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Presidente para todo

La incapacidad de Sarkozy para delegar en los miembros de su Gobierno pasa factura a su imagen pública

Antonio Jiménez Barca

A Sarkozy le critican algunos de sus fieles no guardar cierta altura presidencial, esto es, no comportarse como un auténtico presidente de la República. Le achacan el enredarse en demasiadas guerras, el exponerse mucho y recibir bofetadas que debería evitar. Su personalidad expansiva e hiperactiva, su carácter omnívoro, sus ganas de estar en todos los sitios al mismo tiempo le conducen a ello.

Sus ministros han visto con frecuencia cómo el presidente les robaba a la vez el protagonismo, la gloria y los palos. Un ejemplo: en julio, ante el espectáculo bochornoso de la selección francesa de fútbol en el Mundial de Sudáfrica (huelga de jugadores, insultos al entrenador, resultados calamitosos...), Sarkozy tomó cartas en el asunto y recibió en el Elíseo al capitán del equipo, Thierry Henry, para convocar después una reunión con los ministros involucrados. Así en todo.

El primer ministro, sin mucho carisma, está por encima en las encuestas
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Sarkozy corre hacia la nada

La figura del primer ministro francés sirve de fusible, a fin de cortocircuitar en su figura una posible subida de tensión en el país y que esta no achicharre al presidente. Esta regla no vale con Sarkozy: a estas alturas, François Fillon, primer ministro francés, calmado, tranquilo, ecuánime, sin mucho carisma pero sin grandes meteduras de pata, que ha logrado con habilidad esquivar el resbaladizo tema de la deportación de gitanos, se encuentra por encima del presidente de la República en las encuestas.

Claro que si hay un asunto en que Sarkozy no delega mucho, ese es el de la seguridad. De ahí que él mismo pronunciara y asumiera el famoso discurso de Grenoble, el 30 de julio, en el que ya advirtió que iba a ordenar desmantelar los campamentos de gitanos rumanos. El actual jefe del Estado francés adquirió categoría de líder presidenciable al frente de su Ministerio favorito, el de Interior. Y el actual ministro del ramo es Brice Hortefeux, un viejo amigo y colaborador político de Sarkozy desde hace más de 35 años, padrino de uno de sus hijos, seguidor leal, agazapado siempre a la sombra del líder.

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Hortefeux fue condenado hace meses por injurias raciales tras comprobarse que había dicho en septiembre de 2009 "un árabe está bien, lo malo es cuando hay muchos, entonces llegan los problemas" delante de un grupo de militantes de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), el partido de Sarkozy. Su jefe de gabinete, Michel Bart, fue el que firmó el 5 de agosto la famosa circular destinada a los prefectos de policía en la que se les ordenaba desmantelar los campamentos de inmigrantes irregulares "tomando como prioridad los de los gitanos rumanos" que desató la polémica en Bruselas.

Además de no delegar mucho en sus ministros, Sarkozy colocó a todo su Gabinete en cuarentena al advertir, antes del verano, en una de esas comidas que lleva a cabo con diputados de su partido y de la que se escapan las peores confidencias, que en el otoño se disponía a cambiar el Gobierno. De este modo, los ministros trabajan en entredicho, sin saber si seguirán o no seguirán, como explicaba hace un par de semanas una fuente del Ministerio de Asuntos Exteriores.

Algo así le pasó al ex seleccionador Raymond Domenech, al que la Federación Francesa de Fútbol comunicó su relevo antes de disputar el Mundial, con los resultados conocidos.

El nuevo Gobierno se hará público, según varias informaciones aparecidas en la prensa francesa, a mediados de noviembre. Será el encargado de arropar a un Sarkozy debilitado, hundido en los sondeos, hasta las elecciones de 2012. Deberá encargarse, entre otras cosas, de investirle de esa altura presidencial que sus fieles echan en falta. No solo sus fieles. El periodista Jean Daniel, fundador del semanario Le Nouvel Observateur, escribió hace dos semanas: "Ha querido amenazar y disuadir, no convencer. El ex ministro del Interior ha reemplazado al presidente".

Gitanos deportados llegan a Bucarest.
Gitanos deportados llegan a Bucarest.REUTERS

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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