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EL OBSERVADOR GLOBAL | Elecciones en el país de los ayatolás
Columna
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El ayatolá echó a perder la cosa

Moisés Naím

No es que todo estuviese muy bien antes de que el ayatolá Alí Jamenei confirmara que los iraníes y el mundo disfrutaríamos de una nueva presidencia de Mahmud Ahmadineyad. Pero es que antes de ese anuncio tuvimos un par de semanas anormales. Fueron semanas en las cuales pasaron cosas que nos dieron algo de alivio frente al torrente de calamidades y malas noticias a las que nos hemos acostumbrado desde hace un tiempo.

El discurso de Barack Obama en Egipto, por ejemplo, fue una buena noticia. Hasta Jaled Meshal, el jefe de Hamás lo tuvo que reconocer: "Indudablemente, Obama nos habla con un nuevo lenguaje. Si Estados Unidos desea abrir una nueva página, nosotros definitivamente le daríamos la bienvenida". De las palabras a los hechos hay mucho trecho y los discursos se olvidan, pero es mejor oír este intercambio de palabras que las que normalmente oímos entre Hamás y los estadounidenses. Esa misma semana, y en esa misma región, tuvo lugar otro evento igualmente refrescante: el debate televisado entre Ahmadineyad y su principal rival en las presidenciales, Mir Hosein Musaví. "Usted ha dañado la reputación de nuestro país, ha promovido extensos conflictos con otros países, y sus métodos nos van a llevar a una dictadura", le dijo Musaví al presidente iraní en un programa visto por millones de espectadores. Éstas tampoco son las palabras que normalmente se intercambian por televisión los líderes de la teocracia iraní.

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También nos llegaron buenas noticias de Líbano. En un país donde, por décadas, las rivalidades políticas se han resuelto a tiros y donde la influencia de la vecina tiranía siria y del Hezbolá apoyado por Irán han sido determinantes, hubo elecciones pacíficas. Las ganó una coalición de partidos políticos aliados en su rechazo a la influencia siria, a la interferencia iraní y a la violencia de Hezbolá. Por supuesto que Hezbolá no ha depuesto las armas, que Siria e Irán no van a dejar de tratar de controlar Líbano y que la violencia puede estallar de nuevo. Pero, a pesar de todo esto, las elecciones de Líbano nos trajeron una bocanada de aire fresco.

Las buenas noticias también nos llegaron de otros lugares de los que no las esperábamos. En el distrito de Dir, en el norte de Pakistán más de mil pobladores enfurecidos decidieron organizarse para erradicar a los talibanes y los sacaron de sus pequeños pueblos. Hasta hace poco esto era inimaginable. En esas provincias limítrofes con Afganistán, la gente veía con simpatía a los talibanes y sus intentos de implantar las leyes islámicas y había fuerte rechazo a cualquier intervención militar contra ellos. Ahora, la popularidad de los talibanes se ha desplomado y los ataques del Ejército paquistaní con el apoyo de la población los ha obligado a replegarse. Trágicamente el coste humano ha sido devastador. Dos millones y medio de paquistaníes han sido desplazados de sus viviendas en lo que Naciones Unidas describe como el mayor y más rápido desplazamiento de refugiados desde el genocidio de Ruanda. Por ahora la opinión pública culpa a los talibanes de esta tragedia, pero pronto la desesperada situación puede llevar a una explosión política contra el Gobierno paquistaní.

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A la red Al Qaeda tampoco le está yendo bien en estos días en Pakistán. Muchos de sus líderes están abandonando sus refugios en la zona fronteriza y tratando de llegar a Somalia y a Yemen, donde ven un ambiente más hospitalario para sus operaciones. Sus cúpulas han sufrido importantes bajas en los últimos tiempos. Los líderes de Al Qaeda en Pakistán se han quejado públicamente de la falta de dinero y armas. Esta red terrorista no va a desaparecer. Pero es bueno enterarse de que las cosas no les están saliendo como a ellos les gustaría.

Esta extraña racha de relativamente buenas noticias se ve ahora truncada por el anuncio del líder supremo de Irán quien ha explicado que el abrumador -y probablemente fraudulento- margen de victoria del Mahmud Ahmadineyad es "una señal divina". Ya está. Eso es todo. Habló el ayatolá. Y millones de iraníes -y el resto del mundo- vivirán con las consecuencias. Pero él también. Y una de las consecuencias es que ya no podrá seguir aparentando que Irán es una democracia o que él no es el responsable del estancamiento económico, la pobreza, la inmensa corrupción y la brutal represión que caracterizan al país donde manda. Por años Alí Jameneí ha podido desvincular su papel como jefe supremo, de la responsabilidad que tiene por el mal manejo de su país. Ya no. De aquí en adelante es a él y no al presidente de Irán a quien hay que señalar como el responsable de lo que pase en ese país. mnaim@elpais.es

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