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Robert Mugabe, el tirano de 84 años que un día fue héroe

A sus 84 años no le asusta una inflación del 100.000% y está dispuesto a gritar cuanto haga falta para reducirla. Robert Mugabe fue un día el héroe de Zimbabue al que la gente aclamaba y escuchaba. Hoy parece una caricatura del más grotesco de los dictadores dispuesto a morir con las botas puestas.

Maestro, maoísta y de fuertes convicciones católicas, Mugabe fue uno de los líderes de la Unión Nacional Africana de Zimbabue (ZANU, en inglés), que resistió y venció al régimen de apartheid que dirigía Ian Smith (entonces Rodesia). En las primeras elecciones, en 1980, arrasó contra pronóstico no sólo a los blancos, sino también a todas las demás organizaciones que llevaron hasta la independencia y se agarró al poder con tanta fuerza que nadie le ha podido sacar nunca más.

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La luna de miel fue larga, pese a que oscuros episodios como el pronto exterminio, en 1983, de miles de militantes de la organización rival en la lucha de liberación ya presagiaban que el héroe encerraba también un tirano. Pero Mugabe fue al principio uno de los símbolos más refulgentes del resurgir africano: derrotó el racismo institucionalizado y promovió ambiciosos planes de salud y educación.

Un Estado policial

A mediados de los noventa, sin embargo, su estrella se fue apagando. La esclerosis y la corrupción fueron ganando terreno a pasos agigantados, aunque trató de ocultarlas bajo el manto de la retórica antibritánica, el antiguo poder colonial. En 2000, Mugabe perdió un referéndum para reformar la Constitución y el régimen se blindó convirtiéndose en un Estado policial que sólo acepta la oposición si es dócil.

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Todos los diplomáticos occidentales coinciden en que Mugabe ya perdió las elecciones de 2002, que le enfrentaban, como ahora, a Morgan Tsvangirai, el sindicalista que ha sido brutalmente apaleado en más de una ocasión en las sentinas del régimen. Sólo el pucherazo le salvó y aceleró su huida hacia delante. El siguiente paso fue la expropiación masiva de tierras a los granjeros blancos, que en la práctica significó el reparto del botín entre unos pocos amigos.

En la televisión pública de Zimbabue no se habla de la inflación, sino que aparece una y otra vez gente bailando danzas tradicionales embutidos en trajes con fotos de Mugabe, dispuesto a dar la última batalla, siempre con el puño en alto. Mañana habla de nuevo el pueblo. Pero no hay ninguna garantía de que el viejo dictador esté dispuesto a escuchar.

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