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Columna
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Se busca responsable de Exteriores

El próximo ministro o ministra de Asuntos y Exteriores y de Cooperación recibirá uno de los encargos más difíciles que se hayan encomendado a cualquiera de sus predecesores. Por un lado, la crisis económica significa que habrá muchos menos recursos disponibles para la acción exterior. Por otro, la crisis ha erosionado de forma muy sustancial la imagen exterior de España: mientras que sus éxitos pasados han quedado en un segundo plano, sus recientes fracasos están a la vista y en boca de todo el mundo. Inevitablemente, quien dispone de menos activos (sean materiales, como la imagen, intangibles) parte de una posición más débil, y por tanto tendrá que emplearse mucho más a fondo.

Con la crisis, la economía manda y el / la responsable de Exteriores tendrá poco margen de actuación

Con la crisis, la economía manda y la política ha pasado a un segundo plano, lo que supone que el o la responsable de Exteriores tendrá poco margen de actuación. Si ya de por sí asistíamos a una creciente presidencialización de la vida política española, explicable por la debilidad de los partidos, convertidos en meras máquinas electorales, en el ámbito exterior este fenómeno se acentúa por la relevancia creciente que los jefes de Gobierno han adquirido, sustituyendo y desplazando a sus ministros de Exteriores. Así, en los grandes foros económicos internacionales como el G-20 o el FMI, que es donde se juega una parte importante de nuestro futuro, Exteriores juega un papel secundario. Y en el Consejo Europeo, que se ha convertido en el verdadero órgano de gobierno de la Unión Europea, los ministros de Exteriores ya no se sientan al lado de los jefes de Gobierno y muchas veces ni siquiera les acompañan a Bruselas, quedándose en casa.

Tal y como estamos viendo a diario en la Unión Europea, los presidentes del Gobierno están dedicando casi más tiempo a la diplomacia que a cualquier otro asunto, lo que supone un evidente desafío para los ministros de Exteriores, que ven cómo sus jefes se llaman por el móvil directamente y solucionan los asuntos en los pasillos sin muchas veces contar con ellos. Claramente, la crisis ha borrado todas las líneas (si quedaba alguna) que separaban lo doméstico de lo internacional. Así que, atrapados entre el auge de la economía y el nuevo diseño institucional de la Unión Europea, los Ministerios de Exteriores han hecho un mal negocio: la gloria (cuando la hay) queda para los jefes de Gobierno, que se pasean entre los grandes en el G-20 o el Consejo Europeo, mientras que el verdadero poder está en manos de los ministros de Economía. A cambio, Exteriores se queda con una ristra de relaciones bilaterales generalmente intratables donde es sumamente fácil salir escaldado (Marruecos, Cuba, Gibraltar) o con asuntos tan sumamente delicados como los secuestros de españoles en el extranjero (en auge en los últimos tiempos), donde la acción diplomática se convierte en una carrera contra reloj repleta de decisiones difíciles y de graves consecuencias.

Para empeorar las cosas, a no ser que tengan un peso político importante, a los ministros de Exteriores ni siquiera se les encomienda en la mayoría de los casos la tarea de dirigir o coordinar la acción exterior de otros ministerios: desde Comercio a Cultura, pasando por Interior y Defensa, todos los ministerios tienen sus propias herramientas de acción exterior y disfrutan ejerciéndolas. Por no hablar de la acción exterior de las comunidades autónomas, que en los últimos años también ha crecido exponencialmente sin por supuesto tener mucho interés en que sea coordinada desde fuera. Por tanto, si en ese pasado reciente, el Ministerio de Exteriores ya era un actor devaluado, esta tendencia se agravará ahora aún más.

Las malas noticias para el futuro ministro o ministra no terminan ahí. Sus predecesores aplazaron una y otra vez la reforma del servicio exterior pese a formar parte de las promesas electorales de sus partidos desde tiempo inmemorial. Entonces había recursos financieros e impulso político para reforzar nuestra diplomacia, pero se careció de la voluntad política; ahora es posible que exista la voluntad política, pero no habrá recursos para hacerla, con lo que es posible que se vuelva a aplazar. Así que, de las tres patas sobre las que se sostiene la acción exterior (diplomacia, defensa y desarrollo), ninguna está para grandes alegrías: la diplomacia no dispone de muchos recursos o influencia, la defensa es víctima de una burbuja de compras de armamento de muy difícil solución mientras que el gasto en cooperación al desarrollo también será (muy previsiblemente) recortado. Así que, si le suena el móvil y sospecha que le van a ofrecer la cartera de Exteriores, mucho ánimo: lo va a necesitar.

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