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Sarkozy critica el urbanismo salvaje en la costa devastada por la tormenta

El presidente francés promete ayudas para los afectados y un plan de diques

Antonio Jiménez Barca

En la ciudad de La Rochelle aún hay barrios sin luz, pasarelas destrozadas, barcos tumbados y avenidas hechas un barrizal. El mar llegó hasta el metro de altura en algunas calles del centro. Como La Rochelle, toda Francia se despertó ayer todavía sobrecogida y estupefacta tras comprobar los efectos de la tormenta que recorrió el país el domingo y que se llevó por delante la vida de, al menos, 50 personas. El mismo Nicolas Sarkozy, que viajó ayer a la zona devastada, se preguntaba ayer "cómo en Francia, en el siglo XXI, hay familias sorprendidas en pleno sueño que pueden morir ahogadas en su casa". Después elpresidente se interrogó por algo más concreto: el urbanismo salvaje, las viviendas construidas demasiado cerca del agua, al abrigo de diques que se revelan insuficientes cuando el mar se levanta. "No se puede transigir con la seguridad. Por eso debemos reflexionar sobre los planes urbanísticos para que esta catástrofe no vuelva a suceder", añadió.

Las víctimas son personas mayores sorprendidas en la cama por la marea

Las previsiones apuntaron a la peligrosidad de la velocidad del viento. Pero el daño no vino por ese lado, sino de la crecida repentina del mar, que en algunas partes saltó por encima de los viejos diques de contención (algunos del siglo XIX), convertida en una suerte de maremoto de dos metros imprevisto y veloz, que inundó en pocos minutos calles, casas, garajes y pueblos enteros del litoral Atlántico. A María Sánchez, una estudiante Erasmus de La Rochelle, la despertaron los bomberos a las tres y media de la mañana. "Hacía frío, pero no mucho, no llovía, había un viento impresionante y todo estaba lleno de agua. Un amigo la probó y era salada. El mar estaba por todas partes".

Sarkozy, además de revisar los planes de urbanismo, prometió cuatro cosas más: un informe que aclare en menos de diez días qué pasó, el desbloqueo de tres millones de euros para el área afectada, la declaración de zona catastrófica para todos esos pueblos inundados y la elaboración de un plan de diques para revisar, reconstruir o reforzar las barreras, que sólo en el departamento de Vendée se extienden a lo largo de 100 kilómetros.

El presidente del consejo de Vendée, Phillipe de Villiers, coincidió con Sarkozy: "A medio plazo, hay que construir de otra manera en la costa por todo el litoral francés. Donde la tierra esté al nivel del mar, hay que irse más al interior a la hora de levantar casas".

La televisión y la radio llevaban varios días repitiendo que Francia se preparaba para recibir la tormenta perfecta. En muchos departamentos se declaró la alerta roja. Se recomendó a la población quedarse en su casa para conjurar el peligro de vientos huracanados. Pero nadie previó que el agua saltaría los diques y, por consiguiente, nadie ordenó una evacuación de la zona que estaba en peligro.

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¿Qué pasó? ¿Cuáles fueron esas circunstancias excepcionales? La tormenta, claro, arrastrada por vientos que alcanzaron los 160 kilómetros por hora, alzaron el mar, que, además, se encontraba en ese momento (de madrugada) en el punto culminante de la marea alta. La mayoría de las víctimas mortales son personas mayores a las que la subida repentina de la marea sorprendió en la cama y no tuvieron ni fuerza ni tiempo para salir de casa.

El secretario de Estado de Transportes, Dominique Bussereau, presidente asimismo del consejo del departamento de Charente-Maritime, otro de los más afectados por el temporal, aseguró: "Honestamente, el prefecto [delegado del Gobierno] ha hecho todo lo necesario. La gente estaba prevenida". Su rival socialista en las próximas elecciones regionales, la presidenta de la región de Poitou-Charentes -a la que pertenece ese departamento-, Ségolène Royal, tampoco quiso criticar la labor del Estado: "Era imprevisible y es fácil acusar a toro pasado. Lo que hay que hacer ahora es reconstruir los diques para hacerlos lo suficientemente sólidos y altos".

Vista aérea de la localidad de L'Aiguillon sur Mer, al suroeste de Francia, inundada por la subida de la marea.
Vista aérea de la localidad de L'Aiguillon sur Mer, al suroeste de Francia, inundada por la subida de la marea.REUTERS

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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