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EL OBSERVADOR GLOBAL
Columna
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Sorpresas tras la caída del Muro

La caída del muro de Berlín fue una mala noticia para los sovietólogos. En todo el mundo, miles de espías, generales, diplomáticos, profesores, periodistas y expertos se ganaban la vida estudiando la Unión Soviética. Ninguno pronosticó su colapso.

Pero si el pacífico fin del maligno imperio soviético fue una sorpresa, su final tuvo repercusiones tanto o más sorprendentes para Europa. Éstas son cuatro de las consecuencias inesperadas que tuvo el derrumbe soviético para los europeos -y que los expertos tampoco vieron venir-.

1. China desplazó a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) como principal amenaza para los europeos. Cuando cayó el muro de Berlín nadie se imaginó que China afectaría más directamente a la vida de los europeos occidentales de lo que jamás lo había hecho la URSS. No por su poder nuclear, sino por su poder económico. Después de la II Guerra Mundial, Europa occidental había vivido bajo la amenaza de una letal confrontación con los soviéticos. Afortunadamente, esa amenaza nunca se hizo realidad y, en la práctica, la vida cotidiana de los europeos no se vio muy afectada. En cambio, el ascenso económico de China toca todos los días las vidas de los europeos: lo que pagan por televisores, medicinas, gasolina o las hipotecas sobre su vivienda. O la posibilidad de conseguir empleo. El capitalismo chino transformará más a Europa que el comunismo soviético.

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2. El euro. Nadie pronosticó que la caída del Muro estimularía la creación del euro. ¿Quién se hubiese atrevido a decir que los alemanes estarían dispuestos a abandonar el marco? ¿O que los franceses tolerarían no tener su propia moneda, sino otra controlada desde Frankfurt -la sede del Banco Central Europeo-? ¿Y que, además, otros 14 países renunciarían a sus divisas para plegarse al euro? ¿O que, después de una crisis financiera mundial con efectos devastadores para Europa, la moneda de refugio para quienes temen que el valor del dólar caiga en picado sea el euro? El euro era una utopía y hoy es una realidad que no sorprende a nadie. Y ésa es una sorpresa.

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3. La debilidad política europea. En principio, cuantas más naciones formen parte de una alianza, más influyente debería ser esa alianza. En 1960, la alianza europea contaba con seis países miembros; en el 2003, con 15; y hoy, con 27. Europa es una potencia económica mundial. Sus democracias y sus políticas sociales son envidiadas por el resto del mundo y sus generosas ayudas al desarrollo son codiciadas en muchos rincones del planeta. Paradójicamente, sin embargo, su peso en la política mundial ha disminuido.

De acuerdo con un estudio del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (CERE), la influencia del continente en Naciones Unidas con respecto a la defensa de los derechos humanos -un valor fundamental de Europa- ha caído en picado. A finales de los noventa, el 70% de los países de la ONU apoyaba a Europa en las votaciones sobre derechos humanos. Hoy, 117 de los 192 países de ese organismo votan regularmente contra Europa. El CERE también nota que, en 2008, Europa mandó más soldados a Afganistán que Estados Unidos -500 de los cuales perdieron la vida-. También estuvo a la par en ayuda financiera. Sin embargo, no tiene mayor peso en las decisiones estratégicas. Lo mismo ocurre en el conflicto entre israelíes y palestinos. Europa manda mucho dinero pero influye poco. La Unión Europea no actúa de manera muy unida y eso disminuye su importancia en el mundo.

4. Islam en la vieja Europa, y Estados Unidos en la nueva. ¿Quién se hubiese imaginado en los momentos más tensos de la guerra fría que muchos europeos se llegarían a sentir más amenazados por la inmigración proveniente de países árabes que por la expansión de las dictaduras comunistas? ¿O que Polonia, Hungría o la República Checa se convertirían en baluartes del pro-americanismo mundial? Pero éstas son otras de las sorpresas de la Europa post-Muro. La angustia por la inmigración, sobre todo de países musulmanes, se ha transformado en un tema de debate cotidiano. Que Europa se convierta en "Eurabia" es el corolario de estas angustias. Hoy los inmigrantes constituyen cerca del 10% de la población de la mayoría de los países de Europa occidental, y en algunas grandes ciudades llegan al 30%. Inevitablemente, las encuestas revelan que el 57% de los europeos opina que en su país "hay demasiados extranjeros". Mientras tanto, en algunos países de la ex Unión Soviética florece el pro-americanismo: económico, político, cultural y hasta militar. Que esto pase en un continente donde el antiamericanismo es habitual es otro sorprendente legado de la caída del muro de Berlín.

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