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Reportaje:

Sudán del Sur huye de Jartum

La región más rica en petróleo crea un Estado 'de facto' con el aval de EE UU y se prepara por si estalla otra guerra con el Norte

Bienvenidos a un nuevo país que vive en paz, con grandes recursos naturales, toneladas de petróleo y gran ilusión hacia el futuro. Y ahora, la versión pesimista: bienvenidos a un país devastado tras 21 años de combates, sin infraestructuras, sin control sobre sus recursos y con los nubarrones de una nueva guerra en el horizonte. Por raro que parezca, se trata de un mismo lugar: Sudán del Sur. Y aún más increíble: las dos presentaciones son verdad.

Toda la atención sobre Sudán está ahora centrada en Darfur, la castigada región occidental hundida desde hace cuatro años en un sangriento conflicto avivado por Jartum. Pero entre 1983 y 2005, la muerte y la desolación procedían de la guerra abierta entre el Norte, mayoritariamente árabe y musulmán, y el Sur, de mayoría negra y cristiana. La lucha fue feroz (dos millones de muertos, cinco millones de desplazados y refugiados) y el empate nunca pudo deshacerse: en 2005, el Gobierno islamista de Jartum y los rebeldes del Movimiento Popular de Liberación de Sudán (SPLM, en inglés) firmaron la paz, que se mantiene con pinzas. Ahora se respira una ambigua calma, quizá verdadera o quizá un mero respiro para coger impulso y volver a guerrear. La incógnita se despejará como muy tarde en 2011, año en que está previsto un referéndum de autodeterminación en el sur.

Tras 21 años de guerra, la gente busca divertirse a toda costa, antes de que estalle otro conflicto
Todo está por hacer: sólo los soldados y la policía cobran con regularidad

Sudán del Sur es ahora una zona en plena reconstrucción. Todo está por hacer. Entre la frontera de Uganda y la primera ciudad sudanesa, Kajo Keji, hay apenas 10 kilómetros, pero se tarda más de una hora en recorrer en un moderno cuatro por cuatro. Las carreteras no existen; ni siquiera los caminos. Lo que hay es una sucesión de enormes baches con dos millones de minas antipersona todavía escondidas en sus entrañas. La electricidad depende de los generadores que cada uno pueda conseguir. Y el mejor hospital de toda la región tiene sólo dos médicos titulados.

En Sudán del Sur hay mucha miseria, sí, pero aún más ilusión. El simple hecho de salir a la calle, respirar y capear el calor sofocante después de tantos años de obuses se ha convertido en una auténtica fiesta. "Estamos muy ilusionados, llevamos toda la vida soñando con vivir en paz y construir nuestro propio país y ahora lo estamos disfrutando", dice Rubu James Babu, médico de 31 años de Kajo Keji, todo un símbolo de lo que sucede: lleva dos años atendiendo pacientes y el nuevo Gobierno de Sudán del Sur aún no le ha pagado nada. Y no se queja.

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Sólo la policía y los soldados cobran su salario con regularidad. Así que Babu se levanta a las seis de la mañana y cultiva su pedazo de tierra para poder subsistir antes de empezar su jornada como médico. "Hay que tener paciencia porque esto es sólo el principio y todos tenemos que poner lo mejor de nosotros mismos; espero que a finales de este año nos empiecen a pagar", explica mientras muestra las llagas en la mano de tanto cavar.

Nadie sabe cuánta gente vive en Sudán del Sur ni en sus ciudades-poblados porque el censo es antiquísimo. Ni siquiera está clara su extensión: es mayor que España, pero hay tantas zonas en disputa entre el Norte y el Sur -casi todas ricas en petróleo- que no es posible trazar un mapa de consenso. Pero la gente ha aplazado las preocupaciones y busca divertirse a toda costa: se sigue con pasión la liga inglesa de fútbol, corre a raudales todo tipo de alcohol autóctono, fortísimo y barato -kwete, de maíz; dumo, de miel-, y se montan discotecas con una bombilla, un viejo equipo de música y un punto de venta de cerveza caliente porque apenas hay frigoríficos.

El primer vistazo invita al optimismo. Tras el acuerdo de paz de 2005, el SPLM se integró en el Gobierno central -ocupa la vicepresidencia y la cartera de Exteriores-, mantiene una posición pragmática y centra sus esfuerzos en levantar la nueva Administración autónoma en el Sur. "Hay mucha esperanza y todos estamos motivados para superar las dificultades", recalca Lawrence Korbanoy, miembro del secretariado del SPLM, en la sede central de este partido, en Juba, la capital del Sur a orillas del Nilo, escoltada por decenas de activistas armados.

Pero tras la verdad oficial, otra realidad menos refulgente asoma. De un lado, Jartum trata de modificar las fronteras entre el norte y el sur para quedarse con áreas clave de abundancia petrolera; vacía los pozos del sur a velocidad de vértigo (aprovechando que aún los controla y que el referéndum se acerca) y sus milicias afines siguen sin entregar las armas. Del otro, el SPLM ha arrinconado la idea de refundar Sudán sobre bases laicas ("Nuevo Sudán") que abanderó su histórico líder -John Garang, fallecido en 2005- y aboga cada vez con menos disimulo por la independencia; la nueva Administración se funde con el partido y actúa ya como Estado independiente de facto; y su brazo armado, el SPLA, reconvertido en Ejército del sur, adquiere armas a toda velocidad. Ambos lados parecen estar haciendo acopio de fuerzas con la vista puesta en el referéndum de 2011, cada uno con poderosos aliados detrás, atraídos por el petróleo en disputa: China protege a Jartum; EE UU a Juba.

"Jartum quiere demostrar que no sabemos gobernarnos solos e instiga el conflicto entre las distintas tribus", se queja el gobernador de Kajo Keji, Oliver Mule, en su despacho oficial, que es a la vez el del Gobierno, el del SPLM y el del SPLA. "Está claro que las cosas entre Jartum y Juba no marchan bien, por esto no se desarman las milicias", añade un miembro de la agencia de espionaje de Juba.

Los más jóvenes exhiben ya sin complejos su disposición a enrolarse en el Ejército para luchar si Jartum no acepta la para ellos irreversible independencia. "No nos gusta, pero estamos preparados para volver a las armas", subraya con gesto grave Bol Rhoch Mayol, de 24 años, alumno de una escuela en Kajo Keji dirigida por monjas combodianas, entre ellas la leonesa Adela González. Incluso se apunta a las armas Nabor Simon Mead, de 27 años, que en 1989 fue raptado por el SPLA y convertido en niño soldado. "Fue duro, pero ahora entiendo que lo hicieron porque lo prioritario es hacer todo lo necesario para luchar contra el enemigo y ganar", afirma.

La paz es un imán para los centenares de miles de refugiados, que van regresando poco a poco al país con la ayuda de Acnur. Algunos han pasado hasta 20 años fuera, huyendo de una de las más sangrientas de las guerras africanas. Vuelven para disfrutar de la calma y saborear el momento, como si el mundo fuera a acabarse pronto e incluso supieran cuándo: exactamente en 2011.

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