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Columna
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'Transformacionalista'

"Funcionarios de Estados Unidos se sorprendieron y alegraron del alcance de la participación en la elección presidencial en Vietnam del Sur a pesar de una campaña terrorista del Vietcong para interrumpir la votación. Según informaciones de Saigón, el 83% de los 5,85 millones de votantes registrados depositaron ayer su voto. Muchos de ellos arriesgaron represalias del Vietcong. El éxito de las elecciones ha sido una clave en la política del presidente Johnson de alentar el crecimiento de procesos constitucionales en Vietnam del Sur". Estas palabras, en The New York Times, el 4 de septiembre de 1967, circulan mucho estos días, debido al paralelismo que ofrecen con las elecciones celebradas en Irak.

Pese a las dificultades, Irak no es Vietnam; es casi lo contrario. No en el sentido de ganar o perder, sino en la doctrina que guía a Estados Unidos. En Vietnam, Estados Unidos se metió en una guerra (equivocada) de contención de lo que veía como el enemigo comunista (y no se dio cuenta hasta tarde que hacía frente a una resistencia también nacionalista). En Irak, pese a las mentiras para la guerra y que haya también una resistencia nacionalista (al menos suní) y un impulso islamista, lo que la Administración Bush trata es de introducir un cambio geoestratégico de primera magnitud en toda la región. No es nada seguro que pueda funcionar. Más bien lo contrario. Pero implica que, si les dejan, las tropas de Estados Unidos, aunque en menor número, se queden durante tiempo.

Desde luego, mucho más allá de las primeras elecciones con la nueva Constitución, incluso si se desarrollan en diciembre e incluso si se ponen en pie, con la ayuda europea y de otros, fuerzas de seguridad autóctonas suficientes. Hay que contar con que el terrorismo y la resistencia sigan durante años. Pues ya se sabe cómo empiezan estas cosas pero nunca cómo terminan. Y si hay tensiones disgregadoras en este Irak que se ve como la "Yugoslavia de Oriente Medio" (con petróleo), la presencia militar de Estados Unidos puede convertirse en una garantía contra la ruptura, aunque esta permanencia impida a la vez la estabilización del país: es parte de la solución y parte del problema.

Se pide a la Administración Bush un plan de salida. Pero no lo hay, pues el plan es no salir. Estados Unidos está construyendo más de una docena de bases permanentes en Irak. Posiblemente sus tropas dejen de cumplir labores abiertas de orden público, pero ahí estarán, para cambiar la ecuación estratégica en Oriente Medio y Asia Central (esencial, además, para un petróleo por el que ahora compite con China e India). Conviene tomárselo en serio: Bush quiere cambiar las cosas, es un transformacionalista, palabreja en boga (y muy neocon, pero "transformación" es también una obsesión en la OTAN, que tiene un mando principal así bautizado). En parte por su guerra contra el terrorismo, en parte por interés imperial, ha ido construyendo una estructura de fuerza en todo Asia Central y ahora en Irak (aunque falten soldados para estos planes, y la guerra esté reduciendo el número de voluntarios). Al menos un cambio significativo es que desde Washington ya no se deje el encauzamiento del conflicto israelo-palestino para el final, sino que se empuje al primer plano.

Thomas Barnett, autor de El nuevo mapa del Pentágono (The Pentagon's new map, 2004), tiene una visión radical y transformacionalista. Ve el mundo dividido entre "el núcleo" (formado por Estados Unidos, Europa, el Cono Sur de América Latina, Australia y los nuevos que han ingresado, como China), mientras que el resto está en "la brecha". La estrategia de Estados Unidos debe consistir en "reducir la brecha", incorporar a cada vez más países y poblaciones al núcleo de la globalización. Según esta visión, el 11-S fue una perturbación sistémica. Y la invasión de Irak, un "intento manifiesto de crear una perturbación del sistema centrada en el golfo Pérsico". Por eso, "no salir significa no tener estrategia de salida". Mientras, Europa planea qué hacer en Irak, pese a pensar que la estrategia americana no va a resultar, pero no tiene otra que proponer. aortega@elpais.es

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