El Tea Party se planta en Washington
Los conservadores concluyen su gira de protesta contra la política de Obama

La populista gira del Tea Party se dio ayer por concluida hasta el otoño. Eso no significa que la rabia y el descontento con el Gobierno -el actual Gobierno, el del primer negro presidente de Estados Unidos- de estos ciudadanos vayan a quedar aparcados. Seguirán peleando por devolver la democracia a su país, que ellos creen perdida. Para su despedida eligieron una fecha que aborrecen y una ciudad que consideran corrompida por el poder interesado de los partidos: el 15 de abril, plazo límite para entregar la declaración de la renta en EE UU, y la capital de la nación, Washington.
Con banderas que evocaban la época de la revolución americana ("Don't tread on me", no me pises) e incluso vistiendo trajes de otros tiempos pasados que consideran mejores, varios miles de personas reclamaron reducir el papel del Estado en la vida diaria norteamericana al mínimo y exigir responsabilidad fiscal a los políticos que manejan los hilos que mueven el Capitolio. Su ideario es el mismo que diseñaron en 1773 los colonos que lanzaron al agua del puerto de Boston una carga de té para protestar contra los impuestos que gravaban tan preciado y consumido bien. Pagaban a las arcas británicas, pero no tenían voz ni voto. Aquella acción está considerada el inicio de la revolución que dio la independencia a EE UU de la metrópoli. Quienes hoy forman el movimiento del Tea Party pretenden consumar una segunda revolución sobre la primera. "Estamos frustrados con las políticas del presidente", declara Rick Donahue. "No nos gusta su reforma sanitaria ni nos gusta el descenso al socialismo que se ha iniciado en este país", advierte.
"Pagamos impuestos y no se nos escucha. Nos haremos oír", dice una mujer
"Seguimos sin tener verdadera representación", dice Joanna Thomas. "Pagamos impuestos, demasiados impuestos, y no se nos escucha", prosigue. "Pues bien, nos vamos a hacer oír", enfatiza mientras hace ondear la bandera de la serpiente cascabel que amenaza con morder si la pisan ("Don't tread on me"), enseña que diseñó el general Gadsden durante la Guerra de la Independencia.
Con un ejemplar de la Constitución en la mano -su Biblia-, muchos de los asistentes a la jornada de protesta de ayer le recordaban al Gobierno que trabaja para ellos y no al contrario. Lo mismo hizo un día antes la ex candidata republicana a la vicepresidencia de Estados Unidos en las pasadas elecciones, Sarah Palin. El penúltimo lugar elegido para finalizar el Tea Party Express no pudo ser más simbólico: la ciudad de Boston. Palin apeló al espíritu revolucionario que inspiró la revuelta de 1773 para pedir al pueblo "una segunda oleada" que acabe con la política "antiestadounidense" de Barack Obama.
Más de 270 años después del "motín del té", Sarah Palin y sus seguidores han proclamado durante 21 días y en 48 ciudades el mensaje en contra de los impuestos. Comenzó en Nevada el 27 de marzo, Estado del líder de la mayoría en el Senado, Harry Reid, demócrata que se juega la reelección en las elecciones de mitad de mandato del próximo noviembre y a quien los teapartistas pretenden derrotar. Quieren repetir la senda iniciada este año con la pérdida del escaño demócrata que quedó vacante en Massachusetts tras la muerte de Edward Kennedy. La victoria la obtuvo un desconocido Scott Brown, republicano que los analistas consideran que logró el cargo debido a la insatisfacción con el Gobierno de Obama que tan bien canaliza el Tea Party.
Según publicaba ayer el diario The New York Times, el 18% de los estadounidenses que se identifican con el Tea Party suelen ser republicanos, blancos, hombres, casados y mayores de 45 años. Como Mike Arna, llegado desde Georgia para sumarse al grito anti-Obama. "Estos comunistas no me pisarán", aseguraba.

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