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Tropas de la UE llegan a Congo para intentar parar las matanzas

La ola de violencia interétnica ha dejado ya más de 700 muertos

Ramón Lobo

El aeródromo de Bunia parece un fortín situado en lo alto de una pequeña meseta. Decenas de cascos azules de la Misión de Naciones Unidas en Congo (Monuc) se confunden en el ajetreo militar con las boinas negras y verdes de los soldados de la Fuerza de Reacción Rápida (FRR) de la UE. La única pista asfaltada está protegida por blindados blancos y de camuflaje. En ella, un hormigueo de congoleños descarga ayuda humanitaria de dos aviones.

A un tercer aparato suben personas aliviadas que escapan del país. No hay combates desde que el sábado se trasladaran a Beni, más al sur, pero la situación es tensa. La presencia de los soldados europeos no ha desactivado el ciclo de violencia que desde el 4 de mayo ha costado la vida a más de 700 personas en matanzas tribales.

Se vive un movimiento insólito en el desvencijado aeródromo: una veintena de soldados uruguayos con uniformes y chalecos antibalas aguanta la solana del mediodía en doble fila. Son la guardia de honor de la zona en la que reina la barbarie. Aguardan la llegada de una delegación de embajadores del Consejo de Seguridad en gira por la región de los Grandes Lagos. Dos aviones Mirage realizan cabriolas intimidatorias sobre la pista. "Es un circo", musita un soldado sin inmutarse, "no impresionan a la gente de aquí, pues en la selva sirven de poco".

Las tropas europeas exhiben su armamento de guerra de última generación frente al escaso de los cascos azules, limitados por un mandato que se quedó anticuado hace meses y que ahora, los embajadores en gira, prometen revisar al alza. En la carretera de tierra roja que desciende del aeropuerto a los arrabales de la ciudad hay dos puestos de control. Una hilera de franceses fusil en mano regresa cansina a su base tras haber dado escolta desde los lados del camino a la importante delegación en visita relámpago. En un templete, que en una gran urbe parecería destinado a un guardiade tráfico, un francés monta guardia con un lanzagranadas frente a un enemigo invisible.

Los que deambulan por esa carretera son cientos de civiles boquiabiertos en busca de agua y alimento confundidos con algunos niños soldado de la etnia hema disfrazados en Rambos fotocopiados. El cuartel de la Monuc, a 200 metros del aeródromo, crece deformado por un lado como campo de refugiados. No hay censo, pues cada día llegan nuevos huidos de los barrios ocupados por la milicia rival. Unos dicen que son 5.000 los arracimados junto a la Monuc; otros, que superan los 10.000. Una nube de tiendas artesanales techadas con plásticos, telas multicolores u hojas de palma da cobijo a una aldea de desplazados organizada para sobrevivir en el caos.

Bunia es el símbolo por el que se matan los lendu y los hema, dos tribus enfrentadas desde hace generaciones por asuntos de tierra, y que hoy sirven de instrumento delegado de otras fuerzas que los arman y azuzan para rapiñar las riquezas de esta parte de Congo. Los hema están en la ciudad con sus dos milicias, la protegida por Uganda y la que obedece a Ruanda. En los barrios alejados se encuentran los lendu, apoyados por el Gobierno de Kinshasa y la guerrilla Mayi-mayi. "Es una mala idea que la FDR tenga tantos franceses; los hema los consideran pro lendu", dice un trabajador humanitario.

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Al cuartel general de la Monuc en el centro de Bunia, también le crece una población de desplazados.

Un niño muestra una pancarta contra la guerra mientras espera la llegada a Bunia de una delegación de la ONU.
Un niño muestra una pancarta contra la guerra mientras espera la llegada a Bunia de una delegación de la ONU.AP

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