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Reportaje:REPÚBLICA CHECA | FRICCIONES CON BRUSELAS | Veinte años de la caída del Muro

Praga no supera su escepticismo

El país traslada a la UE su tradicional desconfianza hacia poderes extranjeros y teme las reivindicaciones alemanas en los Sudetes

Cristina Galindo

Para salirse con la suya en Europa, el presidente Václav Klaus ha agitado uno de los fantasmas del pasado que aún perviven en la memoria de la República Checa: el temor al retorno de los alemanes. Ni cuando intentó bloquear el Tratado de Lisboa alegando que su país salía perdiendo con el nuevo sistema de voto, ni cuando advirtió de que la soberanía checa estaba amenazada, consiguió este economista ultraliberal reunir el apoyo mayoritario de la población en su cruzada euroescéptica... "Hasta que, el mes pasado, mencionó la palabra mágica: los Sudetes", ironiza Jiri Pehe, uno de los analistas más reputados del país, en su despacho en Praga. A los pocos días, una encuesta de la firma Median afirmaba que dos tercios de los checos apoyaban la ofensiva en defensa de ese territorio.

Tras sufrir siglos de dominio exterior, la gente teme depender de Bruselas
"En la UE tomamos lo bueno sin dar nada a cambio", dice un diputado 'verde'

A pesar de que han transcurrido más de 60 años desde la expulsión (tras la II Guerra Mundial) de tres millones de alemanes de este territorio, que bordea la frontera checa con Alemania y Austria, los Sudetes se han situado en el centro del debate político europeo. Es un tema sensible todavía aquí en Praga. Como condición para firmar el Tratado de Lisboa, el controvertido Klaus ha exigido que se excluya al país de la Carta de Derechos Fundamentales, que permite al Tribunal Europeo de Justicia revisar las sentencias de los jueces nacionales. El objetivo, según él, es evitar que los descendientes de aquellos alemanes expulsados entre 1945 y 1947 exijan ahora compensaciones.

¿Era necesario abrir viejas heridas? "El presidente ha tratado de aliviar las consecuencias negativas del Tratado de Lisboa imponiendo estas excepciones", afirma Petr Mach, que a finales del año pasado dejó su puesto como asesor de Klaus para formar el Partido de los Ciudadanos Libres, una pequeña formación euroescéptica muy cercana al presidente checo, pero que no tiene representación parlamentaria. La mayoría de los expertos han asegurado, una y otra vez, que el tratado no tiene carácter retroactivo y, por tanto, rechazan por infundados los temores de Klaus. Pese a todo, Mach insiste en que habrá demandas.

Es verdad que existen ciertos temores a que Alemania exija compensaciones, sobre todo en el territorio afectado, pero un paseo por las calles de Karlovy Vary, la ciudad balneario de Bohemia, sirve para mostrar por qué los críticos afirman que las precauciones de Klaus son extemporáneas. Antes de la II Guerra Mundial, era la localidad más importante de los Sudetes y siete de cada diez habitantes eran alemanes. Ahora, está casi todo en manos de capital ruso. Buena parte de los hoteles, las tiendas de ropa, las joyerías... son propiedad de empresarios de Moscú. En la calle, hay carteles en ruso.

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No sólo eso: aunque a veces sea menos visible, las empresas alemanas están presentes en todo el territorio checo. El flujo de inversiones alemanas es uno de los principales en la República Checa. "Además, los particulares alemanes que están interesados en recuperar propiedades ya están comprando", explica Jiri Schneider, experto del Instituto de Estudios de Seguridad de Praga.

La vía judicial no ha dado frutos hasta ahora. Tanto los tribunales checos como los eslovacos han paralizado todas las iniciativas destinadas a recuperar las tierras o ser compensados. También hay precedentes legales en la justicia europea, que ha desestimado las reclamaciones de descendientes de alemanes expulsados de Polonia en 1945.

"Lo de los Sudetes es un pretexto", continúa Schneider. "Mencionar los Sudetes siempre es popular, y ningún partido va a criticar a Klaus por esto, pero en el fondo la mayoría de los ciudadanos, incluidos los de los Sudetes, ven que han pasado muchos años desde la guerra, que ya están en la UE y que pueden viajar sin pasaporte". Una vez más el pragmatismo dirige la vida de la mayoría de los checos. Las encuestas muestran que el país está encantado de haber entrado en la UE, pero por motivos siempre muy prácticos.

"Nuestra relación con la UE se basa esencialmente en tomar todo lo ventajoso y no dar nada a cambio", explica Matej Stropnicky, miembro del Partido Verde. "Pero no creo que seamos un país de euroescépticos, sino más bien un país escéptico", concluye.

La mayoría de los ciudadanos de la República Checa contestará lo mismo. Las razones de tanto escepticismo hay que buscarlas hace más de 20 años atrás, antes de la caída del telón de acero.

"Nuestra historia ha sido muy complicada", explica Jiri Pehe, director de la Universidad de Nueva York en Praga. "Desde 1620, salvo contadas excepciones, la República Checa ha sido una provincia dependiente de un poder exterior. Primero, Viena; luego, Moscú... ¿Ahora Bruselas?, se pregunta la gente. Están a la defensiva. No se fían de lo que venga de fuera", afirma Pehe, que añade que la convulsa historia del país ha acabado con las élites.

"Cuando todo el mundo en el bar piensa, mientras ve las noticias en la televisión, que lo haría mejor que sus líderes, es que algo falla", concluye Pehe.

Turistas en el Puente de Carlos, en Praga.
Turistas en el Puente de Carlos, en Praga.GEMA GARCÍA

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Sobre la firma

Cristina Galindo
Es periodista de la sección de Economía. Ha trabajado anteriormente en Internacional y los suplementos Domingo e Ideas.

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