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La lección de Vietnam, 10 años después

Estados Unidos todavía no ha sabido valorar la gran lección que significó la guerra de Vietnam. Diez años después de la entrada en Saigón de las tropas de Vietnam del Norte, el entonces secretario de Estado de Washington, Heriry Kissinger, recuerda los pasos- que llevaron a la retirada norteamericana y extrac~ algunas consecuencias deaquella actuación. Quizá la más importante de todas ellas, según Kissinger, sea que los países bajo su liderazgo temen más su retirada que su implicación. De ahí, afirma el ex secretario de Estado, que Washington, a la hora de entrar o no en un conflicto, debe decidir previamente si está dispuesto a llegar hasta sus últimas consecuencias.

Estamos en el décimo aniversario de la caída de Saigón. El dolor de aquel día, el recuerdo de las víctimas de guerra -americanas e indochinas- y la matanza de millones de personas que siguieron al colapso no podrán ser olvidados.En Vietnam se acabó la inocencia de América en asuntos internacionales. Fue la primera guerra en que su implicación no estuvo provocada por una agresión abierta de unidades organizadas a través de una línea claramente marcada. Fue la primera guerra en la que no hubo ningún tipo de resultado militar que precediera a unas negociaciones. Fue la primera guerra que se contempló desde las salas de estar de América. Fue la primera guerra en la que importantes personalidades americanas se opusieron a la política de su país durante visitas -ampliamente publicadas- a la capital del enemigo.

En el transcurso de la guerra, Vietnam se convirtió en una tragedia en cuatro actos.

Acto 1. La asunción. En su discurso inaugural, el presidente Kennedy proclamó que Estados Unidos "apoyaría a cualquier amigo y se opondría a cualquier enemigo para asegurar la supervivencia y el avance de la libertad". Nadie discutió ese ambiguo compromiso ni la propuesta de que Indochina era una pieza clave para la defensa de la libertad. Seis semanas más tarde se enviaron marines a Tailandia. Un año más tarde se destinaron 16.000 consejeros militares para ayudar a Vietnam del Sur a resistir a las guerrillas de Hanoi. Hanoi estaba considerado como el filo de la estrategia global chino-soviética. Mirando retrospectivamente las cosas, sabemos hoy que Hanoi actuaba entonces por cuenta propia. Lo que realmente hacía Hanoi era explotar la división entre Pekín y Moscú, algo que Washington todavía ignoraba.

La implicación de miles de consejeros puso en peligro el prestigio mundial de Estados Unidos, aunque tal implicación no era suficiente como para resultar decisiva. Durante toda su intervención en Indochina, América nunca llegó a resolver la relación entre medios y fines, ni tan siquiera llegó a definir adecuadamente sus fines.

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La meta política final de América era noble: hacer posible que un pueblo lejano resistiera a la tiranía. Por otra parte, los llamados países libres de Indochina, aun siendo menos opresivos que Vietnam del Norte, no eran precisamente democracias. Las guerras de guerrillas raramente son originales. El ritmo de la guerra de guerrillas y el ritmo de las reformas son distintos: la creación de una democracia en un país en vías de desarrollo necesita 10 o más años; la destrucción y el caos se pueden producir en semanas.

La negativa a reconocer esta realidad movió a la Administración Kennedy a promover -por decirlo de una forma suave- la caída del autoritario dirigente de Vietnam del Sur Ngo Dinh Diem en 1963. El colapso del Gobierno civil fue el cauce que llevó a dos decisiones fatales: forzó, a Estados Unidos a mantener la junta que reemplazó a Diem tentó a Hanoi a emplear sus fuerzas regulares.

Acto 2. La estrategia ambivalente. El presidente Johnson se sintió obligado a llevar adelante la lógica de su herencia. El Gabinete dejado por la Administración Kennedy le presionó y se envió una fuerza expedicionaria de más de medio millón de soldados tan lejos de suelo americano como permite la Tierra, pero sin una estrategia para traerlos de vuelta a casa. Históricamente, América ha tratado de utilizar sus enormes recursos en una estrategia de agotamiento. Pero el agotamiento no funciona contra unas guerrillas que no defienden un territorio y pueden elegir el momento adecuado para combatir. Es más, en Indochina operaban desde santuarios situados en todos los países vecinos y se las combatía con la teoría de la escalada gradual, destinada a crear pausas que condujeran a un compromiso. De hecho, la escalada gradual convenció a Hanoi de que América carecía de determinación.

A medida que proseguía la guerra se acumulaban las demandas para hallar una solución política. Pero fueron tergiversadas por la tendencia tradicional americana de considerar la fuerza y la diplomacia como dos cosas separadas. Se difundió la idea de que Vietnam del Norte no negociaría (lo cierto es que no se le podía pedir que negociara) mientras su territorio siguiera sometido a bombardeos, independientemente de que el Ejército norvietnamita invadía ilegalmente Laos, Camboya y Vietnam del Sur. Finalmente, el presidente Johnson venció sus dudas instintivas y accedió a un alto en los bombardeos poco antes de las elecciones de 1968. En Corea, la decisión de detener las operaciones ofensivas después de haber iniciado las negociaciones fue la causante del 60% de las bajas americanas. En Vietnam, el cese de los bombardeos -que yo apoyé en su momento- provocó, con toda seguridad, el estancamiento de la situación.

Política sin apoyo

Durante el proceso, el apoyo bipartidista a la política exterior se evaporó. Entre 1963 y finales de 1966, el apoyo de los medios de comunicación, de la población y del Congreso era casi total. Los pocos oponentes que entonces existían, utilizaban los tradicionales métodos de debate de la democracia americana.

Pero a finales de 1966, la guerra se convirtió en el punto de apoyo de los hasta entonces grupos marginales que buscaban una transformación radical de la sociedad. Para ellos, Vietnam no era un doloroso dilema geopolítico del que había que sacar a América con honor. Preferían una solución desastrosa para desacreditar el odiado sistema. Convencidos de que solamente una humillación visible podía modificar la propensión americana a las aventuras exteriores, se mofaban de las llamadas a la credibilidad americana. Y los que habían llevado a América a la guerra estaban tan desmoralizados que, una vez abandonada la política, o permanecían en silencio o apoyaban a los extremistas. Muy a menudo, los medios de comunicación fueron colaboradores inconscientes. Era fácil hablar de los horrores de la guerra moderna; mucho más difícil era distinguir entre lo que era inherente al armamento moderno y lo que representaba una crueldad deliberada. Igualmente, era bastante sencillo construir un jactancioso abismo de credibilidad reiterando la diferencia entre lo que manifestaba el Gobierno y lo que pasaba realmente. Un análisis más honesto debería haber intentado distinguir entre lo que era debido a una verdadera confusión y lo que era una tergiversación. En el proceso, Hanoi aprendió que podía utilizar los medios de comunicación para crear la ilusión de que la búsqueda de la paz era como una historia de detectives en la que los norvietnamitas arrojaban pistas falsas y la Administración tenía que encontrar la explicación. De esa forma, el estancamiento no fue achacado a la agresión de Hanoi, sino a una serie de oportunidades americanas perdidas.

Acto 3. El doloroso éxodo. Nadie familiarizado con la carrera de Richard Nixon hubiera creído que la promesa de su campaña de poner fin a la guerra iba a significar una pura y simple abdicación. Al contrario, fue una sorpresa que un presidente elegido por un electorado conservador llegara a tales extremos para aplacar las críticas liberales (de hecho adoptó el programa de paz rechazado por la convención demócrata en 1968). Pero, en el ambiente de radicalización del momento, cualquier tipo de concesión daba paso a otra serie de demandas que culminaban en presiones para una retirada unilateral, abandonando al aliado americano.

Nixon estaba convencido de que era inmoral y peligroso para América desembarazarse sola y abandonar a millones de personas que habían luchado con ella confiando en su palabra. Decidió salvar el honor americano haciendo un esfuerzo a su modo: retirada escalonada de tropas para aplacar las protestas, negociaciones privadas, presiones esporádicas sobre Vietnam del Norte y ayuda estratégica a Vietnam del Sur. Las presiones domésticas forzaron a Nixon a adoptar compromisos que a menudo se cancelaban por sí mismos. Cada retirada estimulaba a Hanoi y cada avance sublevaba al movimiento pacifista.

Como resultado, un presidente no puede mantener solo una guerra en medio de tales pasiones. Enfrentado a resoluciones del Congreso que se, perfilaban progresivamente hacia una retirada unilateral, manifestaciones violentas y la hostilidad de los medios de comunicación, Nixon debió dirigirse al Congreso a principios de su mandato, exponer su estrategia y pedir su respaldo. De fallarle eso, debía liquidar la guerra. Nixon rechazó tal consejo porque creyó que la historia nunca perdonaría las tremendas consecuencias de lo que él consideraba como una abdicación de la responsabilidad ejecutiva. Fue una decisión honorable, de una gran moralidad.

El influjo del Watergate

A pesar de todos los obstáculos, Nixon estuvo muy cerca del éxito. A finales de 1972, su Administración había forzado a Hanoi a aceptar dos condiciones irreducibles: América no finalizaría la guerra abandonando a un Gobierno aliado ni cedería el derecho de ayudar a un pueblo que había luchado heroicamente a su lado. Lo que hizo desplomar esas perspectivas fue la caída de la autoridad ejecutiva, debido al caso Watergate, después de haberse firmado en 1973 los Acuerdos de París.

Acto 4. El período posterior a 1973. Los apóstoles de la inherente iniquidad americana habían propagado el embuste de que lo único que buscaba la Administración Nixon era una hoja de parra para la inevitable caída de Vietnam del Sur. Eso es una mentira y una bajeza. Es cierto que había términos que se debieran mejorar, pero la Administración Nixon creía que había conseguido unas condiciones aceptables (sobre todo teniendo en cuenta que la alternativa era una reducción de fondos del Congreso que llevaría un colapso total). No éramos muy cándidos en relación con Hanoi, pero por eso tratamos varios elementos de seguridad: continuación de la ayuda para permitir al Ejército survietnamita enfrentarse a violaciones menores. La amenaza de represalias americanas en caso de violaciones fronterizas en gran escala. La limitación de la influencia de Moscú y Pekín, que tenían, crecientes problemas en sus relaciones con Estados Unidos; y la oferta de ayuda americana a Hanoi si decidía reconstruir el Norte, en vez de invadir el Sur.

Pero los acuerdos de paz no acabaron el febril debate vietnamita, reforzado ahora por el Watergate. Las consecuciones y penalidades tan dolorosamente acumuladas fueron sistemáticamente desmanteladas. A pesar de las inmediatas y flagrantes violaciones de Vietnam del Norte, el Congreso votó en junio de 1973 la prohibición de cualquier tipo de acción militar americana "en, sobre o cerca" de Indochina. Recortó las aportaciones a Vietnam en un 30% en 1973 y otro 50% en 1974. Puso unos techos miserables a la ayuda a Camboya, prohibiendo los asesores americanos e incluso la transferencia de equipamiento americano desde cualquiera de los aliados asiáticos vecinos. Inició un asalto para establecer la distensión en el momento de mayor debilidad del Ejecutivo.

El presidente Nguyen Van Thieu se aterrorizó cuando comprendió que no recibiría la asignación suplementaria prometida para 1975, y Hanoi decidió probar suerte después de ocupar una capital de provincia, demostrando que ni tan siquiera la más osada violación encontraría represalias americanas.

Nunca sabremos si Vietnam del Sur podía haber aguantado con una política americana más generosa y resuelta, pero ése no es el tema. Estados Unidos le debía a los pueblos de Indochina una oportunidad decente de supervivencia. Las divisiones internas impidieron a Estados Unidos pagar la deuda.

¿Cuál es el aprendizaje de toda esta serie de hechos?

- Las guerras de guerrillas se evitan mejor mediante anticipación, con generosos programas de ayuda y reforma en los países que Estados Unidos considera vitales. Pero, una vez que la guerra está en marcha, la victoria no se puede alcanzar solamente con reformas.

- Antes de que América comprometa tropas de combate debe tener una clara conciencia de la naturaleza de la amenaza y de los objetivos realistas. Esto presupone dos condiciones: a) un consenso bipartidista de lo que constitu

ye el interés vital, y b) el reconocimiento de que el equilibrio mundial de las fuerzas puede ser subvertido más fácilmente por incrementos aparentemente marginales que por un gran asalto.- Cuando América se comprometa en una acción militar, no hay alternativas para alcanzar los objetivos propuestos. Los escrúpulos no pueden acallarse con ejecuciones a medias. El estancamiento prolongado minará inevitablemente la fuerza de la democracia.

- Una democracia no puede conducir una política exterior seria si las partes contendientes no ejercitan alguna temperancia en sus debates.

Radicales y conservadores

Si queremos aprender algo de Vietnam, América debe hacer una evaluación honesta de las lecciones de aquella tragedia, cosa que todavía no se ha producido.

Los radicales buscan imponer una versión de la historia según la cual unos líderes sedientos de sangre mantuvieron una guerra sin otro objetivo que satisfacer a unas cuantas psicologías retorcidas. Pero los habitantes de las barcas de Vietnam, los cientos de miles de vietnamitas que después de 10 años siguen en campos de concentración, el gas venenoso de Laos y el genocidio de Camboya son testigos de que haber luchado por evitar tales horrores no es una vergüenza.

La derecha distorsiona la historia simplemente ignorando a Vietnam. Su ala aislacionista siempre se ha sentido más cómoda con la estridente retórica anticomunista que con las implicaciones en la lucha contra el comunismo en lejanos frentes de batalla. La mayoría de los neoconservadores estuvo en el movimiento pacifista después de 1973. De ahí que, en la versión conservadora de la historia, las frustraciones de los años setenta son achacadas a la distensión, como si nunca hubieran existido la guerra de Vietnam ni el Watergate.

El transcurso de estos 10 años debería posibilitar a América para enfrentarse a su pasado, que está claramente connotado a Indochina. Pero la experiencia de Vietnam está profundamente impresa en la idea con que otras naciones juzgan el poderío e incluso de forma más patente en la disposición de América de defender sus intereses vitales o incluso de definirlos. Por otra parte, la Unión Soviética, después de un intento de expansionismo, está empantanada por las contradicciones. Vietnam, por su brutalidad intolerante, se ha convertido en un paria.

América falló en Vietnam, pero dio a otras naciones del suroeste asiático tiempo suficiente para enfrentarse a sus propias insurrecciones, y la propia angustia de América es testigo de sus escrúpulos morales. Los países libres de todas partes vuelven a mirar de nuevo a América en busca de seguridad y progreso. Su mayor temor no es la implicación americana en el mundo, sino su retirada. Ésa es la razón de que, 10 años después de la caída de Saigon, la unidad americana es tanto una obligación como una esperanza para el mundo.

COPYRIGHT

1985. Los Angeles Times Syndicate.

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