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Columna
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Venezuela: la oposición vuelve

El domingo se celebrarán unas elecciones legislativas en Venezuela calificadas de cruciales porque por primera vez en esta fase ya madura del mandato bolivariano habrá algo que discutir en la Cámara única o Asamblea Nacional. El proyecto de izquierda que encarna el presidente Hugo Chávez no corre peligro, pero la comodidad con que hace y deshace está menos asegurada. La Asamblea cuenta con 165 miembros, de los que solo un puñadito figura como simulacro de oposición. Y ello se debe a que en 2005 los adversarios del poder, tan peleados entre sí como con Chávez, tuvieron la ocurrencia de boicotear los comicios. Hoy, en cambio, galvanizados por la progresiva colonización de la soberanía nacional por el propio presidente, la oposición ha logrado apañar una tela de innumerables retazos, que van desde la socialdemocracia al golpismo inconfeso.

Estas elecciones son importantes; el poder absoluto corrompe absolutamente

Una aritmética convencional establecería el punto de inflexión para la Cámara en los 83 diputados de mayoría absoluta, pero no es esa la cifra clave para valorar el resultado de los comicios. Los números de verdad son 56 y 67. El primero expresa el copo de escaños necesario para bloquear las leyes orgánicas que exigen dos tercios de diputados para su aprobación, y el segundo porque impediría la gobernación por decreto -tres quintos de la Cámara- que por su ejecutividad es el instrumento con que Chávez lleva adelante su revolución. Las últimas encuestas dan una ligerísima ventaja al oficialismo -52% a 48%-, pero esas cifras tampoco son reveladoras. El Gobierno ha redistribuido los distritos electorales en ocho de los 24 Estados del país, seis de los cuales con gobernadores de la oposición, y se calcula que para que esta obtuviera un escaño más que el partido chavista debería acumular al menos un 56% de sufragios.

El bloque opositor, sin una figura comparable a un presidente que es el primer líder venezolano en la historia con proyección y seguimiento internacionales, lo fía todo al desbarajuste del poder. Cortes de fluido, que el chavismo atribuye generoso consigo mismo a la sequía; desabastecimiento masivo, supuestamente debido al aumento del consumo de las clases populares; criminalidad galopante que el Gobierno excusa diciendo que, preocupado por la justicia social, ha descuidado el orden público, como quien olvida los donuts en casa; instalación en todas las burocracias ministeriales de miles de expertos cubanos, lo que debería herir el sentimiento patriótico venezolano, y caos funcional, que también se consigna piadosamente al natural revuelo causado por la transformación de las relaciones de producción en la sociedad.

El líder bolivariano se ha presentado ante el elector en una quincena de ocasiones y solo en el referéndum de 2007 sobre la reelección indefinida fue derrotado, aunque ganó la batalla en la consulta siguiente. Y eso no se debe a nuevas demarcaciones electorales, que cualquier Gobierno latinoamericano traza sin reparo; ni al hostigamiento de los medios de comunicación, aunque llegue a extremos macondianos, como cuando Exteriores niega a la revoltosa prensa de Caracas hasta el itinerario de los viajes de Chávez al extranjero; ni al abuso de recursos del Estado en apoyo de las candidaturas oficialistas, también práctica común en toda América Latina. Se debe a que el número de pobres ha bajado del 46% a menos de la mitad, y el de indigentes se ha reducido al 6% en 10 años de chavismo; a que el desgobierno en abastecimientos, suministros y libertades afecta mucho más las clases medias que a los desfavorecidos que ahora tienen médico, escuela y productos de primera necesidad subsidiados, así como menos que perder ante una delincuencia que prefiere objetivos más suculentos. El chófer, afrodescendiente, de un importante diario caraqueño le dijo un día a su pasajero, periodista español: "Cuando Chávez pierda el poder yo volveré a ser invisible". Y Teodoro Petkoff, intelectual de servicio de la oposición, nunca ha negado que todas esas elecciones han sido democráticas. El chavismo ha favorecido a más de media Venezuela: la boli-burguesía, o los nuevos ricos del poder, y la lumpen-burguesía, los antiguos pobres que dejaron de serlo.

Chávez no necesita hacer de su país una segunda Cuba y aún menos hoy que La Habana se mira al espejo. El gurú bolivariano aspira a ejercer un poder virtualmente absoluto con elecciones, partidos y medios de comunicación bajo amenaza, pero básicamente libres de protesta y pataleo. Por eso, estas elecciones son importantes, porque el poder absoluto corrompe absolutamente, y hasta al chavismo mejor entendido le convendría un contrapoder que no constituyera una seria amenaza.

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