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Columna
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La crisis griega desde Alemania

Al incidir de manera directa en dos aspectos cruciales, la solidez de los propios institutos financieros y el voto de la coalición gobernante, la crisis griega es el tema del que los medios alemanes se han ocupado sin parar. Desde el excanciller Helmut Schmidt a la canciller Merkel la tesis que se repite con mayor insistencia es que no existe una crisis del euro -que, con una inflación media más baja que la del marco en su última década, ha dado muestra de una mayor estabilidad y se ha convertido en la segunda moneda de reserva-, sino únicamente la de unos cuantos países que se han endeudado muy por encima de sus posibilidades.

A los alemanes no les cabe la menor duda de que el euro ha sido el mejor invento, no solo por haber incrementado sus exportaciones de manera cuantiosa, sino también el comercio intercomunitario, del que todos se han beneficiado. De ahí la contundencia que muestran en su defensa ante los que ya se opusieron a su introducción desde un estrecho nacionalismo populista que la crisis griega ha resucitado. Nada más permeable en la opinión pública, sobre todo cuando se han fortalecido los egoísmos nacionales y la Europa comunitaria se ha ganado a pulso la pérdida de prestigio, que denunciar las ayudas multimillonarias a países que en vez de su trabajo, habrían vivido del crédito exterior.

El rescate a Grecia traslada de los bancos a los contribuyentes los riesgos de un impago de Atenas

Para defender los que considera intereses nacionales irrenunciables y mantener el voto en la coalición gobernante, la canciller Merkel puso en marcha una política que a menudo no se ha entendido, y cuando se ha hecho, ha traído consigo la indignación de algunos socios. En primer lugar, el crédito de 110.000 millones de euros a Grecia se retrasó hasta mayo de 2010, a la espera de que el presidente Sarkozy asumiera la "humillación" de acudir al FMI, es decir, de dar entrada a Estados Unidos, el enemigo principal del euro. Para controlar el dinero prestado, Berlín desconfía de unas instituciones comunitarias que nada anormal habían detectado en Grecia.

Pero la pregunta clave es ¿por qué se otorga un préstamo a Grecia, cuando nadie ignora que no está en condiciones de devolver la deuda, y menos, si sigue aumentando para impedir tan solo que por un tiempo no se declare en quiebra? La respuesta es clara: en 2009 el grueso de la deuda griega estaba en instituciones financieras alemanas y francesas. El nuevo endeudamiento de Grecia servía para ganar tiempo y salvar de momento a los bancos alemanes y franceses. Hoy el 37% de la deuda se ha transferido a instituciones públicas, como el BCE y el FMI. Se espera que en 2015 los bancos alemanes ya solo tengan el 8% y las aseguradoras el 11% de la deuda griega.

Si desde un principio se hubiera hecho lo que parecía insoslayable, una reestructuración de la deuda con una quita del 50%, o más, algunas instituciones financieras hubieran tenido que acudir otra vez al dinero de los contribuyentes. Es una operación que los fondos de garantía prevén, pero volver a salvar al sector financiero, endeudándose aún más el Estado, es algo que los ciudadanos no están ya dispuestos a soportar. El ministro de Hacienda, Wolfgang Schäuble, en el Bild am Sonntag del 22 de mayo se atrevía a decir que había que acabar con el jueguecito "de que unos se embolsen las ganancias, y cuando las cosas no salen bien, pagan los contribuyentes". Esto lo decía quien ha presentado en Bruselas un proyecto, concebido y desarrollado por el Deutsche Bank, tal como denunció una televisión pública alemana.

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Quince meses después de la concesión del crédito de 110.000 millones, se necesita otro tanto para seguir retrasando la quiebra. El 30 de junio, Alemania anuncia un pacto con los bancos para aplazar hasta 2014 el pago de la deuda, preparando, una vez que se haya trasladado al sector público el grueso de la deuda, una "quiebra suave" con la participación de los bancos acreedores. Aunque al final sea el contribuyente el que pague, el verdadero éxito de la operación ha consistido en desplazar la indignación de la gente del sector financiero a los países pigs que habrían vivido alegremente a costa de los ahorros de los alemanes.

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