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Columna
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Una Serbia, por fin, europea

Con la detención y extradición de Ratko Mladic, Serbia se deshace de uno de los lastres más importantes que la mantenían anclada en el pasado. Pese a las manifestaciones a favor de Mladic en Belgrado, es obvio que los radicales serbios solo representan a la pequeña minoría que todavía añora una Gran Serbia. En la práctica, sin embargo, la mayoría de los serbios saben que esa Gran Serbia con la que Milosevic inflamara sus sentimientos nacionales terminó, cuatro guerras después, convertida en una aislada y empobrecida Pequeña Serbia. Frente al caudillismo asesino y ultranacionalista de Milosevic, el presidente Boris Tadic está desempeñando con liderazgo y sentido de Estado el papel que la historia le ha asignado de dirigir el futuro de Serbia hacia puerto europeo.

Dar la vuelta del revés a la identidad nacional y la política exterior no es fácil, pero es el camino a la UE

La tarea no es fácil, ni hacia dentro ni hacia fuera. Hacia dentro, la tarea de Tadic y los demócratas serbios consiste en transformar el nacionalismo irredentista en patriotismo europeo. De esto los españoles sabemos bastante, pues Europa ha sido el marco en el que reconstruir los sentimientos de identificación nacional tras el abuso al que fueron sometidos por el franquismo y su ideología nacional-católica. En este sentido, igual que los españoles hemos reinventado nuestro proyecto nacional lejos de los mitos de Covadonga, la Reconquista, los Reyes Católicos y la pérdida de Cuba y Filipinas, los serbios deberán mandar al cajón al príncipe Lazar, la batalla del Campo de los Mirlos o la fusión entre Iglesia ortodoxa e identidad nacional. En su lugar, los serbios deberían descubrir pronto que las verdaderas hazañas nacionales que celebrar y de las que enorgullecerse son las que les propone Tadic: cerrar el pasado, consolidar la democracia, hacer funcionar una economía competitiva y lograr la inserción en Europa.

Hacia fuera, en las relaciones con sus vecinos, los serbios tendrán que asumir su pasado y convencerles de que han roto con él. La visión convencional de los que en Belgrado quieren pasar página con el argumento de que "todos cometimos atrocidades" no servirá. Primero, porque las atrocidades cometidas por croatas, bosnios y albaneses no son comparables. Y segundo, porque nos parezca bien o mal, la historia no juzga igual a los que inician una guerra de agresión y la pierden que a los que se ven arrastrados a ella y la ganan. Como en el caso de Alemania, que los serbios deberían estudiar en detalle, más que pretender exonerar la culpa mediante reparaciones o disculpas (lo que de todas maneras deberán hacer), deberán aprender a convivir con esa culpa, incorporarla a su política exterior y ser capaces de gestionarla de forma inteligente. Ello requiere una política exterior prudente, a la par que generosa y comprometida, que aspire a convertir a Belgrado en un elemento clave de la estabilidad regional.

Es ahí donde entra Kosovo, quizá el último lastre para el futuro de Serbia como miembro de la Unión Europea, pero también la relación con los serbo-bosnios, cuyo líder, Miroslav Dodic, se empeña en hacer inviable el funcionamiento de Bosnia-Herzegovina y, en consecuencia, la adhesión de esta a la Unión Europea.

En un signo alentador, Tadic reconoció ayer públicamente que la primera perjudicada por la intransigencia de Belgrado en la cuestión de Kosovo es la propia Serbia y, seguidamente, apostó por soluciones "no convencionales" a la cuestión, apuntado con ello a fórmulas que permitieran compartir la soberanía o minimizar los costes de la independencia. Tadic sabe perfectamente que la independencia es irreversible y que, a la larga, si quiere entrar en la UE tendrá que reconocer Kosovo: ni los kosovares aceptarán otra solución sin recurrir a la fuerza ni la UE está dispuesta a repetir el error cometido con Chipre, que entró dividida en la UE.

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Por otra parte, es casi seguro que en unos años, según Serbia despegue económicamente, se consolide democráticamente y su cultura política evolucione, Kosovo seguirá siendo un Estado tan frágil y tan difícilmente viable en lo económico que muchos serbios lo considerarán un lastre que les aleja de Europa y que estarán fácilmente dispuestos a intercambiar por el cierre de las negociaciones de adhesión con la UE. Dar la vuelta del revés a la identidad nacional y a la política exterior de un país no es fácil, pero es la única manera de dejar libre el camino hacia Europa. Otros países lo han hecho, así que no hay ninguna razón por la que Serbia no pudiera hacerlo.

jitorreblanca@ecfr.eu

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