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Columna
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El capitalismo, contra el planeta / 1

La desaparición del término capitalismo del vocabulario actual tanto en la reflexión cientifico-social como en el mundo político, en la esfera mediática y en nuestras vidas cotidianas es total. Lo que hace 40 años era una palabra de máxima circulación, un referente mayor cuya utilización, como elogio o como insulto, nos agrupaba en dos facciones irreconciliables, hoy ha dejado de existir. En su lugar hemos visto aparecer una constelación lingüística cuyos polos centrales son, en lo económico, el sintagma mercado-crecimiento-globalización, y en lo político, neoliberalismo. José Bové, en el anuncio de su candidatura a la Presidencia de la República Francesa, señaló como propósito principal agrupar, a todas las fuerzas antiliberales de Francia. Como si todas las otras opciones políticas -democratacristianas, socialdemócratas, socialistas- fuesen irrelevantes o recuperables para sus objetivos de transformación radical del sistema. Esta regla, claro esta, tiene las excepciones que la confirman. Luc Boltanski y Eve Chiapello en El nuevo espíritu del capitalismo y Alain Minc en su Capitalismo.com, defienden la misma tesis: la renovación del capitalismo, purificado de viejas escorias, y más pujante que nunca. Para el presidente del Consejo de Vigilancia del diario Le Monde, el capitalismo ha alcanzado un nuevo estadio. El extraordinario desarrollo tecnológico ha supuesto un impulso imparable para el crecimiento global, que ha transformado el capitalismo de administración, de andadura gestora, en un capitalismo de creación patrimonial, que les ha quitado el poder a los directivos y se lo ha dado a los accionistas, que son millares, y a los consumidores, que son millones. Esa transformación es una verdadera revolución en la que la dimensión global del mercado y la neteconomía han inaugurado un crecimiento que no se verá afectado ni por las quiebras de la Bolsa ni por las crisis de la coyuntura. El gran actor de esta revolución es la competencia, que no se limita a la esfera económica sino que penetra todos los ámbitos. Quien no compite desaparece. Este nuevo capitalismo incompatible con todas las viejas instancias de encuadramiento y control, como los sindicatos, es, sin embargo, en cuanto generador de crecimiento, compatible con la desigualdad. Vamos hacia una forma de organización social en la que tendrán que convivir la exclusión con el pleno empleo, el paro con la inmigración, escribe Minc. Pero están surgiendo contrapoderes que echaran mano del mercado, del derecho y de la opinión pública para suplir las incapacidades del Estado. Ni palabra sobre la destrucción del planeta, ni sobre los desmanes sociales y humanos que acompañan día a día al capitalismo. Meras disfunciones destinadas a la autosuperación.

La obra de Boltanski y Chiapello, de tratamiento más riguroso, se alinea también en la tentativa de presentar un nuevo capitalismo atento a la realidad económico-tecnológica actual y disponiendo de una formidable capacidad para superar sus contradicciones sin renunciar a su objetivo fundamental: la acumulación capitalista. El nuevo espíritu del capitalismo, parte de las reflexiones de Werner Sombart y de Max Weber y de su proyecto de legitimar el sistema capitalista, tanto por lo que toca al individuo -enriquecimiento, realización personal, liberación- como a la sociedad -creación de bienes comunes-. Propósitos que enmalla la búsqueda de beneficio propio del capitalismo en una trama de supuestas responsabilidades morales. Los autores distinguen tres fases, en este proceso: la del empresario burgués y su pequeña empresa familiar caracterizada por la autonomía; la que corresponde a la gran empresa y al Estado-providencia anclados en la seguridad, y la tercera vertebrada por la modalidad informático-reticular, en la que la explotación ha dado paso a la exclusión y en la que la liberación por el capitalismo ha sustituido a la liberación del capitalismo. El expolio del planeta y de la sociedad anidados en su cogollo, siguen ocultos y silenciados.

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