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Elecciones presidenciales en Francia

Zapatero confía en Sarkozy para impulsar la UE

Madrid ve en la elección del líder conservador una esperanza para acelerar la aprobación del nuevo tratado

La diplomacia española ha acogido con alivio e incluso satisfacción el triunfo de Nicolas Sarkozy, a pesar de que la victoria de Ségolène Royal hubiera propiciado afinidades y cooperación política entre los Gobiernos de España y Francia. El motivo se llama Europa. Los planteamientos del presidente conservador en el tema clave de la construcción europea son más claros y convincentes que los de la candidata derrotada. Para el presidente José Luis Rodríguez Zapatero, que apoyó a Royal en campaña, Sarkozy es ahora una esperanza de que el futuro del Tratado Constitucional quedará desbloqueado en pocas semanas.

Las intenciones de Royal de abrir un gran debate constitucional en Francia eran percibidas como una amenaza de mantener la crisis abierta bastante más allá de junio de 2009, cuando el nuevo tratado hubiera sido sometido a un referéndum de resultado incierto.

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Sarkozy se ha propuesto, en cambio, resolver esa situación por la vía rápida e ir al encuentro del plan de la presidencia alemana de la UE para que el próximo 21 de junio el Consejo Europeo apruebe, no ya un calendario de trabajo, sino un borrador del nuevo tratado, que, durante la segunda mitad de año, será debatido brevemente por una conferencia intergubernamental (CIG) sin precedentes, de naturaleza meramente "técnica", y sometido a la firma de los 27 en diciembre, como Tratado de Lisboa, bajo presidencia portuguesa.

El nuevo tratado, si prospera, sería uno más junto a los que constituyen la Unión desde los años cincuenta. No exigiría, pues, ser refrendado. El presidente francés electo ha anunciado que tiene viajará cuanto antes a Bruselas y Berlín para impulsar el proceso.

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Claro que el nuevo texto elaborado de este modo será lo que, Sarkozy, entre otros, denomina un "minitratado", es decir, un texto muy simplificado, de apenas 70 artículos frente a los 448 del tratado de 2004. Se da por hecho que no se llamará Constitución, no incluirá los símbolos supranacionales de la UE aprobados hace tres años, como el himno o la bandera, ni la Carta de Derechos Fundamentales. Tampoco otros más sustanciosos, como elevar a ministro de Exteriores el cargo de Alto Representante, que desempeña Javier Solana, o consagrar el euro como la moneda europea.

¿Es posible que el Gobierno español, el único que, con Luxemburgo, logró que se aprobara la Constitución en referéndum y que hoy todavía mantiene que, "de entrada", el texto aprobado no se toca, pueda pensar en quedar satisfecho con una solución de esas características? Sin duda, hace falta mucha realpolitik para dar ese paso, que en medios diplomáticos se explica de manera práctica: la buena marcha de las consultas aviadas en las últimas semanas por Berlín permite prever que el nuevo tratado conservará "lo esencial" del precedente. ¿Pero la Constitución? ¿El ministro? ¿El euro? La verdad, se razona en los mismos medios, es que, jurídicamente, la Constitución nunca hubiera sido tal, como tampoco el ministro. Y el euro no necesita consagraciones para ser la gran realidad europea.

Otros temas a debate preocupan más a los negociadores españoles, como la eventual supresión del artículo que consagra la superioridad del derecho comunitario sobre el nacional, o que el nuevo tratado no institucionalice la figura de ley europea. Por otra parte, británicos y holandeses quieren reservarse competencias, por ejemplo en materia de política de vivienda o de drogas. Pero los alemanes dicen que podrán salvar cerca del 90% de las competencias ya aprobadas y de las posibilidades de recurso a la mayoría cualificada.

La parte española espera, además, que se amplíen las políticas de inmigración y medio ambiente, que se ponga más acento en el capítulo social y que se cree un paquete energético para contentar a Polonia. El Estado de los hermanos Kaczynski es el gran obstáculo actual, si no el único, para que el proceso avance, ya que se niega en redondo a renunciar al sistema decisorio del Tratado de Niza.

España espera tener en ese contexto una doble ventaja negociadora: Alemania le necesita para mantener aislados a los polacos, ya que si el tratado final no es satisfactorio, también los españoles abrazarían la bandera de Niza. Pero Sarkozy busca igualmente el apoyo del sur para compensar la superioridad alemana de partida. Por eso está hablando de potenciar la política mediterránea, y por eso dijo en el debate con Royal que el borrador del nuevo tratado deberá tener el consenso de Alemania, Reino Unido y España, además, por supuesto, del de Francia.

Nicolas Sarkozy y José Luis Rodríguez Zapatero, en el palacio de la Moncloa en julio pasado.
Nicolas Sarkozy y José Luis Rodríguez Zapatero, en el palacio de la Moncloa en julio pasado.ULY MARTÍN

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