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Columna
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Unión de Naciones de América del Sur

Dos realidades se dan la mano, una planetaria y otra regional, para amparar un cierto despegue público de Brasil como gran potencia, o cuando menos del convencimiento nacional de que el país está inevitablemente destinado a serlo. La primera, global, la constituye una secuencia de preocupaciones y sinsabores para el hegemon mundial, Estados Unidos, que conocemos como Irak-Irán-Afganistán-y-Pakistán; el arco de crisis de la política exterior norteamericana, que aún podría extenderse hasta el Mediterráneo oriental con el conflicto de Palestina. Y la segunda, regional, es el advenimiento de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela.

Washington lleva unos años con la cabeza en otra parte. Mientras, en lo global, la segunda presidencia del segundo Bush combate sin éxito visible en Irak y Afganistán; no logra que Pakistán se interese en acosar a Al Qaeda; y tampoco fragua del todo una coalición contra Irán de árabes suníes y europeos cristianos, las malas noticias se le han acumulado en América Latina. Los electorados iberoamericanos han elegido un número creciente de Gobiernos contrarios al neo-liberalismo, y pese a que haya bastante retórica en sus declaraciones anti-imperialistas, la mayoría está mucho más interesada en resguardar su independencia que cuando la Escuela de las Américas formaba gorilas uniformados en defensa de Occidente.

El proyecto de Lula emula a la UE: propone "un espacio de concertación para la integración"

Igualmente, en lo regional, si Hugo Chávez no existiera, el presidente brasileño Lula da Silva habría tenido que inventarlo y, aunque en menor medida, el venezolano recibe también parecidos beneficios. Con la desmesura del líder bolivariano, las iniciativas de Lula han de parecer por comparación el mismísimo buen juicio y la mayor templanza. Y con el frecuente comercio político entre Caracas y Brasilia y la deferencia con la que Lula suele referirse a Chávez, éste siempre puede pensar que está bien con los que están bien con Washington.

Así es como se crea la coyuntura ideal para que Brasil trate de capitalizar un sentimiento que no se mostraba con tanta fuerza -aunque hoy sin guerrilla ni foquismo- desde los años 60 con el uno y mil Vietnams del Che; el coloso, de un lado, dando palos de ciego a miles de kilómetros de distancia, y el líder bolivariano, del otro, legitimando con su conducta estruendosa posiciones que el gigante brasileño expresa, en cambio, sólo con el mayor tacto y convocando a que se le sume el mundo suramericano.

Ese guante lanzado a la arena política es la constitución el pasado 23 de mayo en Brasilia de Unasur (Unión de Naciones Suramericanas), que suscribieron los 12 estados del hemisferio sur continental, y que por el solo hecho de existir es ya una alternativa a la OEA (Organización de Estados Americanos), que domina Estados Unidos. El gran proyecto de Lula emula a la Unión Europea cuando en su partida de nacimiento se lee que quiere ser "un espacio de concertación para la integración"; para "construir una identidad y una ciudadanía suramericanas"; y para mantener "el irrestricto respeto a la soberanía, integridad e inviolabilidad territorial de los estados", aviso este último de navegantes, sobre todo colombianos. Con sede en Quito -la Bruselas menor de los Andes- tendrá un parlamento en Cochabamba (Bolivia), su Estrasburgo del mundo indígena.

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Queda para más adelante, sin embargo, el complemento natural de Unasur, la creación de un Consejo de Defensa -la OTAN suramericana- a lo que sólo se ha opuesto la Colombia prohijada por Estados Unidos, del presidente Uribe, pero cuyo dossier se examinará en el plazo de unos meses. Y el proyecto, con o sin esa estructura de Defensa, debería ser enormemente atractivo para Europa, porque el hecho de que sea Brasil quien lo abandere es ya una razonable garantía de utilización prudente y no revoltosa de la bonanza que reporta el crudo venezolano. Si Lula no hubiera tomado la iniciativa, es muy probable que hubiera acabado por hacerlo Chávez y, cualesquiera que fuesen las mejores intenciones del gran actor de Aló, presidente, a la UE y también a unos cuantos de los reclutas de Unasur les habría complicado innecesariamente la vida.

Cuando se crea una organización multilateral militar en América Latina y de ella no forma parte Estados Unidos, es seguro que Washington sólo podrá interpretar el gesto como poco amistoso; aunque sea el demócrata Barack Obama el próximo ocupante de la Casa Blanca. Por eso, esta conjunción astral de la geopolítica, mundial y regional, presenta hoy una impronta inequívocamente brasileña. Y así se las ponían a Lula da Silva.

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