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El hundimiento del proyecto europeo

Reino Unido teme quedarse aislado

Londres quedaría fuera de juego si se forma un núcleo duro en torno al euro

La crisis del euro apenas ha afectado la estabilidad de la coalición de conservadores (abrumadoramente antieuropeos) y liberales-demócratas (el partido británico más proeuropeo), aunque tiene potencial para acabar haciéndolo. Lo que ha conseguido la crisis es resucitar el euroescepticismo más chauvinista que palpita en parte del partido tory y desconcertar por completo al primer ministro, David Cameron, que teme que Londres acabe quedándose aislado, sin acceso al núcleo duro que puede acabar formándose en torno al euro.

El primer ministro, David Cameron, es íntimamente euroescéptico. Pero lo es con educación y pragmatismo: nunca empezará una batalla contra la UE si no le es necesario. No solo porque la estabilidad de su Gobierno depende de un socio tradicionalmente proeuropeo, sino porque el estar en el Gobierno te hace ver que es con los Gobiernos europeos con los que más -o, al menos, con los que más veces- te has de entender. Y, como hacía la ex primera ministra Margaret Thatcher (1979-1990), a las guerras se va cuando es necesario: para conseguir el cheque británico (la devolución de parte del presupuesto que aporta el Reino Unido a la UE), por ejemplo. O para modelar al gusto británico la legislación europea.

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Pero la crisis ha puesto a Cameron en una posición inesperada: para que el euro sobreviva necesita, a corto, dinero para los países en apuros y, a largo plazo, más integración económica y fiscal.

Lo primero le va a generar un choque directo con los sectores más euroescépticos del partido. Ya lo tuvo hace unos días: el voto en los Comunes de una propuesta popular a favor de un referéndum sobre la permanencia de Reino Unido en la UE. Aquella votación no era vinculante para el Gobierno y estaba derrotada de antemano. En ese contexto, el hecho de que 80 tories votaran contra el Gobierno tuvo solo una importancia muy relativa. Esta semana puede haber dos votos más significativos para medir el resurgir euroescéptico.

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Por un lado, el incremento del 5% en los presupuestos comunitarios, una medida que se ve en Londres como un absoluto desatino en plena fase de reducción del gasto público. Aún más interesante es la posibilidad de que los Comunes tengan que votar un incremento de la contribución británica al FMI debido a la crisis del euro. La posición oficial del Gobierno es favorable a aumentar su contribución siempre que no vaya directamente al euro, con el argumento más bien peregrino de que los problemas del euro son de los países del euro.

Eso se da de bruces con dos realidades. Una, que los problemas del euro afectan directamente a la economía británica, por lo tanto es de su interés contribuir. Y, dos, que sería una paradoja que Londres ayudara sin rechistar a resolver una crisis financiera en Tailandia, por ejemplo, pero no en Grecia.

A medio y largo plazo, las consecuencias son más sutiles: el peligro de perder influencia en Europa. Cameron ya ha chocado una vez frontalmente con Nicolas Sarkozy durante esta crisis, al echarle en cara el francés que su desapego hacia el euro contrasta con su interés por decir qué han de hacer los países del euro.

En Londres preocupa cada vez más la formación de un núcleo duro en torno al euro que excluya a los británicos. Cameron es invitado educadamente a algunas reuniones, pero durante las críticas discusiones privadas a la hora de cenar, Cameron comparte mesa con Polonia, Suecia, Rumanía y el resto de países que no están en el euro. Y lo primero que ha de hacer Londres para estar en la mesa es pagar la cuenta, como los demás.

El primer ministro británico, David Cameron, en la cumbre del G-20 en Cannes.
El primer ministro británico, David Cameron, en la cumbre del G-20 en Cannes.TOBY MELVILLE (REUTERS)

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