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Sarkozy anuncia en Versalles que no subirá los impuestos

El presidente francés, favorable a prohibir el uso del 'burka'

Antonio Jiménez Barca

La penúltima vez que se reunieron los diputados y senadores franceses en el Parlamento de Versalles para escuchar a un jefe del Estado fue en 1848 y el que habló fue Luis Napoleón Bonaparte. La última, ayer, y el que se dirigió a la cámara fue el presidente de la República francesa Nicolas Sarkozy, en una sesión solemne envuelta en un protocolo ampuloso e inédito, que duró 45 minutos y en la que el jefe del Estado francés, a falta de revelaciones espectaculares, anunció un próximo cambio de Gobierno y desgranó las líneas maestras de lo que le resta de legislatura, en especial en economía: no se subirán los impuestos y se renuncia a una política austera que olvide las inversiones públicas. El Estado financiará esas inversiones después de que, según precisó Sarkozy, se establezca cuáles son los sectores que las necesitan.

"El 'burka' no es un signo religioso. Indica una sumisión de la mujer"

A las tres en punto de la tarde, Sarkozy y Carla Bruni se presentaron en la impresionante entrada del Palacio de Versalles. Acompañado del presidente de la Asamblea, el presidente de la República avanzó con rostro serio y forzado por una larga ala del Palacio, flanqueado por los miembros de la Guardia de la Asamblea sable en mano, hasta la entrada del Parlamento.

Antes, los diputados, senadores e invitados habían paseado y esperado la sesión en una monumental terraza de los jardines y fuentes palaciegos, cerrados a los turistas para la ocasión.

Sarkozy era consciente de que vivía una ocasión histórica: sólo la reforma de la Constitución llevada a cabo el año pasado permitía el acto institucional en el antiguo palacio de los reyes franceses.

Algunos, los fieles, lo encontraban justificado por el alcance de las medidas que iba a anunciar. Otros, más críticos, se mofaban del a su juicio desmedido afán de protagonismo del actual presidente de la República. El acto daba también para el sarcasmo: el periódico Libération mostraba ayer en una caricatura a Sarkozy subido a un taburete que se apoyaba a su vez en un trono, con una corona y un manto real con el títular "Nicolas II". Los diputados ecologistas y comunistas se negaron a acudir por considerar que el presidente se excedía en sus funciones al presentarse en Versalles.

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El jefe del Estado francés comenzó, de hecho, haciendo alusión a la importancia histórica del momento: "Soy consciente de este cambio en nuestra tradición republicana, ha llegado el momento de que se establezcan más relaciones entre el poder legislativo y el Ejecutivo".

Después anunció la renovación del Gobierno para mañana, renovación prevista debido a la salida obligatoria de la ministra de Justicia, Rachida Dati, y el ministro de Agricultura, Michel Barnier, recientemente elegidos eurodiputados.

Se hizo luego una pregunta: "¿Por qué cuesta tanto cambiar a este país?". Y más adelante reveló que ni piensa subir los impuestos ("es una medida que retrasaría la salida de la crisis") ni conducir a Francia por la vía del "rigor" presupuestario. Anunció un préstamo nacional que servirá para animar determinadas inversiones públicas. Y dio instrucciones de cómo se harán: a partir del miércoles, el nuevo Gobierno se reunirá con "ingenieros, intelectuales, sectores sociales, expertos..." a fin de, en menos de tres meses, determinar qué áreas de producción son las más rentables, las que más benefician al país. "Y habrá dinero para ellas", prometió Sarkozy.

No olvidó ciertos temas espinosos, consciente del aliento que atesora después de su victoria en las últimas elecciones europeas: el posible retraso de la jubilación hasta los 65 años, que se discutirá en 2010; el hecho de ir "hasta el fondo" con la ley anti-piratería, estancada después de la decisión del Consejo de Estado de declararla ilegal; o las polémicas reformas universitarias o sanitarias.

También mencionó el último debate que divide a la sociedad francesa: si las mujeres musulmanas pueden o no llevar el burka (u otras vestimentas que les ocultan todo el cuerpo excepto los ojos) en la calle. Sarkozy fue claro y dejó la puerta abierta para una próxima prohibición: "Esa manera de vestir no es un signo religioso. Eso indica una sumisión de la mujer y eso no es aceptable en la República".

El debate que siguió interesó menos. Sarkozy, de hecho, en tanto que presidente de la República, se ausentó de la discusión y volvió al Elíseo. Los diputados socialistas y los de centro también abandonaron Versalles, en señal de protesta por verse obligados a debatir un discurso sin tener enfrente al que lo había pronunciado.

Nicolas Sarkozy camina  entre una formación  de la Guardia Republicana  en Versalles.
Nicolas Sarkozy camina entre una formación de la Guardia Republicana en Versalles.AFP
El presidente francés, Nicolas Sarkozy, hace su entrada en una de las maníficas salas del Palacio de Versalles, en las afueras de París, donde los senadores y diputados se han reunido de manera extraordinaria en Congreso en Versalles
El presidente francés, Nicolas Sarkozy, hace su entrada en una de las maníficas salas del Palacio de Versalles, en las afueras de París, donde los senadores y diputados se han reunido de manera extraordinaria en Congreso en VersallesAP

El 'rey' republicano

- Desde Napoleón III, en 1848, los diputados y senadores franceses no se reunían en Versalles para escuchar al jefe del Estado.

- La reforma de la Constitución de 2008 autorizó el acto institucional en el antiguo palacio de los reyes de Francia.

- La oposición ecologistay comunista le dio la espalda. Socialistas y centristas se ausentaron del debate posterior al discurso.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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