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FRANCIA | intervención en Libia

Sarkozy se crece ante la adversidad

El presidente francés, hundido en las encuestas ante las elecciones de 2012, aprovecha la crisis libia para convertir el Elíseo en epicentro político mundial

Antonio Jiménez Barca

Hace semanas, se bromeaba, medio en serio, medio en broma, con la posibilidad de que Nicolas Sarkozy, hundido en las encuestas, ni siquiera se presentara a las elecciones de 2012. Ayer, el presidente de la República Francesa convirtió París, por unas horas, en el epicentro político del planeta y él mismo, en una alocución solemne, fue el encargado de anunciar al mundo desde el Elíseo el inicio de las acciones militares de la coalición internacional contra la Libia de Gadafi. Dirigente ciclotímico que se crece en las grandes empresas, capaz de desplegar una actividad imparable cuando le cerca la crisis (o él mismo va en su búsqueda), Sarkozy da lo mejor de sí en situaciones extremas. Sin embargo, la rutinaria gestión del día a día le corroe, le desgasta y acaba por hundirle.

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De hecho, desde 2007, año de su elección, su popularidad, en constante línea descendente, solo ha remontado en dos ocasiones: cuando fue presidente de turno de la Unión Europea y se hizo cargo —y contribuyó a solucionar— la crisis de Georgia, y a finales de 2008, cuando la hecatombe económica maniató al mundo y él reaccionó aprisa con un plan de reactivación económica y con sus críticas furibundas al sistema financiero internacional, al capitalismo salvaje y a los bancos y banqueros incontrolados.

A partir de entonces, Sarkozy no ha hecho otra cosa que despeñarse. Sus recurrentes guiños a la falta de seguridad en las ciudades francesas ya no le sirven. Es capaz de organizar la guerra de Libia, pero incapaz de resolver la sorda guerra entre bandas de jóvenes sin futuro de los barrios pobres que rodean París. La polémica y contestada reforma de las pensiones aprobada el pasado otoño le afectó también electoralmente. Sus constantes cambios y recambios de ministros (cuatro Gobiernos en un año, 10 en lo que va de mandato) tampoco le han ayudado a remontar.

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Hoy en Francia se celebran unas elecciones cantonales —con poca expectación— y la Unión por un Movimiento Popular, el partido de Sarkozy, encajará, según varios pronósticos, una derrota sonada. A la derecha, el Frente Nacional de Marine Le Pen le roba votantes desde hace meses. A la izquierda, el Partido Socialista, a pesar de sus disputas internas, progresa. Atrapado en esta suerte de pinza incómoda cada vez más apretada, Sarkozy confió a principios de año en la esfera internacional para reflotar la nave: no en vano era presidente de turno del G-8 y del G-20. En una suntuosa y palaciega rueda de prensa en la que reunió a los embajadores de todo el mundo, Sarkozy anunció en enero como líder mundial al frente de esas dos instituciones. Pero la torpeza de su ministra de Exteriores de entonces, Michèlle Alliot-Marie y sus polémicas vacaciones tunecinas y, sobre todo, la miopía diplomática de Francia a la hora de interpretar el arranque de la revolución árabe, a la que tardó en prestar su apoyo, echaron por tierra esa puesta en escena como dirigente planetario.

Hace unas semanas cambió de nuevo el Gobierno, nombró otro ministro de Asuntos Exteriores (el tercero en menos de seis meses) y cambió de táctica. Pasó de ser el último de la fila a colocarse el primero. Reconoció al Consejo Nacional de oposición Libio antes que nadie y, para convencer a los 15 representantes del Consejo de Seguridad de la ONU de que aprobaran la resolución contra Gadafi, los llamó por teléfono hace días personalmente uno a uno. Desde ayer comanda la coalición internacional y gracias a estos golpes de efecto ha vuelto a colocar a Francia en el mapa y se ha colocado él en Francia. Hace unas semanas se decía que estaba acabado. Pero nadie como Sarkozy para navegar viento en popa en medio del cataclismo.

Sarkozy, entre Angela Merkel y Herman Van Rompuy (izquierda, con gafas), entre otros, en el Elíseo.
Sarkozy, entre Angela Merkel y Herman Van Rompuy (izquierda, con gafas), entre otros, en el Elíseo.C. ENA (AP)

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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