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Columna
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El aperitivo

La coalición de conservadores y liberal-demócratas que gobierna el Reino Unido como consecuencia de unas elecciones generales que no proporcionaron a ningún partido la suficiente mayoría para gobernar en solitario no pierde el tiempo con grandilocuentes declaraciones ideológicas. El tiempo no está para ideologías sino para políticas prácticas que intenten resolver los graves problemas que afectan a la economía británica y, en especial, a un déficit desbocado que alcanzará el año fiscal que termina en marzo la descomunal cifra de 167.000 millones de libras, equivalente al 11,6% del PIB británico, el mayor entre los países que integran el G-7 y la UE.

El pasado lunes, el nuevo equipo económico de la coalición, encabezado por el conservador George Osborne, que como canciller del Exchequer (ministro de Hacienda) y flanqueado por su segundo y secretario principal del Tesoro, el liberal David Laws, ofrecieron el aperitivo de lo que pretende ser el mayor recorte presupuestario en la historia reciente del país, empezando con una reducción inmediata del gasto en prácticamente todos los departamentos gubernamentales, salvo los que se consideran de primera línea (como el gasto sanitario), de 7.300 millones de euros.

Antes de congelar pensiones, el Gobierno británico adelgaza otras partidas

Y digo el aperitivo porque el menú principal será ofrecido el 22 de junio cuando Osborne presente a la aprobación de la Cámara de los Comunes "el presupuesto de emergencia" prometido por los tories durante la campaña electoral. Un presupuesto de emergencia que sin duda hará recordar a muchos, cuando lo conozcan en detalle, las palabras de Churchill al hacerse cargo del país pocos meses después de iniciada la II Guerra Mundial. "Solo puedo prometer sangre, sudor, penalidades y lágrimas (blood, sweat, toil and tears)", fueron las célebres palabras de Churchill a sus conciudadanos. Una promesa similar tendrán que hacer ahora los líderes de la coalición, David Cameron y Nick Clegg, dada la gravedad de la situación. Claro que ahora podrán abordar esta etapa sin que la Luftwaffe y los V-1 bombardeen a diario Londres como ocurría en los años de la guerra.

La determinación mostrada hasta ahora por los integrantes de la coalición en la adopción de medidas impopulares, pero imprescindibles, ha sorprendido a propios y extraños y, principalmente, a los radicales de los dos partidos, muchos de los cuales no acaban de digerir la coalición. Su oposición se ha suavizado y algunos escépticos empiezan a considerar la posibilidad de que la permanencia de la coalición por los cinco años del periodo parlamentario no sea solo el shakespeariano sueño de una noche de verano de Cameron y Clegg.

En el tema de los recortes salvajes el que más ha cedido ha sido el cosmopolita Clegg, que, junto al partido laborista, se opuso tenazmente durante la campaña electoral a meter la tijera en el presupuesto hasta que se consolidara la incipiente recuperación económica. Mi compañero y sucesor en la corresponsalía de Londres, Walter Oppenheimer, les ha desgranado brillantemente las principales partidas donde el Gobierno ha utilizado de forma inmisericorde el hacha. Me interesa subrayar el tijeretazo que sufren esos entes llamados quangos, acrónimo en inglés de organizaciones no gubernamentales, pero dependientes del dinero del contribuyente, dedicadas a las más heterogéneas tareas, ninguna fundamental.

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Estas organizaciones -en España serían todas las empresas, fundaciones, observatorios, etcétera, dependientes de las administraciones públicas- verán su presupuesto reducido en 700 millones de euros anuales. El Gobierno británico ha considerado, contrariamente a lo que pretende hacer el español, que antes de congelar pensiones o reducir el sueldo de los funcionarios, el ahorro puede conseguirse adelgazando otras partidas.

Por lo que nos afecta como miembros de la Unión Europea, merece la pena subrayar la intención de este Gobierno, incluida en el discurso del Trono pronunciado por la Reina el pasado martes en la apertura del Parlamento, de someter a consulta popular cualquier intento de transferir a la UE futuros poderes que afecten a la soberanía del Parlamento y pueblo británicos. ¿Euroescepticismo? En parte, pero también Historia. Desde la Carta Magna de 1215, los ingleses -Escocia no se fusiona políticamente con el resto de Gran Bretaña hasta el Act of Union de 1707- consideran a su Parlamento la madre de todos los parlamentos y no es fácil convencerles para que cedan parte de su soberanía a otras latitudes.

Margaret Thatcher definió los sentimientos de muchos de sus conciudadanos en una frase. "Desde que nací (1925), todos los problemas para este país han venido de Europa y todas las alegrías, de la comunidad atlántica". Pero los tiempos cambian. De momento, Cameron ha visitado ya a Merkel y Sarkozy y todavía no se ha visto con Obama. Como en la constitución del nuevo gobierno, el pragmatismo acabará imponiéndose en las relaciones entre el Reino Unido y el resto de Europa. Ambos se necesitan.

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