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Columna
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Nos vemos en Asia

Al principio, Europa fue un problema. Pero Washington lo solucionó. Cierto que hicieron falta dos guerras mundiales y el Plan Marshall. Tan monumental esfuerzo bélico y económico tuvo un rendimiento sin igual ya que EE UU pudo contar con un portaaviones de tamaño continental desde el que contener a la Unión Soviética. Europa se convirtió así en un gran activo en manos de Washington. Los europeos quedaron doblemente agradecidos: primero porque el tejado que les proporcionó Estados Unidos les permitió preservar su libertad, prosperar y sentirse seguros; segundo, porque al convertirse su territorio en el escenario principal de la guerra fría, pudieron ignorar su declive y pensar que todavía eran relevantes.

Europa, hoy por hoy, no es una potencia global, sino apenas regional

En el apogeo de la presencia militar estadounidense en Europa (1957), Washington llegó a tener 438.859 soldados estacionados en Europa. En 1989, antes de caer el muro de Berlín, todavía había 315.434. Solo por Alemania habrían pasado diez millones de soldados estadounidenses entre 1950 y 2005.

El fin de la guerra fría, con la consiguiente unificación del continente, engarzada sobre una unificación alemana que, dadas las reticencias franco-británicas, no hubiera tenido lugar sin el apoyo decidido de Bush padre, dio un nuevo subidón de ánimo a los europeos y les empujó todavía más en brazos de Washington. Estados Unidos se convirtió en una hiperpotencia, asomándose a la culminación de su destino manifiesto como "ciudad en la colina" a la que todos admirarían. Aunque el paso de la bipolaridad a la unipolaridad levantara ampollas en muchas partes del mundo, los europeos eran quienes más destinados estaban a beneficiarse de la hegemonía estadounidense. Un mundo basado en mercados abiertos y asentado en reglas de comercio multilaterales ofrecía al proyecto europeo el mejor nutriente en el que desarrollarse y triunfar.

Tan bien comenzó a irles a los europeos en ese nuevo orden que, a finales de la década de los noventa, con el euro en la mano y la ampliación al Este a la vista, hubo quienes en Washington comenzaron a preguntarse si, por casualidad, no habría un momento en el que los europeos acabarían por fungir su inmenso poder económico en un poder global paralelo al estadounidense. El euro, la ampliación, los intentos de los europeos de constituir una identidad de defensa dentro de la OTAN; la rivalidad entre Airbus y Boeing o el arrojo de la Comisión Europea al atreverse a sancionar a las principales compañías estadounidenses (caso Microsoft), comenzaron a iluminar a Europa como un desafío digno de tener en cuenta, al menos en la dimensión económica.

Pero, como sabemos, EE UU dilapidaría su hegemonía en una respuesta desproporcionada al 11-S, concebido equivocadamente como el Pearl Harbour del siglo XXI cuando en realidad era un coletazo del siglo XX. Así que mientras Washington se enredaba en lo que parecía un choque de civilizaciones con el mundo musulmán y Europa entraba en crisis, a ambos se les escapaba del radar el auge de China e India, que configuraban el siglo XXI como un siglo asiático. En ese siglo hay ya, en primer plano, una gran competencia económica, política y estratégica entre Estados Unidos y China y, en segundo plano, un espeso tráfico que gestionar entre Estados en auge (muchos y muy variados, sobre todo fuera de Europa) y Estados en declive (casi todos en Europa, incluyendo, como incógnita, Rusia).

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De momento, Estados Unidos no está en declive, al menos irreversible, pero está viviendo un momento sputnik: no se esperaba un siglo asiático, y menos un mundo posamericano. Por más que algunos halcones, deseosos de comprar a la industria de defensa una bonita guerra fría con China, empujen a ello, no se trata de buscar un nuevo enfrentamiento, sino de enganchar a Estados Unidos a un nuevo vagón de crecimiento y liderazgo. Obama ha sido el primer presidente que ha visto claramente la necesidad de reorientar las capacidades económicas, tecnológicas y militares de Estados Unidos hacia Asia, consciente de que ese será el lugar donde se decida su supervivencia como líder. Por eso, hoy en día, cuando apenas quedan 81.000 soldados estadounidenses en Europa, la retirada de dos brigadas adicionales, anunciada en paralelo al compromiso de reforzar la presencia militar de EE UU en Australia, constituyen dos caras de la misma moneda. Son movimientos que obligan a Europa a asumir una verdad incómoda: que, hoy por hoy, no es una potencia global, sino apenas regional, con muy limitada capacidad de influencia incluso en sus fronteras orientales o mediterráneas. Nos vemos en Asia, parece querer decirnos Obama. Avisad cuando estéis listos.

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