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Columna
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Revolución violeta en Italia

La manifestación que el fin de semana pasado congregó en Roma a varios cientos de miles de personas bajo el lema "Día del No a Berlusconi" fue un incuestionable éxito popular, pero tiene todas las papeletas de quedarse en agua de borrajas.

Roma, qué duda cabe, está acostumbrada a manifestaciones de todo tipo; en general, las sindicales son las más nutridas. Sin alcanzar esas cotas, el Día del No a Berlusconi fue un éxito porque nació de la sociedad civil y, más concretamente, del activismo de los blogueros. Estos últimos decidieron apelar a la conciencia de sus conciudadanos para protestar contra los repetidos y virulentos ataques de Silvio Berlusconi contra los magistrados, el Tribunal Constitucional e incluso el presidente de la República. La cólera de Silvio Berlusconi la había desencadenado la anulación por el Tribunal Constitucional, el 7 de octubre, de la ley Alfano, que garantizaba a Il Cavaliere la inmunidad durante el resto de su mandato. La respuesta berlusconiana, además de la ira y la denuncia de todos aquellos que, desde las instituciones, suponen un obstáculo para él, consistió en presentar nuevos proyectos de ley destinados a permitirle escapar de la justicia. Para protestar contra todo esto, unos cuantos blogueros se pusieron de acuerdo para movilizarse. Esta forma de organización en red, inédita en Italia, garantizó el éxito de la manifestación, cuyo mascarón de proa fue el premio Nobel de Literatura Dario Fo. Bien es cierto que este éxito vino allanado por las declaraciones de un arrepentido sobre los supuestos vínculos de Berlusconi con la Mafia, que le habría ayudado en los comienzos de su trayectoria económico-política.

Lo que hace interesante el Día del No a Berlusconi es que en su origen no hay personalidades ni partidos

Pero, a diferencia de las manifestaciones de 2002, organizadas por el cineasta Nanni Moretti, en el origen de este movimiento no ha habido ni personalidades ni partidos políticos. Y es esto lo que lo hace más interesante. Sin embargo, ahora mismo no se ve qué salida política pueden esperar los manifestantes del 5 de diciembre. Éstos escogieron como emblema el color violeta, viola, en italiano, casi sinónimo de "violar", para denunciar precisamente al que, a sus ojos, viola las instituciones. Desde que la revolución naranja permitiera el triunfo de la democracia en Ucrania, la elección de un color parece sinónimo de revolución. Revolución incruenta, como suelen ser hoy; como lo fue la de Georgia e incluso la de Tailandia. Pero ¿puede haber una revolución violeta en Italia?

El violeta no implica, desde luego, el apoyo de las jerarquías de la Iglesia católica. Estas últimas, que, sin embargo, hubieran podido encontrar en las revelaciones sobre la vida privada del presidente del Consejo de Ministros múltiples ocasiones para desmarcarse, o incluso romper con él, no lo han hecho. En lo esencial, Berlusconi sigue contando con su apoyo, pues él ofrece al Vaticano, por ejemplo, su oposición a la píldora del día después. La obsesión de la Iglesia por la cuestión de la contracepción la ha conducido a absolver a alguien que se exonera día tras día de cualquier respeto a la moral pública. Ahora bien, Berlusconi sólo quedará realmente debilitado cuando la Iglesia le retire su apoyo. En cuanto a la izquierda, ésta sí, sigue en una posición de franca debilidad. El Partido Demócrata, que acaba de nombrar un nuevo secretario general, parece seguir sin estrategia, sin un verdadero líder y sin capacidad para encarnar una alternativa creíble. De hecho, el guión es siempre el mismo: cuando Berlusconi se ve en dificultades, dramatiza, insulta a las otras instituciones y acusa a la izquierda, a la que siempre califica de "comunista" y de complicidad con los jueces para derribarlo. Así, obliga al mismísimo presidente de la República, Giorgio Napolitano, a reafirmar que Berlusconi goza de legitimidad hasta el fin de la legislatura; y el Partido Demócrata hace otro tanto para rechazar las acusaciones de "golpismo". Mientras, la Liga Norte, el partido xenófobo de Umberto Bossi, se aprovecha: la legislatura sólo puede, en efecto, llegar a término a condición de que la Liga, que tiene la llave de la mayoría parlamentaria, siga apoyando a Berlusconi. Y los términos de este apoyo son cada vez más demagógicos y elevados: su discurso intolerante viene a sumarse así al descrédito exterior de Italia. Seguramente, los blogueros tenían en mente el modelo surcoreano. En efecto, en torno al sitio ohmynews.com, cuyo eslogan es "cada ciudadano es un periodista", se produjo años atrás una movilización sin precedentes, que contribuyó ampliamente a la democratización de Corea del Sur. Pero, pese a la exasperación de una parte de la sociedad italiana y, concretamente, de los más jóvenes, que se sienten excluidos y privados de cualquier futuro, la mayoría permanece fiel a su campeón, por pintoresco que éste sea. Y, evidentemente, en democracia, eso es lo único que cuenta.

Traducción de José Luis Sánchez-Silva.

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