_
_
_
_
_

Sarkozy resiste el primer pulso de la calle

La huelga general contra la gestión de la crisis económica no paraliza Francia - El presidente se reunirá con los líderes sindicales el mes que viene

Antonio Jiménez Barca

El pulso declarado entre los sindicatos franceses y el presidente, Nicolas Sarkozy, ha quedado en suspenso. Los trabajadores tomaron ayer la calle en manifestaciones de protesta que reunieron, según sus cálculos, a dos millones y medio de personas en toda Francia (la policía lo rebaja a un millón). Pero la huelga no paralizó el país. París, que sirve de termómetro en estos casos, no se sumió en el caos que se esperaba.

Los parisienses consiguieron salir, entrar y deambular por su ciudad sin que ésta se convirtiera en la ratonera que todos temían. También pudieron comprar en los supermercados o comer en restaurantes. El metro funcionó. Los autobuses, también. Las líneas de cercanías, menos. Y el tráfico, inesperadamente, fue más fluido que otros días. Tiene una explicación: los parisienses temían tanto quedarse embarrancados en esta huelga que muchos madrugaron, o se quedaron en casa echando mano de los días libres que tienen por convenio. Así, al esquivar el desastre, ayudaron a desactivarlo.

Los organizadores cifran en 2,5 millones los manifestantes en todo el país

Era la primera prueba para Nicolas Sarkozy desde que su país navega hacia la recesión. Hasta ahora, había gobernado con el viento económico a favor. Hace tiempo que lo hace con ese viento en contra. Y Francia, como el mismo presidente ha podido constatar desde la crisis, "no es precisamente el país más fácil de gobernar del mundo", según recordaba ayer Le Monde.

Los sindicatos consideran que la peor parte del batacazo económico se la están llevando los trabajadores. De ahí el paro. Por eso, muchos pensaban que Francia volvería a vivir ayer una de esas jornadas interminables de ciudadanos yendo al trabajo en patinete o de cientos de viajeros esperando en los andenes un tren de cercanías que nunca llega.

La prensa, de hecho, había bautizado la fecha clave como el jueves negro. Se preveía una ciudad descompuesta. Nadie se fiaba de los servicios mínimos acordados. En algunos colegios, por ejemplo, los directores habían colocado una nota dirigida a los padres: "Si la maestra de sus hijos se ha declarado en huelga, no traigan a los niños, por favor". Ante este panorama, el que más y el que menos se preparó para sortear el desastre.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

No hubo tal. Los trabajadores de la función pública se declararon en huelga en un 25%, según el Gobierno (40% según los sindicatos). Uno de cada cuatro carteros no fue a trabajar. En los hospitales, el paro fue parecido. Hubo retrasos en los aeropuertos y cancelaciones de trenes. A media mañana, en Marsella, el metro había cerrado por completo. Pero París, a esa misma hora, era una ciudad algo aletargada, pero en absoluto noqueada. Un taxista apostado cerca de la estación de Montparnasse se quejaba de que el negocio había bajado por la ausencia de viajeros. "No hay nadie. ¿Dónde está la gente?", se preguntaba.

Daba la impresión de que Sarkozy había ganado la partida. Los servicios mínimos habían funcionado. Sin embargo, los sindicatos aún guardaban un as en la manga. A las dos de la tarde, estaba convocada una gran manifestación en París y otras muchas en distintas ciudades de Francia. En la capital, la marcha arrancó, como siempre, de la plaza de la Bastilla. En una esquina de la plaza, sobre una plataforma de las que emplean las empresas de mudanzas, un tipo con una careta de Sarkozy se abrazaba a otro disfrazado de banquero.

"Él habla de que representa al pueblo, pero sólo beneficia a los que tienen el poder", aseguraba Enmanuel Racine, de 21 años. "Estoy convencido de que en esta manifestación hay mucha gente que votó por él". Se unieron en la calle funcionarios, profesores, enfermeros y médicos que criticaron el, a su juicio, desmantelamiento de los servicios públicos franceses. Hubo una señora que llevaba sola una pancarta: "Recortes por todos lados y millones para los banqueros".

Desfilaron juntos estudiantes de instituto, parados (llevaban un cartel que lo anunciaba), militantes de extrema izquierda, simpatizantes del Partido Socialista (PS) e inmigrantes sin papeles. La nota negativa se produjo al anochecer, cuando cerca de 150 jóvenes se enfrentaron a la policía y quemaron papeleras y contenedores de basura en la zona de L'Opera. Once fueron detenidos y un agente resultó herido.

Al terminar la marcha, los líderes sindicales se vieron reforzados por la gente que llevaban detrás y exigieron al Gobierno una respuesta. A Sarkozy le tocaba mover ficha. Y si no lo hacía rápidamente, añadieron, habría más protestas y más manifestaciones.

No tuvieron que esperar mucho: unas horas después, a través de un comunicado, Sarkozy aseguraba que encontraba "legítima la inquietud" de la calle y emplazaba a los representantes de los sindicatos y de los empresarios a una reunión en el Elíseo en febrero. El segundo asalto, pues, se librará allí.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_