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La Revolución de Octubre gana a las revueltas democráticas

El peso histórico del triunfo bolchevique aún se proyecta sobre los antiguos países de la URSS 90 años después

Pilar Bonet

La sombra de la Revolución de Octubre, de la que se cumplen hoy 90 años, se proyecta estos días sobre la política de Rusia y de países pos-soviéticos, cuyos dirigentes prefieren ignorar aquel acontecimiento histórico, que propicia análisis comparativos entre intelectuales.

El 30% de los rusos apoyaría hoy a los bolcheviques, según una encuesta

En Moscú, el foro de discusión del sociólogo Mark Urnov se planteaba la semana pasada si en la Rusia actual sería posible una revolución contra el sistema del presidente Vladímir Putin. En su mayoría, los polemistas concluían que existe más peligro de desestabilización que de revolución, si baja el precio del crudo o si se extienden por la sociedad las divergencias que agrietan la élite en el poder. "Si hay una revolución en Rusia, no vendrá ni Václav Hável ni Walesa, sino un líder como Mussolini", decía Leonid Gosman, de la Unión de Fuerzas de Derechas.

Si se produjera una revolución como la de 1917, un 30% de los rusos apoyaría activamente a los bolcheviques o colaboraría con ellos (en 1990 eran un 49%), un 23% trataría de escabullirse y un 18% se iría al extranjero, mientras un 6% lucharía en contra, según un sondeo del centro Levada. De 1990 a 2007, los simpatizantes hacia Lenin han disminuido del 67% al 27%. La figura de Stalin, en cambio, se revaloriza. Los que simpatizan con Stalin han aumentado (del 8% al 15%) y los que sienten antipatía, disminuido (del 49% al 29%).

Un 23% de los rusos aún festejan la Revolución de Octubre, frente a un 15% que celebra la nueva fiesta nacional, conmemorativa de la expulsión de los polacos en 1612. Un 59% no festeja ni una cosa ni otra.

También en Ucrania creen que la Revolución de Octubre tiene más peso histórico que la revolución naranja, la protesta popular contra el fraude electoral en noviembre de 2004. En el programa de debates de Savik Schuster, en el canal Intel, se preguntó a los televidentes si creían que la revolución naranja, cuando ésta cumpla 90 años, será recordada del mismo modo que la de Octubre. Al principio del programa, un 27% opinaban que sí y un 73% que no. Tras un acalorado debate, los que creían que se recordará del mismo modo llegaron al 40%, mientras el 60% restante creían que no.

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Las dificultades de los países pos-soviéticos escenario de revoluciones en los últimos años invitan a preguntarse si el término es acertado. En Georgia, en 2003, en Ucrania, en 2004, y en Kirguizistán, en 2005, no se produjo un corte tan radical como el de 1917. El presidente de Georgia, Mijaíl Saakashvili, protagonista de la revolución de las rosas, sufre desde el viernes la presión de miles de manifestantes que piden su dimisión, acusan al presidente de autoritarismo y arrogancia y exigen elecciones en primavera de 2008, y no en otoño de ese año, como está previsto.

En Ucrania, donde se celebraron comicios anticipados el 30 de septiembre, los naranja, que salieron a la plaza hace tres años, no han formado aún una coalición de gobierno y el presidente Víktor Yúshenko parece temer más a su antigua aliada, la radical Yulia Timoshenko, que a Víktor Yanukóvich, su antiguo rival y hoy jefe del Gobierno en funciones.

En la república centroasiática de Kirguizistán, donde una revuelta acabó con la presidencia de Askar Akáyev en marzo de 2005, los jefes de la revolución de los tulipanes están también divididos. En el espacio pos-soviético algunos sospechan que, con revolución o sin ella, sólo una larga evolución producirá cambios sustanciales cualitativos hacia la democracia.

Vladímir Lenin y Joseph Stalin, en 1922.
Vladímir Lenin y Joseph Stalin, en 1922.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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