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Columna
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¿Y si Wikileaks revelara los secretos de la diplomacia vaticana?

El mundo, entre curioso y atónito, tiene puestos los ojos en las revelaciones sobre los secretos de la diplomacia estadounidense a través del site de Wikileaks que algunas grandes publicaciones, entre ellas EL PAÍS, están pasando a la opinión pública. Cabe preguntarse cuál sería la curiosidad y el interés si ese mismo portal nos revelara un día los secretos de la diplomacia vaticana.

Hace ya años, entrevisté a las afueras de Roma a un ex director de los servicios secretos militares de Italia. Me dijo con una cierta envidia: "Quien está mejor informado de los secretos del mundo es la diplomacia vaticana, sus servicios secretos". Según el militar, ninguno de los servicios de espionaje del planeta es tan completo y tan capilar como la diplomacia del Papa y nadie puede competir con ella. El Vaticano supo antes que nadie que el imperio soviético se estaba resquebrajando y que el Muro de Berlín se tambaleaba.

Porque lo sabía, y para darle el empujón final, la alta Corte Cardenalicia, en el cónclave secreto celebrado después de la muerte nunca aclarada del Papa Juan Pablo I -que falleció 31 días después de haber sido elegido-, escogió como sucesor al entonces joven cardenal Carol Wojtyla, arzobispo de Varsovia, que conocía más secretos sobre lo que estaba pasando en la URSS que el resto de las diplomacias del mundo.

Fue Gorbachov en persona quién agradeció un día al Papa polaco el haber contribuido "definitivamente" a la caída del comunismo soviético. Pero Wojtyla pudo hacerlo porque ya sabía que se trataba de un gigante herido al que le bastaba una sacudida para que se desplomase sobre sus pies de barro. Y él se la dio.

Aquel ex director de los servicios secretos italiano me explicaba que el Vaticano cuenta no sólo con sus nuncios o representantes oficiales en casi todos los países del mundo -con derecho a extraterritorialidad-, sino con miles de obispos, cientos de sacerdotes, misioneros y misioneras que esparcidos por los cinco continentes transmiten casi diariamente sus informaciones más secretas a sus autoridades inmediatas y éstas al Vaticano.

Fui testigo, por ejemplo, de las informaciones que, en vida aún de Franco, enviaba a Roma desde la Nunciatura de Madrid Mons. Giovanni Benelli, amigo personal del Papa Pablo VI, a quien el franquismo consideraba un "enemigo de España". Benelli, que acabaría siendo sustituto de la Secretaría de Estado del Vaticano y después arzobispo cardenal de Florencia y candidato a Papa en el cónclave en el que fue elegido Wojtyla, informaba puntualmente a Roma de lo que estaba aconteciendo en España, donde tenía informaciones puntuales y secretas de los obispos y religiosos. Recuerdo que me enseñaba cartas escritas de puño y letra por Pablo VI en las que le daba consejos sobre cómo obtener dichas informaciones. Hasta le aconsejaba frecuentar ciertas embajadas, sobre todo las más antifranquistas, para recoger información.

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El Vaticano es, sin duda, una fuente única de información secreta no sólo sobre asuntos religiosos, sino sobre la política internacional. Nadie, en este momento, está, por ejemplo, mejor informado de lo que ocurre dentro del régimen chino que Roma. Recuerdo el interés del cardenal Agostino Casaroli, Secretario de Estado de Juan Pablo II, por conseguir ya entonces informaciones sobre China. Solía llamarnos a los periodistas que por algún motivo habíamos visitado aquel país, para que pudiésemos ofrecerles noticias y sugerencias sobre cómo poder penetrar mejor en aquel planeta tan hermético.

Estoy seguro que si un día se hiciesen públicos los papeles secretos del Vaticano, los papeles del Departamento de Estado que están sacudiendo a la opinión pública se quedarían muy pequeños. Quien tuvo la posibilidad, por ejemplo, de frecuentar las embajadas ante la Santa Sede en Roma y oír lo que allí se hablaba en voz baja entre los cardenales y embajadores, en un ángulo de los solemnes salones, sabe muy bien que a cualquier embajador de cualquier Estado del mundo se le pondrían los dientes largos.

Recuerdo que por la embajada de Cuba ante la Santa Sede pasaban las personalidades más imprevisibles. Una mañana desembarcó en ella el Che Guevara. Tenía sólo aquel día para estar en la Ciudad Santa. El embajador le preguntó qué quería hacer: "Ir al Vaticano y a la Capilla Sixtina", le dijo. ¿Con quién habló aquel día en el Vaticano el Che y de qué?

Los archivos secretos vaticanos -los escritos y los orales- serían un verdadero manjar no sólo para cualquier investigador, sino para el más común de los ciudadanos de a pie. ¿Conseguirá penetrar en ellos un día Wikileaks? Sería un gran regalo para creyentes y no creyentes.

Un teólogo salvadoreño me comentaba a este respecto: "Es curioso que la Iglesia sea la institución que guarda mayores secretos que nadie. A pesar de que se dice fundada por el profeta de Nazareth, que recomendaba a los suyos que proclamasen sus ideas "hasta desde los tejados de las casas", y que les recordaba que él había venido "para revelar lo que estaba oculto desde la creación del mundo".

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