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El conflicto de Kosovo

La amenaza de perder el territorio resucita el nacionalismo en Serbia

Los sectores más europeístas alertan del retorno del "fantasma de Milosevic"

Ramón Lobo

Serbia, arrastrada por la inminente pérdida de Kosovo, es otra vez un país en blanco y negro, sin colores, ni ilusión, ni esperanza. Años de bombeo ideológico desde las plataformas del Gobierno sobre las terribles consecuencias de la pérdida del territorio que los nacionalistas serbios consideran cuna de su cultura y religión, han generado una población exhausta, perdida en un callejón sin salida.

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Ayer, el día en que acabó el plazo de las negociaciones entre Belgrado y Pristina y cuando la única vía realista es la declaración unilateral de independencia de Kosovo en unas semanas, Serbia vive sumida en una confusión total en la que nadie se atreve a predecir el siguiente paso. "El fantasma de Slobodan Milosevic ha vuelto. Grita, nos toca por la noche, da miedo, pero es sólo un fantasma; no es el Milosevic real que podía matar", asegura Dejan Anastasevic, analista del semanario Vreme y uno de los periodistas más lúcidos de Serbia.

"No existe una alternativa militar ni paramilitar", advierte Anastasevic, a pesar de que Alexander Simic, uno de los asesores del primer ministro, Vojislav Kostunica, insinuara hace unos días que la independencia de Kosovo podría provocar una nueva guerra balcánica. "Todos saben, y el Ejército serbio el primero, la gran diferencia que existe entre Unprofor

[Fuerza de Naciones Unidas en Bosnia-Herzegovina en los noventa] y KFOR

[fuerza de la OTAN en Kosovo, con 16.000 soldados]. Serbia sabe que le harán responsable de cualquier ataque contra los soldados de la OTAN".

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Tampoco hay una alternativa política clara, pese a que Kostunica ha amenazado con romper relaciones con los países que reconozcan un Kosovo independiente y ordenar un embargo con cortes de electricidad a la todavía provincia serbia. "El embargo es una idiotez. Lo intentó Milosevic en 1999 y no funcionó porque las mafias de los dos lados se organizaron muy bien", recuerda el analista.

La manipulación de la cuestión de Kosovo está erosionando los débiles fundamentos del sistema democrático serbio. Kostunica, un nacionalista que se simula moderado, y el poderoso Partido Radical, ultranacionalista y el más votado en las últimas elecciones, han logrado despertar otro fantasma, además del de Milosevic, el del miedo. Todos los que no están a favor de su política son presentados como traidores a la patria, la anti-Serbia. En esa partida de buenos y malos anda cautivo el presidente, el europeísta Boris Tadic, un hombre abrumado por las dudas y su incapacidad de distanciarse del discurso victimista de Kostunica y los suyos.

En la televisión B92, uno de los pilares del cambio que se intentó tras la caída de Milosevic en octubre de 2000, se emite un programa en directo convertido en el objeto del odio de los fanáticos. En El reloj de arena se denuncian los excesos y los escándalos en las privatizaciones de empresas públicas. En las últimas emisiones han sufrido ataques de vándalos. Su lema a la sociedad resulta provocador: "Si estáis bien, entonces nada".

A pesar de todo, la UE sigue siendo Eldorado para millones de serbios. Aunque el viceprimer ministro Bozidar Djelic diga que su país no cambiará Kosovo por la pertenencia a la Unión, el 50% no está de acuerdo. Aunque es cierto que el tobogán emocional al que está sometida una población hastiada de guerras, pobreza y desempleo (y una Europa inalcanzable que le exige largas y humillantes colas para intentar obtener un visado) tiene secuelas. Hace seis meses eran el 70% los que cambiaban Kosovo por una parcela de futuro. "La buena noticia", dice Anastasevic, "es que el 50% es el límite. De ahí no va a bajar".

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