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GUERRA EN LOS BALCANES

Tuzla, la hora de la esperanza

Civiles y "cascos azules" trabajan febrilmente para reabrir el aeropuerto de la asediada ciudad bosnia

Ramón Lobo

La apertura oficial del aeropuerto de Tuzla parece inminente. Cuestión de días. La fecha de la inauguración es casi un secreto de Estado. Nadie quiere hablar de ello. El jefe de la Fuerza de Protección de la ONU (Unprofor) en Bosnia, el general Michael Rose, realizó ayer una breve visita a sus instalaciones. Llego en helicóptero procedente de Kiseljak. "Ha podido comprobar por sí mismo que todo está preparado para recibir el primer avión", aseguró más tarde el teniente coronel danés Hans Jorgen Nielsen, jefe de operaciones del aeropuerto. "Se ha mostrado muy satisfécho", añadió. Nielsen no quiso especular sobre fechas de apertura. "Será cuando los políticos tomen la decisión". Preguntado por su pronóstico personal, señaló: "Espero que sea cuestión de días".El aeropuerto de Tuzla se encuentra a 10 kilómetros al sur de la ciudad y a ocho de las trincheras serbias. En él trabajan febrilmente, desde el 7 de marzo, una compañía del batallón nórdico (Nordbat) y 70 civiles reclutados en los alrededores. Los quitaminas daneses, dos imponentes blindados blancos armados de unas sofisticadas palas capaces de retirar explosivos, remueven la tierra como el arado de un campesino. Uno de los ramales de la pista, de más de 60 metros de ancho, y por el que descargarán ayuda humanitaria los futuros aviones, ha sido limpiado palmo a palmo.

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"Sabemos que el aeropuerto está minado en diferentes puntos", confiesa el capitán Malin, portavoz del Nordbat. "Ahí detrás [y señala un bosquecillo al otro lado del ramal], una niña de ocho años resultó gravemente herida hace 10 días al pisar una mina antipersona". La gente de Dubrave, que es donde está situado el aeródromo, desafía el peligro para adentrarse unos metros en el bosque que rodea las instalaciones y cortar leña para combatir el invierno.

Tras ocho días bajo el control de Unprofor, el aeropuerto ya está preparado para recibir un primer avión: el de las autoridades que desean asistir a su pomposa reinauguración. "Ahora la decisión es política", dice Malin. Los primeros aviones en llegar, una vez que sea reabierto de forma oficial, deberán traer toda suerte de aparatos y personal especializado. "Desde el acto oficial al primer vuelo humanitario transcurrirán entre tres y cinco sernanas", asegura.

Construido por orden del presidente Tito en 1962, el aeródromo no es un complejo civil, como el de Sarajevo. Es una instalación militar. La segunda en importancia de la extinta Yugoslavia. Está repleta de grandes hangares camuflados bajo costosísimas montañas artificiales tocadas de maleza natural. En la zona del bosque hay al menos cuatro. Tienen los portones blindados abiertos de par en par y los techos llenos de pájaros. Su vuelo asustadizo hace eco. No hay edificios civiles, excepto un vetusto caserón de color amarillo, más propio de una sala de interrogatorios de la guerra fría que de recepción de invitados.

"Con la apertura del aeropuerto esperamos incrementar en un 15% la ayuda humanitaria en la región de Tuzla", asegura Robin Ziebert, responsable del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Tuzla. "En noviembre, con la llegada del invierno y debido a las dificultades [combates en diversos puntos de la carretera] en Bosnia central, sólo pudimos cubrir el 13% de las necesidades de la gente", reconoce Ziebert. "Estas cifras han mejorado en diciembre y enero y, si todo marcha bien, en abril podríamos introducir 1. 150 toneladas al mes por vía aérea y alcanzar un 35% de cobertura". Los aviones no van a sustituir a los convoyes terrestres, que tardan dos días en hacer los cerca de 600 kilómetros que separan Split de Tuzla, sino que los van a complementar, afirman en ACNUR.

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La torre de control del aeropuerto parece un torreón medieval, tieso en medio de unos arbustos, a la izquierda del ramal de entrada de los futuros aviones. Tiene cuatro plantas. A la última se asciende por una angosta escalera de hierro rojo en forma de caracol. La mesa de mandos, desde la que se guían los aterrizajes y despegues, es un semicírculo de madera ajada. Por instrumentos, sobresalen en un extremo cuatro enchufes oxidados y dos botones inservibles. Los cables que cuelgan están cortados. No hay electricidad. "Poner esto en condiciones no será un gran problema",, dice el capitán Malin.

Cristales nuevos

Los cristales son nuevos. Acaban de ser colocados por Unprofor y ya están rebosantes de moscones negros. "Cuando llegamos el 7 de marzo no había ni un solo cristal en pie", confiesa el capitán. Las muecas de la metralla han sido rellenadas con prisa de cemento pálido. Ahora parece la cara de un jovenzuelo llena de pomada para los granos.

Fuera de la sala de la torre de control hay una barandilla, como las de torreta de vigilancia en un campo de prisioneros. En ella, un casco azul danés observa entretenido a través de unos grandes prismáticos. Están. orientados en dirección a las líneas serbias. No deja mirar por ellos. Acepta tras mucha insistencia, pero cambia el objetivo. "¿Quieres mirar a nuestros [carros de combate] Leopard?". Hay dos. Uno en cada extremo de la pista. Entre ambos, un buscaminas labra el terreno próximo a la zona de despegue y aterrizaje, de 2.400 metros de long¡tud. Al lado opuesto, en el punto más alejado de los serbios, un grupo de civiles limpia con entusiasmo el cemento de papeles. Lo hacen a mano. Armados de una simple bolsa de plástico. Para ellos, el aeropuerto es una ventana a la esperanza.

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