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Seis claves para entender la Alianza

Afganistán, las relaciones con Moscú y la ampliación al Este, principales desafíos.

La OTAN nació hace 60 años con la guerra fría, que ganó sin disparar un solo tiro. Desaparecieron el Pacto de Varsovia y la URSS, pero la OTAN ha llegado a nuestros días con vocación de crecer y perpetuarse. La Alianza de hoy es heredera de aquella que tenía objetivos claros ante un enemigo nítido. Las amenazas del siglo XXI son difusas, móviles, asimétricas y no llegan a los ciudadanos con la certidumbre del blanco y el negro. De ahí que algunos se pregunten, como hace también Moscú, si la OTAN no es una reliquia de la guerra fría. La Alianza responde que el Pacto de Varsovia se disolvió porque sus integrantes no quisieron seguir juntos, al contrario de lo que ocurre con la OTAN, a cuya puerta llaman terceros países. Lejos de querer suicidarse, la OTAN se mueve con el ánimo de adaptarse a los nuevos desafíos.

¿Por qué se dice que Afganistán es crucial para la OTAN?

A grandes rasgos, la misión original de la OTAN, la de contención del imperio soviético, está cumplida. Los desafíos y las amenazas son ya otros, no necesariamente de choque entre Estados en suelo europeo, sino más complejos y sutiles, para los que aún no está adaptada: terrorismo, proliferación de armas de destrucción masiva (químicas, bacteriológicas, radiológicas), piratería, seguridad energética, ciberataques, inestabilidad política provocada por el cambio climático y las migraciones masivas, Estados fallidos... Afganistán lo era y como consecuencia de ello el 11-S fue planificado allí. La OTAN entró en el país asiático con el aval de Naciones Unidas y en las faldas del Hindukush se juega su credibilidad como agente en la escena internacional. Una derrota en Afganistán, donde la Alianza ha desplegado el mayor esfuerzo de sus 60 años de existencia, dará alas a quienes tienen a Occidente en el punto de mira. George Bush antepuso Irak a Afganistán y la comunidad internacional ha pagado un alto precio por librar una guerra sin convicción y sin medios. Barack Obama y la OTAN se declaran dispuestos a cambiar la situación. Reconocen que no puede haber sólo solución militar. Por ello, y sin abandonarla, se proponen potenciar la vertiente civil.

¿Cómo son las relaciones con el viejo enemigo de Moscú?

Las de la OTAN con Moscú van a la par de las bilaterales entre la Casa Blanca y el Kremlin. Como con Obama hay un cambio de atmósfera, cabe aventurar una fase de mejor entendimiento entre la OTAN y Rusia. Ambas mantienen desde hace años relaciones estructuradas que nunca han dado los frutos esperados. Los desencuentros se han visto agravados con los planes de Estados Unidos de desplegar el escudo antimisiles y por la invasión rusa de Georgia del pasado mes de agosto, que llevó a la interrupción de contactos oficiales en la Alianza. Ahora se entra en una fase de normalización, que verá en cuestión de días una reunión de embajadores y próximamente otra de ministros. La idea aliada es sacar el máximo partido a los intereses comunes (desde la apertura de líneas de aprovisionamiento terrestre a Afganistán al control armamentista o la lucha contra el terrorismo y la piratería) y dejar en segundo plano las diferencias. Pero ello no supondrá que los aliados dejen de criticar la violación de la integridad territorial de Georgia, con el reconocimiento por el Kremlin de la secesión de Abjazia y de Osetia del Sur y sus planes de crear bases militares en cada una ellas.

La ampliación al Este es vista por Moscú como un desafío. ¿Va seguir?

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Moscú mantiene que a Mijaíl Gorbachov se le prometió que no habría ampliación de la OTAN al Este si él permitía la reunificación alemana de 1990. Gorbachov cumplió su palabra, pero Rusia fue engañada, dicen los rusos. La OTAN responde que es un club de países libres en el que pueden integrarse todos los que lo deseen y cumplan las condiciones fijadas de democracia, desarrollo, estabilidad y reforma. Y que Moscú no tiene derecho de veto. Una Rusia débil tuvo que aceptar las ampliaciones de 1999 y 2004, pero es muy difícil que acepte la de Ucrania. George Bush deseaba que en la cumbre de Bucarest de hace un año se invitara a integrarse a Georgia y Ucrania, a lo que se opusieron firmemente diversos aliados, España en ellos. Bush cedió en su empeño y los aliados acordaron que Georgia y Ucrania serán invitados algún día. Sin determinar. La propia Ucrania tampoco facilita las cosas a la Alianza. Es un avispero político y un país dividido en dos entre ucranios prooccidentales y ucranios rusófonos. La OTAN no quiere importar problemas, ni con Georgia ni con Ucrania. Obama reiteró en Estrasburgo que la OTAN mantiene abiertas sus puertas, a condición de que los candidatos cumplan los estándares aliados y aporten seguridad a los aliados.

¿Y el escudo antimisiles?

Es un ejemplo más de la frustración rusa con la OTAN, aunque en realidad el escudo es un proyecto a tres entre Washington, Praga y Varsovia del que se beneficia indirectamente la Alianza. Es obvio que una decena de lanzadores de misiles antimisiles en Polonia dirigidos por un radar en la República Checa no suponen una amenaza en serio para el arsenal balístico ruso. Lo que quiere Moscú es participar en el plan, a lo que se niegan checos y polacos, escaldados por su histórica relación con Rusia. Obama ha congelado el proyecto a la espera de ver su fiabilidad técnica y su coste.

¿Cuál es el papel de España en la Alianza?

España tiene la influencia relativa que corresponde a un país de mediano tamaño. Es el séptimo contribuyente, con casi 60 millones de euros anuales. Pero en la Alianza se pesa en función del esfuerzo y del compromiso con el común. Si se rompe la baraja intempestivamente, como ha ocurrido con retirada de Kosovo, se causa un pésima y molesta impresión a los aliados, que, llegado el momento, pueden sentirse inclinados a devolver el favor. Por ejemplo cuando se reclame un puesto relevante en la estructura de mando. España no ha ocupado muchas posiciones destacadas en la Alianza, aunque llegó a la cúspide con Javier Solana, secretario general entre 1995 y 1999. Después, el cargo más alto fue el que ostentara entre 2001 y 2005 el general Juan Martínez-Esparza, como secretario general adjunto para inversiones en seguridad, logística y emergencia civil. España contribuye, todavía, a la misión de Kfor en Kosovo, con unos 620 soldados (sobre un total que ronda los 15.000) y se mantiene firme en Afganistán, con 680 militares entre los 61.000 que allí dirige la OTAN. Temporalmente y con vistas a la seguridad de las elecciones de agosto, España contribuirá con una batallón disminuido de 450 soldados. También tiene previsto ofrecer del orden de 40 guardias civiles para la formación de policías paramilitares especializados.

¿Están cubiertas Ceuta, Melilla y Canarias por la OTAN?

El artículo 6 del tratado establece que se considerará un ataque contra todos, y deberá ser respondido en consecuencia, el perpetrado "en Europa o en América del Norte (...) o contra las islas bajo jurisdicción (...) en la zona del Atlántico Norte al norte del Trópico de Cáncer". Eso excluye, formalmente, a Ceuta y Melilla e incluye a las Canarias. Pero el mundo de hoy no es el de los automatismos fijados hace 60 años. España tiene sobrada capacidad nacional para replicar a una agresión sobre sus ciudades autónomas. Para obtener respuesta de los aliados a un hipotético asalto deberían ponerse de acuerdo entre ellos. Pero cabe profetizar que habría más diplomacia que acción militar aliada.

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