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Reportaje:Lucha contra el crimen en América Latina

Un continente azotado por el crimen

El número de asesinatos con armas de fuego en América Latina triplica la media mundial

Fernando Gualdoni

Todo latinoamericano sabe casi desde su nacimiento que hay alguna zona en su ciudad donde ni la policía se atreve a entrar. La mítica Ciudad Oculta de Buenos Aires, el barrio del Petare que se alza al final de la caraqueña avenida de Francisco de Miranda o la gigantesca favela Rocinha de Río de Janeiro son sitios que uno esquiva desde niño. Luego hay ciudades enteras con fama de demasiado violentas: São Paulo, Ciudad Juárez, Medellín, Lago Agrio, Ciudad del Este... Lo peor es que la lista de los centros del crimen no para de crecer alimentada por la pobreza y la marginación social.

En América Latina, en torno a 30 de cada 100.000 personas son asesinadas anualmente con armas de fuego, según diferentes estudios, entre ellos uno de Naciones Unidas. La cifra triplica la media mundial. El número de secuestros también es récord: aproximadamente el 60% de los que cada año se registran en el mundo se producen entre el río Grande y Tierra del Fuego. Un informe del Banco Mundial calcula que las actividades criminales le cuestan a la región más de 23.000 millones de euros (cifra casi equivalente al PIB ecuatoriano) cada año, sólo en gastos para la reconstrucción de infraestructuras y el refuerzo de los servicios de seguridad.

Lo que más inquieta a la gente es el auge del crimen organizado y la corrupción policial
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No hay país que se salve en las encuestas. En todos, incluso en Chile, la seguridad ciudadana está entre las principales preocupaciones de la gente. Por encima de todo, dos cuestiones: el crecimiento del crimen organizado y el viejo pero constante problema de la corrupción en las fuerzas de seguridad.

Los cinco días de motines carcelarios y ataques a comisarías y edificios públicos en el Estado de São Paulo en mayo de 2006 fueron un claro ejemplo del poder que tienen las bandas criminales. Murieron 272 personas, entre ellas 91 policías, según el recuento de la prensa brasileña. En vísperas de la pasada Nochevieja, fue Río de Janeiro la que vivió una oleada de violencia del crimen organizado que se saldó con 25 muertos. El Gobierno acaba de mandar una fuerza especial a Río para combatir las bandas.

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El grupo que encabezó la sangrienta revuelta en São Paulo, el Primer Comando de la Capital (PCC), representa prácticamente un poder paralelo al estatal. Su líder, Marcos Williams Herba Camacho, alias Marcola, es más peligroso con un teléfono móvil que con un arma. Aunque Marcola, que tiene 38 años, lleva más de la mitad de su vida en prisión -como muchos jefes del PCC-, ha sido capaz de mantener el liderazgo de la banda y a flote su principal negocio: el tráfico de drogas.

La organización que dirige Marcola, confeso seguidor de la teoría del arte de la guerra de Sun Tzu, ha llegado a ganar unos 230.000 euros semanales, según fuentes policiales citadas por la prensa brasileña. El PCC es un gran sindicato del crimen con un 'ejército' de 150.000 hombres, el triple de 'soldados' con los que cuentan la Camorra napolitana y la Mafia siciliana juntas. En México, los carteles del Golfo, Juárez y Sinaloa son también poderes paralelos al Estado allí donde operan.

Ni que hablar de las maras, las bandas de jóvenes que aterrorizan Centroamérica. El nombre procede de marabunta, la hormiga que arrasa todo a su paso, y le va como anillo al dedo. Hoy, las andanzas criminales de los mareros se han extendido desde El Salvador, Nicaragua y Honduras hasta Belice, Costa Rica y Panamá. Los mareros se han convertido en la mano de obra barata de los carteles mexicanos. Se calcula que unos 20.000 de estos criminales cruzan cada año de México a EE UU para hacer algún 'trabajo' y muchos son deportados sin que se comprueben sus antecedentes.

Colombia, junto a México y Brasil, es el otro país que cuenta con reconocidos grupos criminales. Allí se mezclan a diario el crimen y una guerra que ya dura más de 40 años, donde los guerrilleros se confunden con los criminales del narcotráfico y viceversa. El índice de asesinatos y secuestros aparece entre los primeros del mundo desde hace tiempo. Sin embargo, esta semana, la policía colombiana informó de que los asesinatos durante 2006 se habían reducido a su nivel más bajo en 20 años. El general Jorge Daniel Castro, jefe de la policía, dijo que en 2006 habían muerto asesinadas 17.206 personas, 517 menos que el año anterior. Los expertos reconocen que la seguridad ha mejorado en los últimos años en Colombia, aunque recuerdan que las cifras siguen siendo alarmantes.

El aumento de la delincuencia está relacionado con la corrupción de las fuerzas de seguridad. Un estudio de la ONG chilena Latinobarómetro ha mostrado que sólo uno de cada tres ciudadanos de todos los países de la región confía en la policía. Dos casos demuestran que sobran razones para desconfiar: en el secuestro y asesinato del joven Axel Blumberg en Argentina, que generó grandes protestas contra la corrupción policial y judicial, las investigaciones revelaron que la cadena de implicados llegaba hasta el jefe de la división antisecuestros. Es ilustrativo ver la película argentina El bonaerense, del director Pablo Trapero, para hacerse una idea de cómo se forja la policía de la principal provincia argentina. En México, el máximo responsable de la lucha contra la droga, el general Jesús Gutiérrez Rebollo, fue detenido en 1997 cuando se comprobó que trabajaba para el cartel de Juárez. El caso se recrea en la película Traffic, dirigida por Steven Soderbergh.

Dos policías brasileños vigilan la Línea Roja, una de las principales carreteras de Río de Janeiro.
Dos policías brasileños vigilan la Línea Roja, una de las principales carreteras de Río de Janeiro.EFE

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Sobre la firma

Fernando Gualdoni
Redactor jefe de Suplementos Especiales, ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS como redactor de Economía, jefe de sección de Internacional y redactor jefe de Negocios. Es abogado por la Universidad de Buenos Aires, analista de Inteligencia por la UC3M/URJ y cursó el Máster de EL PAÍS y el programa de desarrollo directivo de IESE.

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