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Reportaje:DIEZ AÑOS DE LA MATANZA

Serbia en el laberinto

Srebrenica es el símbolo de un pasado de guerras que los serbios parecen incapaces de superar con la esperanza de entrar en la UE

Al final de la calle Mihailova, cerca de la confluencia de los ríos Sava y Danubio, los nostálgicos venden recuerdos de varias guerras. Una camiseta cuelga de uno de los puestos; lleva impresos los rostros de Radovan Karadzic y Ratko Mladic -acusados de ser criminales de guerra por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY)- y una leyenda escrita sobre la pechera: ¿Son asesinos los defensores del pueblo serbio? En La Haya, en la antesala del despacho de Carla del Ponte, fiscal del TPIY, hay otra camiseta, ésta sólo de Mladic y en la que se lee: héroe serbio.

Diez años después de la matanza de Srebrenica, en la que más de 8.000 bosnio-musulmanes fueron asesinados en una semana por las tropas de Mladic, Serbia sigue incapaz de superar el pasado porque carece de futuro (crisis económica y la UE como quimera) y no tiene futuro porque vive atascada en un nacionalismo victimario.

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"No hicimos nada por evitar la guerra; el pueblo cerró los ojos, los oídos y el cerebro. Los crímenes se cometieron en nuestro nombre y con nuestro dinero. No admitirlo ha sido un error imperdonable de los actuales gobernantes; cambiaron las personas, pero el discurso es el mismo", afirma Ljubomir Zivkov, analista político de la revista Vreme. "Para las víctimas, el proceso de dolor es individual, pero los verdugos se esconden en la negación colectiva". Y Veran Matic, director de la televisión independiente B-92, añade: "Se perdió una oportunidad tras la caída de Milosevic", en 2000, "y es posible que no se vuelva a presentar jamás".

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Dragan Djilas, director de la Oficina del Pueblo del presidente de Serbia, Borís Tadic, confirma que éste pedirá perdón hoy en Srebrenica. "Ya lo hizo en Sarajevo", dice; "hubo un crimen y hay que castigarlo. Y después ¿qué? Todos deberían pedirlo". Slobodan Gavrilovic, vicepresidente del Partido Democrático, el de Tadic, defiende la misma tesis: "Cada víctima tiene que tener una satisfacción", pero enseguida recuerda los otros crímenes, "los cometidos por los ustashas [fascistas croatas] en la II Guerra Mundial y por los musulmanes en Sarajevo y Tuzla en 1992. (...) ¿Quién ha pedido perdón a los serbios?". Zivkov cree que ese intento de universalización de la barbarie es parte del discurso dominante y les replica con una cita de Bertolt Bretcht: "Cada uno que hable de su responsabilidad; yo, sólo hablaré de la mía".

En Serbia conviven tres opiniones; no son estancas, definidas por una ideología o un partido político, pues a menudo se manifiestan barajadas en una misma persona. Los partidarios de Milosevic y del Partido Radical (ultranacionalista), tras negar Srebrenica, admiten que algo sucedió, pero aseguran que la cifra de 8.000 está inflada, y que aquella matanza fue la respuesta a crímenes musulmanes de los que nadie habla. Un segundo grupo, la inmensa mayoría, incluido el Gobierno de Vojislav Kostunica, afirma que serbios, croatas, musulmanes y kosovares cometieron crímenes y que los serbios no son los principales culpables de la desaparición de Yugoslavia. Sólo una minoría admite lo ocurrido y acepta la responsabilidad (activa o pasiva) del pueblo serbio.

Aleksandar Vuco, psiquiatra y experto en traumas colectivos, cree que Serbia es un paciente que aún no ha acudido a la consulta. "Las excusas que escucha -todos hicieron barbaridades; fue en respuesta a no sé qué; no lo sabíamos- son mecanismos de negación de la culpa. Superar esa negación es un proceso largo y doloroso por el que pasó Alemania. Si el Gobierno entregara a Mladic no sucedería nada, sólo algunas protestas. Con él se iría una parte de esa culpa nacional, pero nuestro problema es más profundo que Mladic".

"Seguimos hablando como si fuésemos las víctimas, por eso Tadic no puede pedir perdón en nombre de Serbia: carece de mandato. Es a título individual, pero pedirlo es un paso; no el final del camino, sino el principio", dice Matic.

Esa victimización del presente se representa en el edificio de la televisión, reconstruido tras los bombardeos de la OTAN en 1999. Han dejado una parte en ruinas como si fuera un monumento. Se habla de las bombas de la Alianza pero los jóvenes abarrotan el McDonald's de Belgrado y visten como los negros de Harlem.

La entrega de Mladic al TPIY -varias veces prometida; varias veces inminente-, es una prioridad para Occidente y para la fiscal Del Ponte: "No puedo ir por respeto a las víctimas a la ceremonia de Potocari mientras Mladic no esté en La Haya", afirma la fiscal. Del Ponte cree que el primer ministro serbio Kostunica es sincero cuando responde a su pregunta "¿cuánto me entrega a Mladic?" con un lacónico "ayer". Con Milosevic en el poder, se podía ver a Mladic en los restaurantes de Belgrado o yendo al campo de fútbol del Estrella Roja. Después se esfumó. Son varias las fuentes que lo sitúan entre Serbia y en la República Srpska (en Bosnia-Herzegovina), protegido por un sector del Ejército.

Miograd Gavrilovic, líder estudiantil en las protestas de 1997 contra Milosevic, es un hombre de negocios que trata de sacar su familia adelante. "Srebrenica no puede convertirse en la clave del futuro de Serbia. No somos los únicos culpables de la guerra". Vuco cree que para los croatas será más difícil aceptar sus crímenes: "Fueron atacados, cumplieron su sueño de siglos [la independencia] y ganaron la guerra. Doy gracias de que nosotros, los serbios, no ganáramos, pero el problema es que no sabemos que perdimos".

Vesna Pesic, veterana opositora al régimen anterior, apoya "el respeto a las fronteras" y una catarsis nacional, como condiciones para avanzar: "Nuestra historia en los Balcanes es una cadena de venganzas y para evitar una repetición es necesario que cada uno se enfrente a su pasado y admita su responsabilidad". Pesic cree que la calma en Bosnia se parece más a una tregua que a una paz y culpa de ello a los acuerdos de Dayton que a finales de 1995 dieron a Milosevic y al presidente croata, Franjo Tudjman, el papel de pacificadores cuando eran los impulsores de la guerra.

Pero esas fronteras no están garantizadas: Serbia evita recocerlas y Djlas las vincula a la suerte de Kosovo: "Si se independiza nadie podrá impedir que la República Srpska ejerza la autodeterminación". Kosovo es la fuente de la que se nutre el victimismo, donde se cultiva el mito de la gran Serbia.

Misha Murkovic, del Instituto de Estudios Europeos de Belgrado, afirma que "la ilusión de pertenecer a la UE no sirve de palanca" para romper el círculo pasado-futuro. Y Djilas añade: "La UE no funciona como caramelo. Es como si no existiera". "Si se retrasan las nuevas adhesiones, quizá nos dé tiempo a recuperar el tiempo perdido", apunta un ayudante de Kostunica. "Cuando el Gobierno entregó a Milosevic [2001], todos pensaron que íbamos a ganar 2.000 euros mensuales [la media es de 200]. Si abrieran la mano en la política de visados de la UE quizá nos ayudaría a tener esperanza y a salir de este laberinto", dice Dalibor Soldatic, profesor de español en la Universidad de Belgrado.

Zivkov cree que la esencia del conflicto es la inexistencia de una sociedad civil y que en medio de la crisis económica ha surgido un país egoísta por el que campan las mafias. En su opinión, la metáfora de la película Underground del director de cine Emir Kusturica se prolonga: una mayoría de la sociedad vive escondida en un sótano creyendo que la guerra continúa mientras que los dirigentes disfrutan en el salón de la riqueza generada por la ignorancia y el miedo.

Una mujer que trabaja para el presidente Tadic resume el sentimiento de abatimiento general con un símbolo escatológico: "Es como si en Serbia alguien hubiese echado levadura a la mierda".

Una mujer bosnio-musulmana busca un familiar entre los ataúdes que hoy  serán sepultados en el cementerio de Potocari.
Una mujer bosnio-musulmana busca un familiar entre los ataúdes que hoy serán sepultados en el cementerio de Potocari.REUTERS

La guerra del vídeo

Natasha Kandic, directora del Fondo para la Justicia Humanitaria de Belgrado, tiene una voz grave que no se corresponde con su figura frágil. Logró que el vídeo del asesinato de seis musulmanes cerca de Sarajevo llegara al Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY) en La Haya. En esa cinta de dos horas se ve cómo unos paramilitares (escorpiones dependientes del Ministerio del Interior de Serbia) disparan por la espalda a los detenidos mientras que el camarógrafo grita: "Daos prisa que se me está acabando la batería". Ese vídeo es una prueba en el juicio contra el ex presidente yugoslavo Slobodan Milosevic.

Kandic supo que el camarógrafo realizó 20 copias y las repartió entre los escorpiones. El jefe de ese grupo, consciente de que la película podía incriminarle, ordenó a sus hombres destruirlas, pero uno conservó una copia de la copia. Kandic trabajó durante meses la mala conciencia de ese ex paramilitar hasta convencerle de entregarla al TPIY. Ella se reservó una nueva copia y se la pasó a la televisión serbia independiente B-92, que la emitió varias veces en una versión de dos minutos.

Carla del Ponte, fiscal del TPIY, defiende la divulgación en junio de esa cinta durante el juicio a Milosevic: "Es una información real de lo que pasó. La reacción que ha causado en Serbia es positiva". Preguntada si la emisión fue producto de un pacto con el primer ministro Kostunica para preparar a su opinión pública, responde: "Todo lo que hace este tribunal está bien pensado".

Kandic, convertida en la bestia negra de los ultranacionalistas serbios, se mueve por Belgrado sin guardaespaldas. Una de sus colaboradoras explica el tono de una de las amenazas de muerte que más se repite: "Os vamos a cortar en pedazos".

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