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Reportaje:

La bomba que regresa

El Gobierno francés teme una vuelta del terrorismo de extrema izquierda

Antonio Jiménez Barca

En junio del año pasado, un informe policial reservado de 40 páginas llegó al despacho de la ministra francesa de Interior, Michèlle Alliott-Marie. Se titulaba La constitución de una red terrorista: investigación sobre la extrema izquierda francesa y europea. En él se alertaba sobre la organización de grupúsculos muy ideologizados antisistema radicalizados y dispuestos a cruzar la línea de la bomba. Los expertos policiales situaban el origen de estos grupos no en las revueltas descontroladas y violentas con coches quemados en los barrios pobres de las afueras de París en otoño de 2005, sino en las manifestaciones políticas contra la reforma laboral celebradas meses después. El informe establecía varias comparaciones entre los emergentes grupúsculos y los inicios de Acción Directa, grupo de extrema izquierda fundado en 1979 que a lo largo de una decena de años llevó a cabo más de 70 atentados, incluidos secuestros y asesinatos.

Los activistas llenan las cestas de comida y se niegan a soltar un euro
Los 'nueve de Tarnac' están acusados de sabotear trenes

A la ministra no hubo que preocuparla con el asunto. Ya lo estaba desde hace mucho, según ha confesado varias veces. De hecho, al final del verano de 2007, cuando llevaba tres meses en el cargo, instó a sus colaboradores a vigilar la posible amenaza de este terrorismo como vigilaban a ETA, al islam radical o a los extremistas corsos.

La investigación comenzó a dar sus frutos, según la policía. En noviembre pasado se detuvo a dos jóvenes después de que explosionaran una bomba en un campo. En noviembre se arrestó a los "nueve de Tarnac", acusados de cometer los sabotajes en los trenes de alta velocidad y paralizar buena parte de la red viaria francesa durante varios días.

Tarnac es una localidad de apenas 300 habitantes situada en la región de Corrèze (centro del país). En 2003, Julien Coupat, un atento y brillante estudiante de Economía, Derecho y Ciencias Políticas, que por entonces contaba 28 años, se instaló allí para buscar una manera de vivir menos consumista. Con otros amigos, puso en pie una tienda de alimentos y una granja. Criaron patos, conejos y gallinas. Confraternizaron con los lugareños, que los han descrito siempre como chicos amables, simpáticos y generosos.

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Todos eran jóvenes, de entre 20 y 30 años e hipercualificados: la novia de Julian, Yldune, es arqueóloga; Benjamin, sociólogo; Manon logró hace pocos años el premio de clarinete en su conservatorio; Aria había participado en una telecomedia suiza haciendo el papel de adolescente rebelde...

Coupat, según la policía, no sólo es el líder del grupo. También es el autor de un libro que circula por los grupúsculos de ultraizquierda titulado La revolución que viene, parapetado tras la firma colectiva Comité Invisible. En el libro se denostaba al Estado, al capitalismo, se elogiaban los disturbios y se hacía referencia al sabotaje de trenes. Coupat, de hecho, llevaba desde abril siendo observado por la policía.

Tres de las 40 páginas del famoso informe reservado que llegó en el verano al despacho de la ministra estaban dedicadas a los "nueve de Tarnac".

Alain Bauer, criminalista profesor en la Sorbona y experto en temas de seguridad, advierte que los principios que inspiran La revolución que viene son parecidos a los que impulsaron Acción Directa. "En este tipo de grupos de extrema izquierda hay dos fases: una en la que prima más lo intelectual y otra en la que se radicalizan. En la actualidad, estos grupúsculos están en la fase intelectual. Pero la debilidad de la izquierda francesa puede hacer que se radicalicen y pasen a la acción", añade.

Otros elementos intrigantes: el 16 de diciembre la policía encontró en los grandes almacenes Printemps del centro de París cuatro cartuchos de dinamita sin detonante escondidos en la cisterna de un retrete. La colocación de los explosivos la reivindicó un extraño y desconocido Frente Revolucionario Afgano. Sin embargo, el tono de la carta en la que se reivindicó el hecho, las expresiones utilizadas y la minuciosa descripción del lugar del escondite para que fuera encontrado sin ninguna duda, hicieron sospechar a los investigadores que quien verdaderamente estaba detrás de la dinamita era un grupo de extrema izquierda.

Otros expertos -y parte de la opinión pública francesa- han criticado la actuación policial acusándola de excesiva, han denunciado una cierta obsesión con la extrema izquierda de la ministra de Interior y han puesto en solfa un exceso de celo encaminado a sacar rentabilidad política de la detención de los integrantes del grupo de Tarnac. Se basan en que, a pesar de todo, ni Coupat ni los suyos manejaban armas y se insiste en que sus sabotajes -caso de resultar culpables- no perseguían matar a nadie.

De hecho, de los nueve arrestados el primer día sólo Coupat y su novia siguen en la cárcel, aún acusados por pertenecer a un grupo terrorista. Los padres de uno y otra han descrito a sus hijos como muchachos antisistema sin ningún ánimo de hacer daño; jóvenes que dan la espalda al capitalismo pero no a la gente, activistas comprometidos pero jamás terroristas. Y han insistido en que el Gobierno de Nicolas Sarkozy los utiliza para colgarse gracias a ellos y a su arresto la medalla de la seguridad.

Los policías, mientras tanto, según confesó un alto cargo de Interior hace un mes en una reunión con responsables de seguridad de empresas privadas, siguen buscando.

Operación policial contra un grupo anarquista en Tarnac (centro de Francia).
Operación policial contra un grupo anarquista en Tarnac (centro de Francia).AFP

Robin Hood con carrito de supermercado

No son terroristas. Pero tampoco respetan la ley. Pertenecen a un grupo de nombre complicado: Movimiento de Parados y Precarios en Lucha. Y últimamente han adquirido cierto renombre en Francia tras haber actuado estas navidades en los grandes almacenes Lafayette, en Rennes, y en dos Monoprix de Nantes y del centro de París.

Su método es simple: se citan un grupo (preferiblemente numeroso) en un supermercado grande (preferiblemente en hora punta, lleno de gente). Abarrotan los carritos o las cestas de productos básicos y a la hora de pagar acuden en masa a las cajeras y se niegan a soltar un euro. Discuten con el gerente del establecimiento, argumentan que la comida no es para ellos, sino para grupos de parados o de personas sin recursos. Mientras tanto, paralizan la cola, con lo que la clientela que aguarda se impacienta (y el gerente más, que ve peligrar el negocio). Al final, les dejan ir con el producto gratis para no complicar las cosas, sin llamar a la policía.

En París ocurrió el 31 de diciembre, en el Monoprix del Fauburg Saint-Honoré. Fue el golpe más audaz. Acudió una cincuentena de activistas. Llenaron 13 carritos de bolsas de arroz, de botellas de aceite, de leche, latas de atún y de tomate; pero también de foie-gras, de salmón ahumado y de botellas de champán, productos típicos de cualquier cena de Nochevieja en Francia. Después se presentaron de golpe todos en la zona de las cajas y las bloquearon al negarse a pagar. Discutieron con el encargado y los empleados durante unos minutos. Todo duró media hora. "El centro accedió para que la situación no degenerara en un día de fiesta", explicó un portavoz de Monoprix al periódico Libération. Después, según asegura el colectivo, repartieron todos los productos, incluido el foie-gras y el champán entre personas paradas, inmigrantes sin papeles de un barrio de París.

"Las campañas de movilización por los derechos sociales ya no funcionan, y por eso hay que buscar formas de solidaridad más concretas, sobre todo ahora con la crisis y la degeneración de las condiciones de vida y de trabajo", explicaba a ese mismo periódico francés uno de los participantes en la acción sin decir su nombre. Algunos los han bautizado como los Robin Hood de los supermercados. Ellos mismos utilizan palabras de muchas sílabas para describir sus acciones: "autodefensa social", "autodistribución"...

Para Monoprix, que cifró en casi 5.000 euros el precio del producto escamoteado, el único calificativo que tienen es el de ladrones y su actuación, el de atraco.

Da la impresión de que no pararán aquí: en un comunicado colocado en su página web, este colectivo defiende su postura y añade: "La autodistribución es algo tradicional en los movimientos de lucha de parados y trabajadores precarios y pedimos que se desarrolle ahora, en este año que se anuncia rico en revueltas".

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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