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ANÁLISIS
Columna
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Revolución democrática y cisma religioso

La constancia de la oposición iraní en denunciar el fraude electoral del pasado 12 de junio hace cada semana más patente el desarrollo de una revolución democrática en las calles de Teherán y un cisma en el establishment religioso del país de los ayatolás. Es más, como ha dicho recientemente el escritor británico Martin Amis, quizá estemos asistiendo "al primer espasmo de la agonía de la República Islámica".

Revolución democrática porque estudiantes y jóvenes profesionales han desafiado con valentía encomiable la represión del régimen con proclamas y eslóganes nacionalistas en los que reclaman libertades políticas y exigen el final de la dictadura.

Cisma porque las fisuras en la cúpula del clero se manifiestan cada vez más abiertamente gracias, probablemente, a la astucia política del ex presidente Alí Akbar Hashemí Rafsanyaní, que apoyó a los candidatos de la oposición y que durante los primeros días de la crisis intrigó con los grandes ayatolás de la ciudad santa de Qom sobre la deriva del país. A Rafsanyaní, presidente de la Asamblea de Expertos -la institución de 83 clérigos que elige al líder supremo y única capaz de destituirle-, no le debió costar mucho atizar la desconfianza de los popes de Qom hacia el líder supremo, Alí Jamenei, del que siempre han dudado de su cualificación teológica. Ni tampoco azuzar su temor a una militarización del régimen de la mano de Mahmud Ahmadineyad y sus amigos de la Guardia Revolucionaria.

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Rafsanyaní dio un golpe de efecto maestro hace dos semanas cuando dirigió la plegaria del régimen en la Universidad de Teherán. Allí pidió la liberación de los detenidos, defendió el derecho a informar de la prensa y subrayó "la pérdida de confianza" de los iraníes en el régimen. Su llamada a la reconciliación socavó por completo el papel de árbitro que correspondía a Jamenei si no se hubiera alineado desde el primer momento con Ahmadineyad.

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A una semana de la confirmación de éste como nuevo presidente, la suerte de la crisis parece depender de lo que ocurra en el interior de la Guardia Revolucionaria, formada por 30.000 hombres, a la que Ahmadineyad ha mimado económicamente desde sus tiempos de alcalde de Teherán y sobre la que ha cimentado su poder. La Guardia depende constitucionalmente de Jamenei pero en Teherán se considera que obedece órdenes de su hijo, Mojtaba, quien despierta animadversión en su seno.

Es casi imposible prever el final de la crisis pero ya se puede afirmar que la República Islámica habrá perdido en este verano de 2009 el halo revolucionario que inflamó a tantos jóvenes musulmanes de la región hace 30 años para convertirse en una dictadura militar más, con su nomenclatura y su brecha generacional insalvable.

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