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Valiente, generoso y arriesgado

Enric González

Sus últimos meses no fueron ajenos a la crisis de Antena 3. Tras su cese como corresponsal en Nueva York, en verano pasado, pidió una excedencia para seguir en la ciudad al menos otro año y regresó a Chechenia para realizar un gran documental, que editaba cuando decidió que tenía que cubrir en Haití la caída de Jean-Bertrand Aristide. El peligro de la marginación laboral le afectó más, probablemente, que el peligro de la guerra. Ignoraba qué iba a hacer en el futuro. Tal vez en Haití quiso bordar su mejor trabajo, tal vez se expuso demasiado. Tal vez tuvo mala suerte. Él solía decir que en la guerra es mejor contar con el sentido común que con la suerte.

Le conocí en Nueva York. La primera vez que compartimos unos vasos de vodka me contó que estaba empeñado en entrevistar a Osama bin Laden, por entonces un personaje escasamente conocido, y me enumeró algunos de sus contactos: contrabandistas de armas, soldados chechenos, dirigentes islámicos...

Tenía una asombrosa capacidad para desempeñar los trabajos más difíciles y ganarse la confianza de personas desconfiadas por naturaleza. Quienes le trataban no le olvidaban. Era un personaje romántico, bueno y desprendido, sentimental, apasionado. Cuando acampaba en las montañas afganas se levantaba antes que nadie para preparar café. Animaba a quienes no tenían su experiencia. Madera de héroe.

En Nueva York fuimos vecinos. Y en Nueva York le vi por última vez, en una iglesia del Village donde se celebraba un funeral por Julio Anguita Parrado.

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