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Columna
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Van Rompuy, ZP y Mr. Bean

Francisco G. Basterra

Ha tenido que aparecer Mr. Bean, el genial personaje cómico interpretado por el actor inglés Rowan Atkinson, para que los ciudadanos tomen conciencia de que España preside, de manera compartida y desde el trasportín, la Unión Europea. Su irrupción tramposa en la web oficial de la presidencia española ha logrado lo que no han conseguido los discursos oficiales ni la iluminación azul televisada de edificios emblemáticos en la Nochevieja. Un signo de lo desmedido del tiempo actual. Desvanecidos ya los efectos especiales y repuestos los ojos del sueño alado de Tamara Rojo en el concierto de anoche en el Teatro Real, con el que la cúpula europea celebró el nacimiento de la nueva presidencia, cabe hacerse la pregunta que ya se planteó Lenin refiriéndose a la democracia. ¿Europa, para qué?

Ya tenemos el Tratado de Lisboa. Pero esto no se traduce necesariamente en una Europa más eficiente

Ya tenemos nuevo traje, el Tratado de Lisboa, y nuevas instituciones. Pero esto no se traduce necesariamente en una Europa más eficiente, más cercana y útil a sus 500 millones de ciudadanos ante una crisis económica que ha elevado a 23 millones el número de desempleados en la Unión. Europa se enfrenta a la urgencia de concretar, pasar a la acción. La pancarta desplegada por López de Uralde y sus compañeros de Greenpeace en Copenhague era un buen recordatorio: "Los políticos hablan, los líderes actúan". ¿Dónde están los líderes? ¿Nacionales, europeos? ¿Es Angela Merkel frau Europa (la señora Europa), como la bautiza en la portada esta semana la revista Time? ¿O barrerá para casa? Es posible que Nial Ferguson tenga razón al afirmar que "vivimos el final de 500 años de predominio occidental". Aunque esta pérdida de peso relativo sea cierta y no podamos pretender desde Europa definir el rumbo mundial, todavía debiéramos ser capaces de suministrar las ideas adecuadas desde el punto de vista de corrección de los excesos del capitalismo, cohesión social y equilibrio ecológico. No caigamos otra vez en el europesimismo.

El puente de mando de la presidencia española está abarrotado. Lo que se presenta como una oportunidad, presidir los primeros para desarrollar el Tratado de Lisboa, no lo es tanto. Herman Van Rompuy, el político belga demócrata cristiano, ultra católico que se retira un par de veces al año a un monasterio para meditar, hábil, poco mediático, es el verdadero presidente. Conducirá a los jefes de Estado y de Gobierno en los Consejos de la UE, desplazando a Zapatero. Cabe preguntarse por la necesidad de mantener esta redundante bicefalia. La manifiesta debilidad de la economía española, la última en la salida de la recesión y la primera en paro, lastra nuestra presidencia, como ejemplo para poner a Europa en la senda del crecimiento económico. España tampoco presidirá los consejos de Exteriores, función que asume la nueva ministra de Exteriores europea, la británica Catherine Ashton. Y además cuenta también, para la coordinación de la política económica de los países del euro, el presidente del Eurogrupo, el luxemburgués Juncker. Cuatro cabezas son muchas para un solo cuerpo, ha advertido Van Rompuy. Sin contar con una quinta importante, el presidente de la Comisión, Durão Barroso.

Van Rompuy es el encargado de impulsar el interés europeo secuestrado por los Gobiernos nacionales. Pero antes habrá que definir cuál es el interés general, el mínimo común denominador. En la ampliación, ¿integrar a Turquía contra el interés particular de Alemania y Francia? ¿Qué política energética europea? ¿La relación con Rusia admite un mínimo común? ¿Cuándo retirar las muletas fiscales del papá Estado? ¿Cuando le venga bien a Alemania o a todos? Conviene releer la intervención de Van Rompuy (www.consilium.europa.eu) el jueves en un acto en Alemania, en la que describió con precisión, un toque de escepticismo, y realismo ausente de la habitual hojarasca declarativa bruselense, su papel en lo que definió como "el comienzo de una nueva aventura".

El presidente del Consejo Europeo entiende que Europa debe responder a dos cuestiones fundamentales: la rápida desindustrialización del continente, con la excepción de Alemania. Y, en segundo lugar, la deuda, asumida para evitar lo peor durante la crisis, pero trasladando el dolor financiero hacia el futuro, que no debe hacer olvidar la necesidad de una consolidación fiscal en el límite máximo de 2013. Van Rompuy se pregunta también, como muchos ciudadanos, si el Tratado de Lisboa es un barco nuevo capaz de navegar las tormentas globales o es el viejo casco oxidado con una capa de pintura nueva. Creo que el patrón europeo va a demostrar que desaloja más volumen de lo que parecía pesar. Pronto saldremos de dudas.

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