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Columna
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El arma de los débiles

Ni una semana pasó entre la ratificación del tratado de desarme nuclear START por parte del Senado estadounidense y el inicio del mismo proceso en Rusia. Así, en enero de 2011 quedará ratificado el mayor avance concreto hacia el desarme nuclear desde que Barack Obama enunciase en Praga su visión de un mundo libre de armas atómicas. Esa visión no tiene por delante un camino fácil. En su propio país, Obama ha tenido que hacer frente a un gran número de críticos que objetan que es sencillamente imposible hacer desaparecer el arma nuclear: el conocimiento de cómo hacerlas está tan expandido que nunca podremos estar seguros de que un Estado o grupo que lo quiera no pueda crearlas de nuevo. Por ello, alegan, hay que mantener la capacidad de disuasión mediante armamento nuclear. Más allá de Estados Unidos, la tendencia no es precisamente a la desaparición del arma atómica: desde Corea del Norte hasta Irán, la preocupación de la comunidad internacional es más bien el riesgo de proliferación.

Los Estados que se aferran a su arsenal nuclear confunden ser peligroso con ser poderoso

En este año que acaba se demostró lo difícil que es avanzar incluso allí donde parecería más obvio. Desde los años cincuenta del siglo pasado, EE UU tiene desplegadas bombas atómicas tácticas (pensadas para ser usadas en situaciones de batalla, no para arrasar ciudades enteras) en cinco Estados de la OTAN sin arsenal nuclear propio (Alemania, Bélgica, Italia, Holanda y Turquía). Cualquier función militar de ese armamento es inconcebible en el contexto actual -tan inconcebible como una invasión por tierra a gran escala para las que fueron diseñadas- y queda más que cubierta por la combinación de fuerzas convencionales y armas nucleares estratégicas. Sin embargo, en la revisión del Concepto Estratégico de la OTAN que ha tenido lugar en 2010 ha sido imposible alcanzar un acuerdo para la eliminación de esas armas nucleares tácticas, por la oposición no de los países que las albergan, sino de otros, incluyendo a Francia, que teme la deslegitimación de su propio arsenal táctico.

Los cables del Departamento de Estado filtrados por Wikileaks nos demuestran cómo Francia se aferra a su arsenal nuclear, la force de frappe, como elemento irrenunciable de su identidad internacional y su estatus de potencia mundial. Los documentos filtrados muestran una adicción a la disuasión nuclear insólita para un Estado integrado en el proyecto europeo y cuyo territorio está rodeado de Estados amigos. Lo que los altos funcionarios enarcas ven como símbolo de grandeur, al común de los mortales se nos antoja un síntoma inequívoco de decadencia. Pero Francia no está sola en su obsesión: en Reino Unido, los tories hicieron bandera de la renovación del arsenal nuclear, símbolo de tiempos mejores. Y es que un repaso al panorama internacional de las armas atómicas puede ser visto como un paseo por las miserias y debilidades de Estados nostálgicos de un pasado imperial, de gigantes con pies de barro o de líderes que a su alrededor no ven más que enemigos.

El arma nuclear se ha convertido en el salvavidas del escalofriante régimen norcoreano, tan brutal con sus propios ciudadanos como acomplejado ante sus vecinos, que se aferra a ella una vez que ha perdido la carrera con Corea del Sur en cualquier otro indicador concebible. Para un Irán falto de legitimidad interna y temido por sus vecinos, el arma nuclear podría aparecer como tabla de salvación del régimen. En Israel, armarse con bombas nucleares supuso la admisión del fracaso en la tarea más importante: legitimar su existencia ante los vecinos de Oriente Próximo. Para India y Pakistán la bomba atómica refleja más los complejos hacia el vecino (China para India, la propia India para Pakistán) que un verdadero estatus de potencia. Nadie quedó más en evidencia que la Unión Soviética, cuya fragilidad quedó expuesta en 1989 y desembocó en un estrepitoso derrumbe. Rusia heredó su arsenal nuclear y lo sigue teniendo como elemento básico de identidad internacional, la baza que les permite hablarles de tú a tú a los norteamericanos, sin necesidad de resolver los problemas reales de los rusos.

El hecho de que los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU fuesen las cinco potencias nucleares reconocidas a partir de 1967 alimenta una confusión: parecería que su estatus derivase de esa condición nuclear, cuando lo que les dio entrada fue ser potencias vencedoras de la II Guerra Mundial. El verdadero poder, con sus privilegios y responsabilidades, es más complejo que la posesión de un arma cuyo uso debería ser inconcebible. Los Estados que se aferran a su arsenal nuclear, o los que buscan construirlo, no se dan cuenta de que al hacerlo están poniendo de relieve sus complejos y sus debilidades. La fascinación por el terror absoluto en sus manos les hace confundir ser peligroso con ser poderoso.

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