_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Vencedores y vencidos

Lluís Bassets

Las crisis tienen vencedores y vencidos. Cuando salimos del túnel nos encontramos con un paisaje recién estrenado, en el que nada está en su sitio. Algunos jugadores han desaparecido. Otros han quedado disminuidos y contarán poco a partir de ahora. Unos terceros son los que han seguido el consejo del nuevo alcalde de Chicago, Rahm Emanuel, que ha vencido en las elecciones de su ciudad después de dejar la Casa Blanca de Obama, donde fue jefe del gabinete presidencial, el equivalente a un primer ministro: no desaproveches una buena crisis.

Sucede con las crisis económicas como la que estamos atravesando; pero también con las políticas, como las que afectan a todos los países árabes. En este caso, además, es una crisis revolucionaria, que pone de cabeza para abajo los sistemas de poder que han venido funcionando en toda la zona desde que terminó la etapa colonial. Si la crisis de las hipotecas subprime se llevó por delante la banca de Wall Street, esta crisis revolucionaria ya se ha cargado a tres grandes empresas y monopolios de poder que controlaban nada menos que una población total de 100 millones de habitantes, dos millones de kilómetros cuadrados y tres países enteros, con extensos recursos energéticos y turísticos y el control de una vía de comunicación estratégica como el canal de Suez.

Quien nada arriesga en esta crisis, como Europa, España incluida, seguro que nada gana
Más información
La revuelta se contagia al oeste de Libia

Aprovechar las crisis quiere decir utilizarlas para sacar grasa de los negocios actuales e imaginar otros nuevos, acordes con los nuevos tiempos. También estamos hablando de negocios políticos. Los clanes mafiosos derrocados poco podrán aprovechar, pero sus socios, amigos y aliados todavía estarán a tiempo, si espabilan. Dos recientes reacciones proporcionan excelentes ejemplos de capacidad de adaptación a las nuevas circunstancias. El primero es el del presidente israelí, Simon Peres, en su viaje a España, entusiasmado con la revolución árabe: "La democracia de nuestros vecinos es la mejor garantía para la paz". El presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, no le va a la zaga ni en entusiasmo ni en declaraciones. "En lugar de matar a la gente, escúchenla", ha dicho dirigiéndose a Gadafi. Seguro que los bancos, fondos de inversiones y socios empresariales de los tres clanes mafiosos seguirán similar conducta, guiada por las juiciosas y célebres palabras inventadas por Giuseppe Tomasi di Lampedusa en boca de su Gatopardo: "Que todo cambie para que nada cambie".

De momento es evidente que algunos se muestran ajenos a la vieja sabiduría del poder y se aferran al mundo antiguo en su hundimiento. La gran mayoría de los países árabes donde la revolución todavía no ha cuajado están maquillando a toda prisa sus miserables sistemas de dominación feudal. Liberación de presos políticos, subsidios a los alimentos, ayudas directas a las familias, destitución de ministros quemados o promesas de reformas constitucionales. Ejemplo de una mediocre reacción a los retos que se les presentan a tales regímenes lo encontramos en las palabras del rey de Marruecos, Mohamed VI, que se niega a responder ante unas pretensiones de democratización que considera demagógicas.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Algo similar sucede con las viejas potencias coloniales europeas, perdedoras en sucesivas oleadas de cambios, y perdedoras ahora, a juzgar por sus lamentables reacciones ante la crisis revolucionaria. El caso más sangrante es el de Francia, cuya política exterior ha entrado en barrena al mando de Nicolas Sarkozy, un presidente tachado de aficionado, impulsivo y excesivamente mediático desde las filas de su propia diplomacia. Lo dice el escrito de un grupo de altos funcionarios del Quai d'Orsay, publicado con pseudónimo en el diario Le Monde, en el que denuncian la desaparición de la voz de Francia en el mundo. Todo lo que se aplica a Francia tiene valor también para la Unión Europea, que inaugura el "servicio exterior mayor del mundo" con un naufragio de reglamento.

¿Hay vencedores? Los hay y ya de partida. Turquía, claramente. Quienes buscan la mano que mece la cuna en todo proceso de cambios históricos pueden fijarse en Ankara y en el próspero futuro del islamismo moderado de Recep Tayyip Erdogan. También los habrá por fuerza de su voluntad. Difícil pensar que Israel, abiertamente perjudicado ahora, no pugne por sacar provecho de la crisis. Teherán ya ha movido ficha: dos buques de guerra suyos han entrado en el Mediterráneo por Suez, por primera vez desde 1979. Queda claro que le aprovecha el cambio. Quien nada arriesga, como es el caso de la mayor parte de los países europeos, España incluida, seguro que nada gana. Los rendimientos de las crisis, también las revolucionarias, serán para quien los trabaje.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_