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Columna
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Unasur: segunda vuelta

Es argumentable que chavistas y antichavistas quedaron con las espadas en alto en la cumbre de Unasur, celebrada en Quito hace unas semanas, aunque gran parte de la prensa colombiana interpretara que el solo hecho de que Caracas no lograra la condena de Bogotá por acoger a Estados Unidos en siete bases militares, era ya una victoria. Esa situación de tablas -que tiene mucho de enroque colombiano- es la causa de una segunda vuelta en la estación balnearia de Bariloche, Argentina, donde el presidente venezolano Hugo Chávez y el colombiano Álvaro Uribe -que no quiso ir a Ecuador- por fin se verán el viernes próximo las caras.

Las diferencias entre Colombia y Venezuela son históricas y para Chávez, como para cualquier militar de su país, toda reafirmación geopolítica de Bogotá es un irritante y un aldabonazo. A los ojos de Colombia la Venezuela del petróleo tiene algo de maná en el vecindario; en otros tiempos llegó a haber más de dos millones de colombianos instalados en el país vecino, hoy no bajan de un millón, y las importaciones de Bogotá, que Chávez quiere reducir en beneficio de Argentina y otros proveedores, han sido un balón de oxígeno para Colombia. En los imaginarios colombiano y venezolano figuran ambas naciones muy prominentemente, y es perceptible el sentimiento de superioridad cultural que los bogotanos albergan hacia Caracas. Cuando los colombianos celebran ese conocido estribillo con denominación de origen según el cual el castellano mejor hablado de América -y de la península- es el suyo, muchos piensan en Venezuela con un cierto desdén aristocrático.

La cumbre suramericana más que restañar las diferencias va a consolidarlas

Y sobre ese complejo distanciamiento hasta la oposición venezolana tiene dificultades de principio. Fernando Ochoa Antich, dirigiéndose a sus "compañeros de armas" colombianos, escribía el domingo en El Universal de Caracas que aunque fuera falso lo que sostenía Chávez de que el futuro atrezzo de las bases constituyera una amenaza militar, sí que había una ruptura del equilibrio estratégico entre ambos países, y, aun deplorando el verbo machihembrado del líder bolivariano, pedía mesura a Bogotá.

A la gran mayoría de los países latinoamericanos les molesta, primero, tener que invertir su tiempo debatiendo sobre las bases, pero, segundo, que éstas existan. Sólo hay dos miembros de la OEA, México y Perú, y apenas Lima de Unasur, que respalden con vigor suficiente la diplomacia de Uribe, y ello por razones sobradamente coyunturales. El presidente mexicano, Felipe Calderón, porque todo lo que hoy lleve el sello de Estados Unidos es bueno por definición, en el estado de necesidad en que se encuentra para obtener el apoyo norteamericano en la guerra contra el narco y el problema de la emigración; y el peruano Alan García porque su país está indispuesto o recela de todos sus próximos vecinos, chavistas como Bolivia, Ecuador y Venezuela, o con voluntad de neutrales como Chile, con la sola excepción de Colombia, con la que, además, rivalizaría si pudiera para el título de primer actor secundario de Washington en América Latina.

Y Brasil es quien está más molesto porque la decisión colombiana rompe ese equilibrio estratégico al que se refería el compañero de armas venezolano, pero en todo el continente. El acceso a las bases decanta a Bogotá hacia Estados Unidos, de manera incompatible con la formación de un bloque latinoamericano, como pretende el presidente Lula da Silva. Ése es el papel para el que se ha autodesignado el líder brasileño, el de máximo común denominador de las aspiraciones de América Latina en el mundo. Y por eso, para Lula tendría que haber en Bariloche más una pacificación de los espíritus que una condena refrendada por una mayoría, lo que podría crear una brecha insalvable entre los miembros de Unasur.

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Chávez, con aspiraciones más terrenales, no ignora, en cambio, que la vaga incomodidad contra Colombia que pueda animar a los Gobiernos que no son chavistas, pero que tampoco quieren que se les endose la etiqueta de antinada -Chile, Uruguay e incluso Argentina- no debería bastar para aprobar el anatema, pero el inventor del neosocialismo bolivariano tiene más que suficiente con dar un buen espectáculo que secunden Bolivia, Ecuador y, quizá, Paraguay, y sobre todo que se le embarre el camino a Brasil.

La cumbre más que restañar diferencias va a consolidarlas, o, en el mejor de los casos, hacerlas algo más aceptables para la mayoría, porque Uribe ya ha jugado sus cartas. Por ello, en Bariloche no va a ganar nadie, y todos dirán que son los que han ganado.

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