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TRAGEDIA EN LOS GRANDES LAGOS

Los maimais no hacen prisioneros

Ramón Lobo

ENVIADO ESPECIAL"Los maimais no hacen prisioneros", proclama orgulloso Janvier, un soldado del ejército rebelde de Zaire. Tiene 21 años. Sus manos adolescentes, sin venas casi, entrelazan con mimo un Kaláshnikov de segunda mano. Viste boina negra y uniforme verde oliva. "Están en las montañas", dice. Y apunta con la barbilla hacia la cordillera volcánica del Virunga, un paraje de ensueño. "Cuando les rodeamos, se rinden tras unas horas de lucha; después les matamos".

Janvier habla por experiencia. Es un guerrero. Y está muy orgulloso. Los maimais son todos muy jóvenes. Casi niños, metidos en la batalla de la vida. El brujo de la aldea les ha introducido una pócima milagrosa en las venas que les hace inmortales en el combate. "Si disparas a un maimais o si le cortas el cuello no puede morir", explica convencido el bueno de Innocent, un zaireño de Goma.

Estos soldados, protegidos por un fetiche, como llaman a la pócima, son luchadores infatigables, temerarios, casi imbatibles. Son la fuerza de choque de los banyamulenges (tutsis zaireños). Junto a ellos luchan otros soldados zaireños, del autodenominado Ejército de Liberación de Zaire. Los tres grupos están unidos en la caza del interhamwe (milicias radicales hutus) y en el odio visceral al presidente de Zaire, Mobuto Sese Seko.

Kofi y Caporal tienen 20 y 22 años. Son rebeldes zaireños. Visten también de verde oliva, boina negra, y llevan Kaláshnikov. No se distinguen de un maimai. Pero es falta la protección mágica del tiche. "No matamos interhamwes. Los hacemos prisioneros y los entregamos, en la frontera Äde Gornaü al Gobierno de Ruanda", dicen sin pestañear, fumándose un ducados de regalo. "Luchamos por la democracia en Zaire", afirma Kofi entre dientes. No sonríen.

No muestran emoción alguna. Son duros. Es arte del uniforme. Son fotocopias inalterables. Dos Rambos curtidos en la dura lucha de la selva. "No tenemos miedo a las tropas de Mobutu. Ya les hemos derrotado y les volveremos a derrotar", dice Caporal.

El jefe militar de Laurent Kabila, el líder de los banyamulenges, Ngandu Kissasse, no quiere confirmar que haya combates en Masisi y en Wai Kali. Ni que sus tropas tomaran ayer Mutenso, unos 200 kilómetros al norte de Goma. Rechaza rotundo la acusación de que sus hombres estén exterminando a los interhamwes y a los soldados del antiguo ejército hutu. "No es nuestro trabajo. Lo que estamos haciendo es rescatar a los refugiados", afirma.

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Víctor Muteinhe, un tutsi espigado, nacido cerca de la frontera de Uganda, no tiene dudas: "De los tres, sólo el maimai Janvier te ha dicho la verdad". Janvier, subido al 4 x 4 de Innocent, no para de hablar. Parece feliz. Se siente importante. No duda en confirmar que tropas ruandesas están ayudando en las labores de limpieza en Masisi. El jueves por la mañana, grupos de soldados ruandeses cruzaron la destartalada frontera de Goma, un nido de taxistas ociosos. Acudían las tropas al frente de batalla perfectamente uniformados. Henchidos de ardor guerrero. Cantando.

En los 35 o 40 kilómetros de pista selvática que discurre entre Sake y Minova hay cientos de soldados con todos los uniformes. Hay mayoría de maimais y soldados zaireños rebeldes. Aquí, en esta área, los banyamulenges son minoría. Se ven algunos Patrol 4 x 4 baqueteados por las montañas y los accidentes que calzan puestos fijos de ametralladoras. Están camufladas en la parte trasera. Dejan entrever un cañón grueso, del tamaño de una pelota de golf. Algunos hombres llevan modernos M- 16, los fusiles de asalto que usa el Ejército de Estados Unidos. Parece que no falta munición.

Kabila, el líder de esta rebelión en las provincias de Kivu norte y sur, duerme en tres o cuatro sitios diferentes. Uno de ellos es el antiguo palacio de Mobutu; otro está en Ginseyi, dentro de Ruanda. Kissasse y su estado mayor utilizan el hotel Meridien, de Gisenyi, para reposar. Decenas de soldados ruandeses dan protección al hotel. Están en el aparcamiento, en el jardín, en el vestíbulo, en los pasillos. Hay evidente relación entre los banyamulenges y el Gobierno de Ruanda.

La carretera de Masisi, al norte de Goma, está cortada. Sólo se puede transitar por ella en los primeros 10 o 15 kilómetros. Los controles de los maimais impiden el paso. "Hay minas", argumentan. Cerca de Masisi, en Wali Kali, los interhamwes y los soldados del antiguo ejército hutu tratan de concentrarse y luchar. "Les están empujando hasta Wali Kali para exterminarles allí", dice la fotógrafa estadouniense Corinne Dufka, una experta en Africa.

Las prisiones de Ruanda están repletas. Más de 85.000 personas esperan hacinadas un juicio por su presunta culpabilidad en el genocidio de 1994. Amnistía Internacional estima que un 35% de ellos son inocentes. Las cachots (comisarías de policía) están saturadas. Se han convertido en cárceles de emergencia. "No es posible hacerse cargo de más prisioneros", dice Claude, un tutsi de Kigali. "Lo más lógico es que les maten en Zaire".

Entre la riada de cientos de miles de refugiados que regresan a Ruanda hay interhamwes. El Gobierno ruandés, controlado por los tutsis, sabe quiénes son. Los tiene localizados en sus comunas. La justicia popular les pasará factura. "Aquí son inteligentes como para no hacer ruido con toda la prensa internacional en Ruanda", dice un diplomático. "Pero si nos ponemos en su lugar entenderemos que acabar con el problema de los interhamwes no es venganza, es la única forma de evitar que la historia se repita".

"Cuando les rodeamos, se rinden tras unas horas de lucha; luego les matamos"

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