no quiero robar. Lo hice antes. A los 15 años robaba en el gueto a las señoras que iban a pagar la electricidad, los sueldos de la gente los viernes. Mi familia me da de lado por eso". Dependen de limosnas de familiares, de amigos, "durante el día nos sentamos en una esquina, no hacemos nada".

Phelo querría ser mecánico: "Trabajé una vez, seis meses, como chapista". Le gustó. Son pequeños y delgados y cuesta imaginarlos en la cárcel o cometiendo un robo. Hablan quedo, observan mucho el suelo y vacían la mirada con frecuencia, acostumbrados a la nada. "Sé de Mandela, en casa se habla de lo que hizo, pero no puedo decir que mi vida haya cambiado por él", se lamenta Zukisani. "¿Nacidos libres?", se pregunta Phelo, "las cosas siguen igual, no soy libre, no lo seré hasta que tenga un trabajo y pueda mantenerme por mí mismo".

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